De Pelluhue con esperanza
No es tiempo de retóricas ni de frases grandilocuentes. En medio del caos, de la desesperación, surgen -deben surgir- luces y voces de esperanza. Imágenes desoladoras han tapizado los medios de comunicación dando cuenta de una realidad insoslayable:
| Padre Hugo Tagle M. Padre Hugo Tagle M.No es tiempo de retóricas ni de frases grandilocuentes. En medio del caos, de la desesperación, surgen -deben surgir- luces y voces de esperanza. Imágenes desoladoras han tapizado los medios de comunicación dando cuenta de una realidad insoslayable: el terremoto vivido el sábado 27 en la madrugada es de dimensiones épicas, y marcará a nuestra patria por años, como una cicatriz que cruza esta tierra nuestra. Para muchos, el primero; para otros, el segundo o tercero que dan cuenta de cuán frágil es nuestra geografía. La "copia feliz del edén" que cantamos en nuestro himno patrio, con toda la belleza y majestad que la caracteriza, nos depara cada cierto tiempo sorpresas ingratas, desconcertantes.
Circula por Internet una imagen -que ya ha dado la vuelta al mundo- de la tragedia que nos enluta. Se trata de un joven de Pelluhue sujetando una bandera chilena desgajada, embarrada, rodeado de escombros. Su propia casa, según contó el periodista del acierto fotográfico. En ella se ve reflejado lo vivido en estos días de resignación, tristeza, pero también esperanza. Por un lado, la fuerza incontrolable de la naturaleza, superior a todos nuestros pronósticos y seguridades, que nos recuerda rabiosamente la fragilidad de la naturaleza humana. Pero, por otro lado, se ve nuestra bandera en manos serenas, fuertes, sólidas. Un signo de esperanza donde todo parece perdido, quebrado, roto; menos el alma de quien sabe alimentar sueños de vida.
Si bien somos un país acostumbrado a las calamidades, ésta nos sorprendió en un tiempo de cambio, término del tiempo de verano, inicio del año académico. Nunca se está preparado para una tragedia así, un golpe de la naturaleza de esta envergadura.
La grandeza de los pueblos se revela en las adversidades. En ellas brota lo mejor de cada uno. O lo peor, como se ha visto en los pillajes y robos a viviendas, supermercados y tiendas en las zonas más afectadas. Un "segundo terremoto", como bien lo llamó Monseñor Ezzati. Degradación moral, descontrol y saqueo, como si el dolor del terremoto no fuese suficiente.
Pero el lado amable es la solidaridad manifestada por la comunidad internacional y en nuestro propio país, lo que da cuenta de un sentido fraterno que se esconde en muchos corazones. Los pequeños gestos resultan tan importantes como las grandes cruzadas solidarias. Toda ayuda sirve, toda mano tendida contribuye para levantar un país caído, una voluntad cansada; regalar alegría donde ésta ha desaparecido.
Pero hay otra lectura de esta tragedia. No será solo la corrección de los números ni las ayudas materiales la que nos levantará finalmente. Será la mirada de fe, de esperanza, el sentido de vida, de anhelo de una existencia mejor después de la tormenta, la que dará nuevas luces a nuestra patria herida. Detrás de todo acontecer, desconcertante y misterioso, se encuentra la mano providente de un Dios creador, que todo, sí todo, lo conduce para bien. "Todo contribuye al bien para los que aman a Dios" (Rm 8, 28) dice San Pablo.
Una experiencia así nos obliga a volver a lo esencial, a los valores de la fraternidad, la generosidad, la sencillez, la caridad, la fe que alimenta a buena parte de nuestro pueblo y que se ha visto aflorar con fuerza en esta hora de dolor. Somos peregrinos en esta tierra. Cuando se mueven los cimientos, nuestras seguridades, todo se hace relativo. Solo permanece lo esencial.
Lo humano es esperar. La desesperanza no es propia del hombre. Nos hacemos humanos en la medida en que, a pesar y en la adversidad, reconocemos a un Dios actuante y bondadoso. El primer fruto de esa fe es la solidaridad. Quien cree, tiende una mano. Ayuda. Se entrega. Se regala. Solo tenemos esta vida para servir. Cada tragedia es una invitación para renovar lo propio del hombre que es donarse.
"El Chile del Bicentenario es hoy un país dolido, con un vasto territorio arruinado. Amamos a esta patria que ha sabido levantarse de terremotos, maremotos, erupciones volcánicas e inundaciones, un pueblo que ha superado en paz la muerte y la violencia en tantos momentos de su historia", señala Monseñor Goic en su carta a raíz del terremoto.
En horas de comprensible desesperación, el primer servicio a la patria y al prójimo, el más valioso y fecundo, será serenidad, solidaridad, trabajo firme y pocas palabras. Y una fe que se vuelve esperanza. La alegre esperanza que brota del trabajo solidario, de la entrega desinteresada, de la certeza de que todo, finalmente, irá para bien.
P. Hugo Tagle Moreno, Psch.
Chile