Daño estructural
Al inicio del año bicentenario de nuestra independencia como país, Chile ha sufrido una catástrofe de proporciones. El terremoto, maremoto y las réplicas han dejado centenares de fallecidos y heridos,
| Padre Enrique Grez Padre Enrique GrezAl inicio del año bicentenario de nuestra independencia como país, Chile ha sufrido una catástrofe de proporciones. El terremoto, maremoto y las réplicas han dejado centenares de fallecidos y heridos, destruido parte importante de los hogares e infraestructura, y amargado el ánimo de millones de chilenos.
Se habla a cada momento del daño estructural que han sufrido miles de edificios tanto públicos como privados, y cada uno de nosotros conoce a alguien que se encuentra en serios problemas. Pero existe un daño estructural menos tangible aunque de igual importancia, el causado a nuestra sociedad. La tragedia de origen geológico ha dejado sus huellas no sólo a ras de piso sino también en los corazones. Lo sabemos, lo hemos experimentado en carne propia y eso ha sido corroborado por los medios de comunicación.
Se trata del llamado terremoto moral que no sólo se muestra en el miedo a los movimientos telúricos, sino en mil otras réplicas de carácter psicológico y social. Psicosis y violencia han sacudido por días enteros parte de nuestro territorio, movidos por un egoísmo del que cada uno ha sido presa de algún modo: ¿quién está dispuesto a lanzar la primera piedra? Todo ese dolor ha entrampado el ponerse de pie de muchos y nos dio la impresión de haber sido desalojados de una patria que siempre nos pareció henchida de fraternidad.
Ahora vienen los días de la reconstrucción y, esperamos, de la solidaridad. Por cierto desde la primera hora existen pequeños y grandes héroes que nos han animado a descubrir una misión de misericordia en todo esto y la vocación caritativa del chileno, que tanto echamos de menos en las primeras horas. En el año del bicentenario estamos damnificados porque un terremoto echa por tierra edificios y corazones, carreteras y ánimos, fachadas y rostros. ¿No será una oportunidad para echar por tierra viejos prejuicios, temores, costumbres y egoísmos, y construir una sociedad más justa, inclusiva y solidaria, para levantar un nuevo Chile para los próximos doscientos años y más?
Decimos que el alma de Chile es María, que ella brille ahora más que nunca iluminando nuestras caras para dar esperanza a través de nuestros ojos, y que nuestras manos sean las de ella, que quiere ayudar al Cristo que sufre hoy. Nuestros jóvenes ya lo están haciendo.
El anhelo es que no sólo construyamos materialmente una casa,
sino que forjemos un hogar espiritual.
¡Reinecita, ruego por tu Chile!
Ahora que tiembla bajo estas embestidas. (Mario Hiriart)
P. Enrique José Grez López
Marzo de 2010
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