Crisis de Autoridad

Surge hoy una falacia en la respuesta del hombre moderno frente a situaciones cotidianas, causadas por una sobrevaloración de la subjetividad individual, un individualismo que va debilitando los vínculos comunitarios y los grados de relación con las demás personas. Así sucede que nuestra forma de respuesta se va alejando de una concepción integral de ser humano, su relación con el mundo y con Dios. De esta manera, al hombre moderno le cuesta la relación con la autoridad, sea la del padre de familia, del gerente, del gobernante, del sacerdote o incluso con Dios. Se considera que la autoridad atenta contra los principios modernos de la libertad.  

| Ignacio Retamal Fariña Ignacio Retamal Fariña

 

Se puede decir que la realidad se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja. Nos situamos aparentemente frente a una crisis de sentido, se sucede una fragmentación de la vida del hombre que no hace referencia a múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar en las acciones que realiza, sino en el sentido que da unidad a todo lo que existe y nos sucede en la experiencia de nuestra relación con Dios Padre. Ésta finalmente repercute en la forma en cómo nos situamos en el mundo como seres responsables.

Así sucede que nuestra forma de respuesta se va alejando de una concepción integral de ser humano, su relación con el mundo y con Dios.

Surge hoy una falacia en la respuesta del hombre moderno frente a situaciones cotidianas, causadas por una sobrevaloración de la subjetividad individual, un individualismo que va debilitando los vínculos comunitarios y los grados de relación con las demás personas. Un ejemplo de ello es que al hombre moderno le cuesta la relación con la autoridad, sea la del padre de familia, del gerente, del gobernante, del sacerdote o incluso con Dios. Nuestras experiencias de la autoridad han sido muchas veces duras y frustrantes, pues se considera que la autoridad atenta contra los principios modernos de la libertad. A consecuencia de ello se deja de lado cualquier manifestación de autoridad que pueda ser ignorada y reemplazada, y esto es uno de los grandes problemas del país graficado como la ausencia o la debilidad de sus figuras de autoridad.

Pero antes de continuar sería pertinente clarificar qué entendemos por autoridad. Si tomamos la definición que nos entrega la RAE, se puede inferir que autoridad es poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho. Una potestad, una facultad, una legitimidad.

En la Etimología, por así decirlo, existe un axioma que las palabras dicen lo que significan. Autoridad proviene del latín auctoritas, pero existe un verbo latino mucho más primigenio que éste y posiblemente mucho más cercano a su sentido original. Dicho verbo es auguere, que se relaciona con aumentar, agrandar, mejorar e incluso llevar sobre sí. Es por ello que la autoridad, en su sentido más primigenio, no es quién manda a quién, sino más bien el que tiene autoridad es el que acoge al otro, lo carga, lo promueve para que mejore en lo que está realizando. La autoridad no es un poder aplastante, sino un poder promotor, pero no de cualquier cosa sino de impulso de una concepción integral de ser humano, su relación con el mundo y con Dios. De esta forma, una sana autoridad traerá múltiples beneficios y una autoridad corrompida sólo traerá frutos ponzoñosos.

Esta problemática ha llevado a muchos cristianos a desfigurar inconscientemente el Evangelio de Cristo, al confundir la autoridad de Dios Padre en referencia a Jesucristo. Se olvida y desvirtúa que el centro de la vida y del mensaje de Jesús es su Padre. La meta del cristiano, por definirlo de alguna forma, no es Cristo. Jesús es tan sólo "el camino" que conduce al Padre por medio del Espíritu Santo. El amor de Dios Padre que nos acoge y hace hijos suyos, constituye el centro del mensaje evangélico y no un mensaje de leyes y yugos pesados que no podemos cargar.

Si miramos más de cerca la figura de Jesús en los Evangelios, nos percatamos que no hizo otra cosa más que anunciar a su Padre. Porque Él es toda su riqueza, lo que llena su corazón de Hijo. El Padre es la fuente de su Ser y de su Vida, fundamento de su alegría y paz. Pero también es el Padre que lo envía, que le exige crecer en la entrega, que le pide cargar la Cruz. No es ni abuelo blando ni dictador implacable. Sino plenamente Padre, es la autoridad para Jesús, que no hace sino el querer de quien lo envió.

Se puede decir que Cristo es la imagen visible del Padre. Lo refleja a través de su rostro y de su persona entera, sobre todo en su actitud de Buen Pastor y es en esta imagen donde encontramos la verdadera autoridad, la sana autoridad. Es el Buen Pastor quien carga con la oveja perdida, no quien se queda mandando a las noventa y nueva ovejas restantes. Dios Padre es nuestra autoridad porque nos ama, nos promueve, nos lleva sobre si para poder acercarnos a una concepción integral de nosotros mismos, crecer en nuestra relación con el mundo y con Él mismo.

La Virgen María y la Autoridad de Dios Padre

María estaba especialmente capacitada para comprender este aspecto del misterio de Jesús, este misterio del Buen Pastor y de la verdadera autoridad. Porque como Madre suya, se sentía compartiendo con el Padre la hermosa tarea de cuidarlo, de promoverlo. Por eso se interesaba vivamente en todo lo que Jesús decía sobre Dios Padre. Y así poder ir convirtiéndolo también en el Señor de su propia vida. Por eso María posee un carisma especial para acercarnos al Padre, sabe abrirnos a su corazón.

Como imagen para entrar a este misterio, podemos decir que en toda familia es la madre la que ayuda a los hijos a conocer a su padre. Igual sucede en la Familia de Dios: María nos regala una especial sensibilidad de hijos. Y ésta nos permite descubrir el verdadero rostro del Padre tal como resplandece reflejado en Jesús Buen Pastor.

Al mismo tiempo, la Santísima Virgen es capaz de ayudarnos a superar las dificultades del hombre de hoy frente a la autoridad y con ello iluminar verdaderamente a la paternidad. Esto acontece en el misterio de que María es capaz de educar autoridades y personalidades paternales según el modelo de Jesús Buen Pastor. Ella nos hace comprender que la autoridad no es, en primer lugar, poder de mando, sino de servicio a la vida. Que su tarea es ayudar a madurar y crecer a los que les han sido confiados. Y la autoridad ayuda a crecer en la medida en que estimula y apoya la iniciativa de los otros: con su consejo, su ejemplo, su preocupación personal. Para ello es fundamental que sepa delegar y compartir responsabilidades: porque el hombre crece cuando participa.

María, la "Madre de los vivientes", es capaz de restaurar el sentido original de la autoridad y paternidad como poder vivificante. Así vuelve a hacernos amable la figura de Dios Padre, nos redescubre el gozo de ser sus hijos amados y posibilita que volvamos a ser hermanos. De este modo, María hace posible la comunión de amor que vino a establecer Jesús entre los hombres y con el Padre de los cielos. La Virgen quiere ayudarnos a hacernos más hijos y más hermanos, a redescubrir a Dios Padre como modelo de una autoridad que libera, que da vida, que une y ayuda a crecer.

Por eso María nos permite descubrir la alegría de ser hijos del Padre en Cristo, de depender de su amor bondadoso y fuerte. Y que en su corazón paternal podamos reconocer a todos los hombres como nuestros hermanos y poder acercarnos a una concepción integral de nosotros mismos, crecer en nuestra relación con el mundo y con Dios Padre. De esta forma, poder comprender verazmente a nuestros padres y autoridades -en el hogar, en el trabajo, en el país y en la Iglesia- para que junto a estos lugares de autoridad prestemos un servicio paternal según el espíritu y modelo de Dios nuestro Padre.

Ignacio Retamal Fariña

Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el a las hrs