Ecos del Camino 10: Semana Santa en Sevilla - Mirarán al que traspasaron
Llegué a Sevilla el último viernes de cuaresma. La Providencia en su delicadeza y con sus instrumentos, me permitió predicar un retiro, que había sido siempre la experiencia durante estas fechas. En este caso fue a las hermanas y a un grupo de trabajo de esta causa que ya les he relatado. La imagen usada fue la de La Samaritana y el encuentro con Jesús en torno al pozo. Esa mujer encontrada por Jesús surgió naturalmente al pensar en la misión de esta comunidad y en sus chiquillas.
Jueves 20 de abril de 2017 | P. Juan Pablo Rovegno“Mirarán al que traspasaron”
(Jn 19,37).
Tuve el privilegio y el regalo inmenso de vivir la Semana Santa en Sevilla, que dentro de las ciudades de España es la Madre de las procesiones y los pasos (esas escenas artísticas de la pasión que recorren las calles), de las hermandades y las cofradías, de las devociones y las imágenes de culto.
Para empezar es una ciudad lindísima y en primavera lo es aún más: sus parques, sus arboledas, los naranjos en flor, la Giralda que se encumbra como un Faro - Campanario, entre el patio de la antigua mezquita y la impresionante catedral. Sus callejuelas estrechas, sus bares y tablaos, sus colores y ese acento andaluz tan familiar, tan cantado y colorido, tan cercano y sencillo. Los alcázares reales con su toque morisco y sus exuberantes jardines. Sus barrios: Triana y su herencia gitana expresada tan vivamente en “El Cachorro” (un Cristo inspirado en el último suspiro de un gitano); La Macarena y su homónima, una imagen bellísima que despierta palabras de consuelo y de cariño; Santa Cruz, un amasijo de calles angostas, patios y plazas, balcones y rincones en lo que era parte de la judería de la ciudad; el barrio del Centro, con la Iglesia de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y su sobrecogedora imagen de Cristo cargando la cruz y la Iglesia del Salvador, cuyos pasos e imágenes dejan sin aliento. Toda la orilla del Río Guadalquivir, con la Torre del Oro por un lado y Triana, por otro. El parque María Luisa con sus interminables avenidas, frondosos árboles y refrescantes cursos de agua. La Plaza España, su monumental edificación junto a otros edificios mayores y menores, testimonios todos de la Exposición Universal de Sevilla del año 1929.
Seguramente quedan muchísimos lugares en el tintero, no visité cada lugar, pero a Sevilla se la “cepillea” o “peina”, es decir, se la recorre caminando hasta gastar las suelas de los zapatos. Así se puede contemplar su belleza exterior e imaginarse la de los interiores en palacios, casas, edificios e iglesias y la de su gente, porque el andaluz es alegre y gozador.
Llegar a Sevilla en Semana Santa es una experiencia de fe que levanta de sus sillones hasta el más refinado de los marqueses (que en estos solares abundan), de sus reglamentos e incisos hasta el más puntilloso de los juristas, de sus archivos y protocolos hasta el más circunspecto de los canónigos, de sus suspicacias y remilgos hasta el más incrédulo e irreverente del imaginario colectivo español. Uno puede no creer en nada ni en nadie, pero a la Macarena y a la Trianera se las quiere y se las quiere bien, y a los Cristos que circulan por las calles durante estos días de recogimiento, se les mira en silencio, de reojo y con respeto.
Siguiendo por el costado del Parque María Luisa hacia el río, la calle pasa de llamarse de “Avenida de las delicias” a la de “La Palmera”, seguramente porque estas especies abundan en sus dos orillas. En esa calle, detrás de un portón está el convento, el colegio y la casa de acogida de las Hermanas Adoratrices. Llegué allí por recomendación de un hermano de comunidad y la acogida generosa de la superiora, una monja fuerte y vital, entregada junto a sus hermanas, en tiempo, capacidades y posibilidades a una obra mayor y admirable: rescatar, acoger, acompañar y reinsertar a mujeres víctimas de la violencia y la marginalidad, de la trata de personas y comercio sexual, la mayoría de ellas provenientes de otras latitudes, especialmente de África y Latinoamérica. Ellas mantienen vivo el carisma de su fundadora: Santa María Micaela, para quien detrás de cada una de estas chiquillas, hay una historia de dolor que necesita ser iluminada desde la vivencia del amor. Y una tarea así sólo es posible si se es sostenido por Dios, por eso es muy decidor que su identidad y misión estén respaldadas por horas de adoración ante el Santísimo.
Si de Pasión se trataba, de oscuridad y abandono, de esperanza en la experiencia del límite, de liberación de las duras cadenas de la marginalidad… compartir el día a día, la mesa familiar y los procesos de vida junto a estas hermanas (las consagradas y las acogidas), fue vivir un “paso” real de la pasión y el sufrimiento humanos, de la dureza de la vida para muchos, pero por sobre todo, de la esperanza y la fe en lo más noble y digno que cada persona tiene, aunque el mismo ser humano en su dimensión más oscura haya pisoteado esa dignidad y, lo más doloroso, haya truncado la inocencia, los sueños y las necesidades de mujeres-niñas, mujeres-madres, mujeres-hijas, mujeres-esposas.
Los días santos cobraron una intensidad que no hubiera imaginado, ya les compartí en “Blessing, nuestro saludo pascual”, como fuimos testigos de la Pascua de una mujer encerrada en las tinieblas de la dureza de su vida. Sólo puedo agregar que en la Vigilia Pascual (que compartimos en la sencilla parroquia de Jesús Obrero, donde participa la comunidad), ella se integró al coro y cantó. El recuerdo más lindo fue verla al día siguiente con su pequeña hija, esa hija que no podía contar con su madre y que ahora será una nueva causa para luchar y salir adelante.
Llegué a Sevilla el último viernes de cuaresma. La Providencia en su delicadeza y con sus instrumentos, me permitió predicar un retiro, que había sido siempre la experiencia durante estas fechas. En este caso fue a las hermanas y a un grupo de trabajo de esta causa que ya les he relatado. La imagen usada fue la de La Samaritana y el encuentro con Jesús en torno al pozo. Esa mujer encontrada por Jesús surgió naturalmente al pensar en la misión de esta comunidad y en sus chiquillas…
“El Pozo, Jesús, la Samaritana, los Otros
y Nosotros, en estos días de Semana Santa:
La Semana Santa representa una aceleración de este proceso de encuentro entre nuestra precariedad y nuestra necesidad de sanación, perdón, liberación y sentido, con Alguien que al mirarnos con Amor y recorriendo también nuestro camino humano hasta dar la vida por amor, nos sana, anima, reconcilia, levanta, integra y envía.
Toda nuestra precariedad en limitaciones, debilidades, heridas, necesidades, rupturas, errores y pecados, se encuentra con Aquel que puede transformarlo todo en posibilidad, en oportunidad, en realidad de una nueva vida. Descubrirse amado incondicional y desinteresadamente, recupera nuestra dignidad y libertad perdidas o dormidas, escondidas o aplastadas. Y nos capacita para amar realmente.
No se trata de un juicio, sino de un encuentro de amor que transforma al que ama y al que es amado”.
Por allí versó el retiro. Lo más lindo fue darse cuenta de la grandeza de esta mujer como imagen de la humanidad tan necesitada porque tan perdida, de un encuentro con alguien, quien, a través de la experiencia del amor que acoge y dignifica, ordena y orienta, le da a la propia vida sentido y un sentido trascendente.
Fue maravilloso darse cuenta que este pozo y esta mujer nos recuerdan a otro pozo y a otra mujer, ya que según una tradición la Anunciación se habría producido en el pozo donde María iba por agua en Nazareth. Unir a ambas mujeres fue unir la pedagogía divina: en torno a un pozo, que simboliza la vida, el llegar al pozo que simboliza la búsqueda de sentido para nuestra vida, y el encuentro con Aquel que transforma nuestra vida. En torno al pozo, una recibió el mensaje de la Encarnación y lo hizo suyo, la otra el mensaje de la Redención y lo hizo suyo también. Esa “receptividad obsequiosa” de ambas mujeres, tan distintas como distintas son las circunstancias de sus vidas, las une en la capacidad de acoger la presencia y el mensaje que Dios les anuncia, y de trasmitirlo a otros. Es abajar a una y elevar a la otra, y en ambas con consecuencias radicales para sus vidas: se obra el milagro del “Dios con nosotros”.
Las procesiones con sus hermandades partieron el Domingo de Ramos con el Paso de “La Borriquita”: un paso maravilloso de Jesús montado en una Borriquita con niños a su alrededor, palmas y alegría. Las imágenes del paso con de tamaño real, verdaderas piezas de arte, muchas antiguas y barrocas. Siguiéndole siempre, detrás de la Imagen de Jesús, viene el “Palio” con la imagen de la Virgen. Ella no sólo como madre sino también como colaboradora de Jesús, expresándolo en esa compañía permanente. La mayoría de las veces va sola y ataviada con un esplendor que deja mudo, en otros pasos va acompañada con San Juan, el discípulo que estará también junto a ella al pie de la cruz.
La salida de los pasos emociona porque se produce en un silencio absoluto, desde la sede de la hermandad correspondiente (la iglesia o templo donde se veneran las imágenes que salen a recorrer la ciudad).
Hay pasos que están conformados por varios grupos de imágenes, lo que supone el mismo número de andas, cargadas por los costaleros. Estos últimos son los héroes anónimos de las procesiones, ya que las cargan sobre sus hombros: apretujados, ocultos y en total oscuridad, bajo las instrucciones del capataz quien golpea el “llamador” para detenerse, avanzar, girar o levantar. Muchas veces la salida es con los costaleros en cuclillas y la “levantá” del paso, bajo las órdenes del capataz, es una proeza mayor que hace cimbrar el paso entero, con las candeleras, las flores, el palio y las imágenes.
Sobrecoge el ritmo y el efecto de la marcha en los misterios y en el palio: da la sensación de que Cristo camina ante nuestros ojos y que la Virgen navega junto a nosotros. Tal pericia es fruto de una ardua preparación de meses, ya que serán horas cargando el paso por estrechas calles y rodeados de multitudes.
La ornamentación del paso merece un párrafo aparte: las flores, los candeleros, los cientos de velas, las vestimentas, los mantos de la Virgen, la calidad y realismo del “misterio” en sus imágenes y símbolos. Un solo ejemplo: La Macarena. Todo en ella es Pasión, es decir, una mezcla de dolor y amor: en su rostro, en su vestimenta, en sus ornamentos, en el palio, en su manto, en su corona y en sus joyas. Sí, joyas, porque en Andalucía las Madonas son en primer lugar mujeres y muy femeninas, llevan aretes, broches, brazaletes y tienen muchos vestidos. Por supuesto que no falta quien dice que es una desfachatez y un gasto inoficioso (recuerdan a ese episodio de Judas que ponía en duda el valor de la unción de Cristo con un perfume de nardo puro, por el “gasto”), pero detrás está la devoción y la expresión de amor del pueblo creyente que se obsequia a través de estos obsequios.
Hay una real comunión entre naturaleza y gracia que dejaría pasmado a más de algún teólogo en sus esfuerzos por explicar el valor de las causas segundas, un ejemplo: los broches de esmeraldas de La Macarena fueron el regalo de un torero, quien al ver en París a las mujeres ataviadas con tales lujos, quiso lo mismo para su Mujer por excelencia (lo supe por la explicación detallada y fervorosa de Jose y Ana, un matrimonio “andalú” que me llevó hasta allá)). Todo lo que vemos puede acogerse con admiración y respeto, sólo si aceptamos humildemente el valor de la fe y la piedad encarnadas en la afectividad de todo un pueblo. Lo que se siente se expresa y se expresa como lo hacemos en nuestra vida concreta. Siempre está el desafío de orientar la devoción, pero nunca a costa de ella.
Podría escribir páginas y páginas de cada paso, de cada misterio. Lo cierto es que es una ciudad volcada a sus calles durante estos días. Por supuesto que hay mucho turista (yo mismo era una mezcla de piedad, emoción, curiosidad, impresión y sorpresa), pero lo que impregna el ambiente es la fe y las expresiones de esa fe. Sorprende, por ejemplo, la elegancia del sevillano al salir al paso del Paso: la mayoría de los varones de traje y corbata y las mujeres de falda y tacón. Incluso la tarde y noche del Jueves Santo, muchas de ellas de negro, con mantilla y peineta.
Las bandas dan a cada paso solemnidad, contrición, algarabía o recogimiento, según sea el momento y el misterio. Una de las más impresionantes es la banda de legionarios, que acompaña el Misterio de la Sentencia del Paso de la Macarena. Es una representación del juicio de Jesús ante Pilatos: está la imagen de Jesús, un par de centuriones, un sumo sacerdote, Pilatos lavándose las manos, su mujer suplicante a un lado y el esclavo acercándole la jofaina con el agua y la toalla, al otro. Detrás del paso viene “la centuria”: cien hombres vestidos como legionarios romanos, tocando tambores, con espadas, armaduras, cascos y plumas.
El paso siempre viene precedido, escoltado y seguido por “los Nazarenos y penitentes”, que en algunos pasos y hermandades pueden alcanzar los 3000, sin contar a los miembros que no participan de la procesión. Todos ellos van ataviados con su túnica y el “capirote” o cucurucho. Los colores son diferentes, según la hermandad y el paso al que pertenecen. Hay nazarenos adultos, jóvenes, hombres, mujeres, niños y niñas. La mayoría lleva un gran cirio, que son el deleite de los niños, ya que van formando bolas con la cera que piden a los nazarenos a su paso. Otro rito es que lleven dulces, especialmente los nazarenos más pequeños y que los regalan como respuesta al “nazareno dame un caramelo”.
Cada paso debe llegar hasta la Catedral, que es la “estación de penitencia”. De allí que un paso puede durar muchas horas, sobre todo si viene desde la otra orilla del Guadalquivir (como sucede con “el Cachorro” y “la Trianera”).
A la Catedral llega el paso entero, sólo la banda se queda fuera, y son recibidos por los canónigos de la Iglesia mayor de Sevilla. Verlos traspasar el umbral de la gran puerta, atravesar el templo y salir, es de una gran emoción. Mientras lo hacen, se escucha por los altavoces la preparación que tuvieron durante el año hasta llegar a este momento. Es una preparación no sólo física y estética, sino también espiritual y solidaria, ya que las hermandades tienen formación, acompañamiento y servicio a la comunidad en general (algunos proyectos específicos de las Adoratrices han recibido apoyo financiero de las hermandades).
Un momento muy especial de la Semana Santa es la “Madrugá”, es decir, la salida de los pasos la noche del Jueves Santo y la madrugada del Viernes de Pasión. Hay pasos que representan el misterio entero, por ejemplo, la Última Cena o la Oración en el Huerto. Pero esa noche, los que más fervor despiertan son tres: El paso de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, una imagen impactante de Jesús cargando la cruz, y que se realiza en total silencio. La Macarena, que se caracteriza por la algarabía, los piropos y la alegría. Y Nuestra Señora de la Esperanza de Triana, que viene desde la otra orilla del río y su paso por el puente es de una belleza sin par.
Muchas veces, al salir o en momentos de total silencio, irrumpen desde algún balcón las quejumbrosas voces de las saetas: un canto con raíces árabes y judías, dirigido al misterio que pasa. Los pelos se ponen de punta al escucharlas, por su desgarro y piedad.
Hay que agregar que para poder contemplar el paso del “Paso” se requiere conocer los datos, callejuelas y rincones por donde pasa, seguir a los que saben y tener mucha paciencia: hay veces en las que hay que esperar un par de horas hasta ver el paso, pero se hace llevadero por el entusiasmo, la devoción y la diversidad de vida de los adultos, jóvenes y niños que esperan.
Este año hubo situaciones complicadas durante la Madrugá: está el fantasma de los atentados en el ambiente y, si bien todos estábamos en la calle con entusiasmo y confianza, hubo algunos momentos de pánico cuando algunos “gamberros” trataron de boicotear las procesiones, disparando petardos o provocando estampidas de personas con sus gritos. Hubo heridos e histeria, pero todo se controló y muchos no nos dimos ni cuenta. Hay que agradecer a los que lograron calmar a las “bullas” rezando y bajando el perfil de lo sucedido, así como a las fuerzas de seguridad que se entregaron por completo durante esos días.
Por otro lado, también hay fuerzas políticas que quieren erradicar las manifestaciones de fe y las procesiones de las calles, en ellos sorprende el descriterio de muchos de nuestros servidores y representantes públicos: aquí está el alma de los que están llamados a servir y con el alma del pueblo no se juega.
Finalmente la Pascua, que llegó a nuestros corazones y a nuestra comunidad: en la Vigilia en la que participamos, no sólo Blessing cantó, también otra chiquilla rescatada y su pequeño hijo fueron bautizados.
“Destiny, ¿qué significa el bautismo?”, preguntó la hermana adoratriz que los había preparado… “es amar a Jesús”, respondió el pequeño (negro como un chocolate y con una mirada chispiante y viva como la espuma).
Es amarlo, porque al sentir un amor tan grande sólo cabe responder con el amor.
Estos días fueron eso: la vivencia del recuerdo y la renovación de un momento fundamental de nuestra fe, pero también la vivencia concreta en personas y situaciones, de que a un amor tan grande sólo se le puede responder amando, especialmente al que está al margen del camino.
El domingo Pascual partí temprano de regreso a Madrid, por lo que no pude participar del último paso: el de la Hermandad de la Resurrección con una bellísima imagen de Cristo Resucitado y un palio con Nuestra Señora de la Aurora. Una devoción que crece cada día más. Sí, porque “sin Resurrección, vana sería nuestra fe” y vana sería nuestra esperanza.
Sin resurrección, Destiny y la humanidad entera, no hubiésemos conocido lo que significa amar y ser amados.
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Maria Isabel Herreros Herrera
Viña del Mar, Chile