HOMILÍA DEL P. JUAN PABLO ROVEGNO

Misa del domingo 5 de julio en el Santuario Cenáculo de Bellavista

Lunes 6 de julio de 2020

HOMILÍA, MISA 5 DE JULIO DE 2020, BELLAVISTA.

 

El Evangelio nos sitúa ante un elemento central del mensaje de Jesús: la revelación de Dios como Padre y Jesús como Hijo. Esa maravillosa alabanza: "Te alabo Padre, Dios del cielo y de la Tierra, porque has revelado esto a los pequeños..." y la afirmación: "todo me ha sido dado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", confirman esta experiencia.
Jesús rescata la verdadera experiencia de Dios: es la experiencia filial, de saberse y sentirse profunda e incondicionalmente amado.

 

Jesús es el Hijo de Dios, aquella primera revelación del bautismo: "tú eres mi Hijo Amado", se hace ahora respuesta en Jesús: "te alabo Padre..." Es la experiencia filial de Jesús que se hará plena en la cruz, en la que sólo lo sostiene el amor del Padre, cuando todo parece haber terminado.

 

Esta experiencia es central en el mensaje de Jesús: Él revela a un Dios que es Padre, creador y fiel, quien, como afirma el salmista es "lento a la cólera y de gran misericordia, bueno con todos y que tiene compasión de todas sus criaturas".

 

Ese rostro y experiencia de Dios, que se había desdibujado por los formalismos, los ritualismos, las estructuras personales y organizacionales, es rescatada por Jesús.

 
Es la experiencia filial, de saberse y sentirse profunda e incondicionalmente amados y que es fundamental para que Jesús y sus discípulos, sean capaces de amar y darse por amor a los demás.

 
Por eso, tiene tanto sentido la parte final de este Evangelio: "vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré". Este amor capaz de cargar nuestras cruces y dolores, agobios, dolores y temores, es posible porque Jesús se siente y se sabe profundamente amado. Jesús puede acoger, aliviar y cargar sobre sus hombros las vidas concretas de la humanidad, porque está sostenido por la experiencia del amor de Dios, su Padre.

Este mensaje central de Jesús, es también un mensaje central de nuestro carisma y nos permite comprender, no sólo nuestra espiritualidad, sino el momento crítico que vivimos hoy:

 

En el centro de nuestra espiritualidad, fruto de la experiencia y reflexión, está la experiencia filial: cuando sellamos nuestra Alianza de Amor con la Mater, iniciamos un camino hacia la plena maduración de la personalidad en el sentido cristiano, es decir, hacia el desarrollo de una capacidad de amar libre, magnánima y heroicamente, una manera de amar a la manera de Jesús, sólo posible si nos hemos sentido y sabido, incondicionalmente amados en nuestra propia realidad. De lo contrario, nuestra forma de amar siempre corre el riesgo de ser una proyección de nuestros dolores, carencias, heridas, expectativas, comparaciones, frustraciones, desórdenes y dependencias.

Por eso es tan fundamental esta experiencia filial: saberse y sentirse profundamente amados, para poder amar y ser capaces de amar a la manera de Jesús, hasta la cruz si es necesario.

 

Este fue el camino que recorrió nuestro Fundador de la mano de María, y es el camino que él abrió a muchas personas, es nuestro carisma. Es el camino que tantos recorrieron, porque se sintieron acogidos e incondicionalmente amados por él, y eso los capacitó para amar libre, magnánima y heroicamente a los demás. Por eso las experiencias humanas del amor son fundamentales, para entender la forma cómo Dios nos ama y ser capaces de amar nosotros también, despertando nuestra propia capacidad de amar.

 

Volvamos al momento crítico que vivimos: cuando se pone en pregunta el rol paternal de nuestro fundador, se está poniendo en pregunta la misión de Schoenstatt, porque la experiencia que él hizo y que se tradujo en un carisma, es la experiencia de la cual vivimos y que estamos llamados a vivir y trasmitir.

 

Yo creo que lo que estamos viviendo en estos momentos nos presenta un gran desafío: ¿cómo actualizar esa experiencia? ¿Cómo ayudar para que cada uno, desde su originalidad, recorra ese camino de la mano de la Mater y del padre?

 

Lo que estamos viviendo nos ha generado inquietud, confusión, dolor y hasta desconfianza. Sin embargo, es el camino que Dios ha escogido para conocer y asumir más profundamente nuestra historia y nuestro carisma. Nos ayudará a comprender más maduramente todo lo que hemos vivido.

 

Sin embargo, el desafío no es solamente histórico. Es positivo y tremendamente necesario que se forme una Comisión Histórica, que nos va a permitir a todos nosotros tener acceso a un conocimiento que no teníamos, a todo un proceso que no conocíamos en su sistematicidad y complejidad, que nos va a permitir conocer hondamente todo lo que ha pasado y toda su resultante creadora. Esto nos ayudará a recorrer con esperanza el camino.

 
Conocer y apropiarnos sin reservas de la historia, nos permitirá conocer las causas del exilio y profundizarlas. Nos ayudará a afirmar por qué, después de un proceso tan riguroso y doloroso, nuestro padre fue rehabilitado, volvió a Schoenstatt como fundador y por qué, años más tarde, se abrió su proceso de beatificación.

 

Todo eso va a ser confirmado a través de ese estudio, a través de ese acercamiento vital, objetivo y completo con la historia, y que haremos entre todos y con expertos externos. 

 

Este es el desafío de la actualización y apropiación históricos, pero yo creo que el desafío es aún mayor y es el mismo que el padre proclamó desde este lugar (Bellavista) hace más de 70 años: la misión de Schoenstatt, el valor de las causas segundas, el sentido de la experiencia filial para madurar nuestra capacidad de amar en todas sus dimensiones y, redescubrir el valor profundo que tiene la experiencia paternal y maternal, como experiencias vitales para nuestra seguridad existencial, permitiéndonos llegar a ser personalidades libres, recias y con una gran capacidad de amar.

 

Hace un mes, un poquito más, coronamos a la Mater y hoy nos ha sacado "canas verdes". Como San Antonio, dan ganas de colocar el cuadro de la Mater al revés...estábamos tan felices...

 

Pero coronamos a la Mater, renovamos nuestra misión, nos abrimos a recorrer un camino de conversión, y dijimos explícitamente: renovamos la misión, que es la misión del padre, por una cruzada por la sanación de los vínculos, partiendo por el vínculo filial, que es el principal. Con ese preámbulo llegamos a este momento crítico y nos preguntamos:

 

¿Hay que renunciar a la experiencia filial? ¿Hay que renunciar al Fundador como transparente de esa experiencia filial?

 

Hoy el mundo está carente de liderazgos auténticos. Hoy el mundo necesita de verdaderos líderes, de una forma de ser y ejercer autoridad capaz de servir la vida confiada desinteresadamente: acogiéndola, dignificándola, integrándola, despertando en la vida confiada autonomía y conduciéndola hacia la plenitud de su desarrollo personal y comunitario.

 
Y en nuestra espiritualidad tenemos una experiencia, una posibilidad, un camino de aprendizaje y una respuesta, a través del padre Fundador, a través de nuestra historia y, a través de la experiencia de cada uno de nosotros.

 

Hoy el desafío, creo yo, es un desafío personal como lo fue hace 70 años. Porque cuando muchos se decidieron por el padre hace 70 años, fue una decisión personal. Ahora estamos ante un escenario en que cada uno: libre, consciente, madura y confrontacionalmente (porque todo esto nos ha confrontado), podrá decidirse personalmente por el carisma y por el fundador.

 

Es un paso de madurez personal, porque adherimos al carisma y al Fundador no sólo porque nos convenció una charla del P. Rafael, por mucho respeto y admiración que le tenemos; esa charla nos abrió un camino. Tampoco adherimos al carisma y al padre Fundador por un testimonio de la Hna. Petra, por muy lindo y vivencial que haya sido, ese testimonio nos abrió un camino. Si esas experiencias despertaron vida en nosotros, hoy tenemos la posibilidad de madurar esa experiencia, de profundizar esa experiencia y de asumir personalmente esa experiencia. Ante este escenario, tenemos la posibilidad de afirmar: yo asumo el carisma, asumo al fundador, asumo el desafío que estamos viviendo, como una decisión personal.

 

Adherimos al carisma y al fundador porque cada uno lo cree, lo ha vivido y está llamado a trasmitirlo. 

 

Ese es el desafío principal: la apropiación personal del carisma y del fundador. Por eso es tan valioso que este doloroso momento nos esté llevando a conocer y profundizar la historia, para decidirnos libremente por Schoenstatt y su misión.

 

Soy un convencido (y lo digo no por ingenuidad), que Dios conduce la historia, no porque lo hayamos leído en los libros, sino porque ha sido nuestra propia historia personal: cada uno de nosotros ha hecho un camino y cada uno ha ido confirmando cómo Dios conduce la macro historia y nuestras propias historias personales, y si Dios permite crisis, cambios de timón, aceleración de procesos, como en estos hechos de una etapa del desarrollo de Schoenstatt y de la vida del fundador y sus seguidores, que desconocíamos o conocíamos sólo parcialmente, es porque esta aceleración nos permitirá madurar el carisma y nuestra propia experiencia y decisión personales.

 

Creo que lo bueno de todo esto es que seguramente cada uno de nosotros (porque el desafío es personal), va a poder exclamar finalmente como Jesús en el Evangelio, al profundizar la experiencia que estamos realizando, y adherir, personalmente al carisma: "te alabo Padre, porque has revelado estas cosas no a los sabios ni entendidos (teólogos o teólogas)... sino a los pequeños".

 

Y por esa experiencia de un amor tan profundo podremos, como consecuencia, renovar nuestro amor al prójimo y podremos decir a las personas que nos rodean, las personas concretas y no teóricas, en la familia, en el trabajo, en la calle, en la otra vereda: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados porque yo los aliviaré..." Cada uno de nosotros podrá cargar los agobios, dolores, heridas, vicisitudes, enfermedades, sueños, de tantas personas porque nos hemos sentido profundamente amados y anclados en el corazón de Dios, nuestro Padre. Esa fue la experiencia de Jesús, esa fue la experiencia de nuestro padre, esa es la experiencia que queremos asumir y transmitir en Schoenstatt. Que así sea.

 
P. Juan Pablo Rovegno M.


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