Ecos del Camino 2: Tierra Santa - Acerca aquí tu dedo
Hay un fenómeno que sorprende en Tierra Santa: se despierta la necesidad de tocarlo todo. La expresión sensible y el lenguaje corporal son fundamentales para que lo que pensamos o sentimos cale más hondo y pueda llegar a constituir un signo auténtico.
Viernes 10 de marzo de 2017 | P. Juan Pablo Rovegno"Acerca aquí tu dedo y mira mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado,
y no seas incrédulo"
(Jn 20, 27)
Hay un fenómeno que sorprende en Tierra Santa: se despierta la necesidad de tocarlo todo, por supuesto que ayudan las expresiones de fe de los peregrinos, especialmente las de los pueblos eslavos. Postrarse, arrodillarse, besar, tocar, persignarse... cobran en ellos una dimensión expresiva que entusiasma, que atrapa y conquista, al punto que uno no tarda mucho en superar aprehensiones, rigideces y pudores, para tocar, besar y postrarse ante el misterio y la grandiosidad, así como la sencilla cercanía de los lugares, las imágenes y los signos que observamos.
La encarnación del Hijo de Dios nos hace comprender y legitimar esta necesidad expresiva, incluso el toca para sanar. El presupuesto está en nuestra propia naturaleza: somos seres sensibles, dotados de sentidos que necesitan encontrarse con el mundo que nos rodea y ese mundo no es sólo la virtualidad o la exacerbación sensual, lo es también la sacralidad de todo y de todos: todo ha sido creado, redimido y elevado por Dios, hemos sido hechos a imagen y semejanza del Creador, y en Jesús todo lo humano es camino de encuentro con Dios.
De allí que sea sorprendente y valioso aprender a expresar nuestra fe. La liturgia con toda su riqueza verbal y corporal busca eso, pero hay que ir un poco más allá: aprender a valorar las expresiones sensibles, aprender a descubrir nuestro propio lenguaje corporal y gestual como expresión de nuestra fe. El aprecio, la cercanía y el amor humanos tienen expresiones: un abrazo, un beso, las manos tomadas, una caricia, una sonrisa; hay gestos que expresan alegría, otros tristeza, compasión o sorpresa.
La expresión sensible y el lenguaje corporal son fundamentales para que lo que pensamos o sentimos cale más hondo y pueda llegar a constituir un signo auténtico.
El riesgo de una fe intelectualizada o descarnada está siempre latente, sobre todo cuando llenamos de prejuicios sus expresiones sensibles. Pareciera que tales expresiones corresponden a estadios primitivos de la fe, incluso reservados a ambientes y expresiones más bien populares.
En nuestra sociedad donde hemos mal entendido la sobriedad y la hemos confundido con la parquedad y la represión afectiva, o en la que buscamos desordenadamente expresarlo todo sin filtros ni pudores, especialmente a través de las redes sociales, parece contradictorio que tal necesidad pendular no alcance a las expresiones de fe: es mal visto el aplaudir, el tocar, el buscar cómo expresar lo que sentimos. Llama la atención, por ejemplo, como en ciertos círculos el saludo de la paz ha desaparecido o se ha limitado a un pestañeo. Hay ambientes donde lo óptimo es una misa "limpiecita" y rapidita. Por supuesto que no se trata de hacer de cada celebración un espectáculo, pero el encuentro es con Dios, con nosotros mismos y con los demás, y eso exige formas y expresiones. De lo contrario lo que celebramos tiene el riesgo de no tocar lo que vivimos. De allí que es tan necesario el lenguaje de la fe: descubrir un lenguaje común, pero también uno personal, que la exprese.
Las celebraciones demasiado formales, la rigidez estructural litúrgica, el respeto mal entendido y la sacralidad descarnada, son un peligro mayor que el riesgo de la banalización ritual.
Tierra Santa conmueve y seduce en sus expresiones, las que no están reservadas al ambiente cristiano: los musulmanes se descalzan, se postran y se dirigen hacia la Meca, los judíos tocan con sus frentes el muro de los lamentos, incluso mueven sus cuerpos y recitan en voz alta pasajes de la Torá. En estos tres credos, al menos en Tierra Santa, no hay censura social ante la expresión personal y comunitaria de la fe; hay ciertos acuerdos y límites propios de cada credo, especialmente entre los cristianos que nos disputamos espacios y horarios en los lugares sagrados.
Cuando Jesús interpela la incredulidad de Santo Tomás no lo hace sólo como reproche por su falta de fe, lo hace también reconociendo la necesidad humana de tocar, de sentir, de palpar la realidad de su Resurrección.
No todo se puede reducir a una afirmación o certeza intelectual, o al cumplimiento formal y voluntarioso de una norma. La fe supone un encuentro personal, de allí que necesitamos expresar y sentir lo que la fe manifiesta.
Jesús en Tomás legitima esa expresión. Seguramente los demás apóstoles también estaban deseosos y necesitados de tocar, pero no se atrevían por temor o pudor. Gracias a Dios un Tomás, en su impulsividad, nos arrastra a todos a tocar, sentir, palpar lo que creemos y necesitamos creer.
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Maria Isabel Herreros
Viña del Mar, Chile