Ecos del camino 21 - Peregrinar a Medjugorje (en Bosnia-Herzegovina)
Al llegar a Medjugorje sorprende la pedagogía divina en torno a las apariciones. No se trata de grandes centros urbanos ni tampoco de videntes letrados: la Virgen se apareció, como en Lourdes y en Fátima, en un villorrio ínfimo y rural, a jóvenes sencillos que pastoreaban rebaños familiares o jugaban en el monte.
Martes 22 de agosto de 2017 | P. Juan Pablo Rovegno“Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”(Mt 9, 36)
Peregrinar a Medjugorje fue una sorpresa de la Providencia como muchas de las vivencias de estos meses. Gracias a la sugerencia de un hermano de comunidad y la generosidad de una gran mujer, pude partir desde Madrid con un grupo diverso de peregrinos de toda España. La mayoría íbamos por primera vez a este pueblo ubicado en Bosnia-Herzegovina, cerca de la frontera con Croacia, testigo de las apariciones de la Virgen desde el año 1981 a seis jóvenes (cuatro mujeres y dos varones) entre los 10 y dieciséis años. Las apariciones son todavía objeto de estudio y confirmación, sobre todo aquellas que durante mucho tiempo se dieron simultáneamente a los seis videntes, ya que hasta ahora prosiguen de manera particular a cada uno de ellos.
Llegar hasta allá supone recorrer parte de lo que fue la antigua Yugoslavia, con toda la belleza costera del mar adriático, ciudades de antología como Dubrovnik, y varios puestos fronterizos que dividen el territorio y nos recuerdan la cruenta e irracional guerra de los Balcanes, con su estela de horror y dolor, destrucción y genocidio. Hoy, gracias a Dios, reina la Paz. De allí que no resulte evidente que justamente la advocación de la Virgen en Medjugorje sea la de Reina de la Paz, intención que acompañó las apariciones por cerca de 10 años, antes de la irrupción del cruel conflicto territorial y étnico, que trajo como consecuencia la dolorosa cifra de 140.000 muertos y 4 millones de desplazados.
Al llegar a este poblado sorprende la pedagogía divina en torno a las apariciones. No se trata de grandes centros urbanos ni tampoco de videntes letrados: la Virgen se apareció, como en Lourdes y en Fátima, en un villorrio ínfimo y rural, a jóvenes sencillos que pastoreaban rebaños familiares o jugaban en el monte.
Hay un hecho que llama la atención, Medjugorje significa “entre montañas” y justamente es un poblado ubicado entre dos montes: el Krizevac (colina de la Cruz) en la que se erigió en 1934 una cruz monumental que conmemora los 1900 años de la muerte de Jesús, un lugar de arraigo y peregrinación de los habitantes del lugar; y el Monte de las apariciones, el Podbrdo, que se transformó en un lugar de peregrinación desde las apariciones en 1981.
Jesús y María en permanente diálogo y colaboración… María junto a la cruz del Señor.
Hoy Medjugorje, como ha sucedido en todos los lugares de peregrinación religiosa, se ha transformado en un centro urbano lleno de hoteles, residencias y comercio. Todo y todos giran en torno al acontecimiento de fe, especialmente la pastoral que desarrollan los padres franciscanos desde la Parroquia de Santiago Apóstol. Sorprende una rica propuestapastoral a través de los sacramentos, los encuentros, la reflexión, los medios de comunicación y las redes, la oración, la adoración, la solidaridad, la fraternidad y la acogida. Todo en medio de multitudinariasmanifestaciones de fe y búsqueda de los cientos de miles de peregrinos, especialmente eslavos e italianos, pero con una presencia culturalcada vez más diversa, que hace de este lugar un lugar de peregrinación mundial.
He escogido la cita de Mateo para compartirles mis impresiones sobre este lugar de gracias, porque para mí expresa los sentimientos de Dios en estas iniciativas extraordinarias, que han acompañado en diversos momentos la historia de salvación y que obedecen, a la libertad de Dios de manifestarse como él quiere y a la necesidad humana de experimentar sensiblemente al Dios de la historia.
Ni mi formación ni mi camino personal se fundamentan en estos hechos extraordinarios, pero ¿quién soy yo para poner en pregunta la libertad y misericordia de Dios, que se ponen en movimiento ante nuestra necesidad y vulnerabilidad? Sabemos por experiencia propia que no hay nada que subyugue más a Dios que la pequeñez del ser humano, no en el sentido de minusvalorar nuestra condición humana, sino en el necesario encuentro entre nuestra necesidad de salvación y el amor infinito de Dios. Y cuando hablo de salvación, no me refiero en primer lugar a la necesidad de purgar pecados, sino a la necesaria experiencia de sentirnos animados, levantados, sanados, reconciliados, amados por el Dios de nuestra vida.
Esa experiencia es la radical vivencia de este lugar. No presencié ningún milagro externo ni tampoco desfilaron ante mí o en mí dones extraordinarios, pero sí en la fe de los cientos de miles de peregrinos, hombres, mujeres, niños y jóvenes (la mayoría de ellos sencillas personas necesitadas de animar su fe, de renovarla y compartirla), pude experimentar el maravilloso milagro de la fe compartida que anima, levanta, da fuerzas para vivir y volver empezar.
Como los niños necesitados de los cuidados paternos o los esposos de las caricias o los jóvenes de la experiencia sensible de sus impulsos (expresiones concretasde los vínculos que nos componen), en este lugar experimentamos sensiblemente a un Dios que acoge y escucha lo que traemos en el corazón en alegrías y dolores, esperanzas y anhelos, preguntas e inquietudes.
El mayor milagro es el redescubrir el sentido de la vida desde Cristo, ayudado por las expresiones de fe de todos los que nos rodean. Uno no puede quedar impávido ante la fe eslava que besa y abraza lo que considera venerable, ante las miles de pisadas que han pulido las duras piedras de los montes de la Cruz y de las Apariciones, tampoco ante los miles de peregrinos que se acercan al sacramento de la confesión (hay decenas de confesionarios y somos decenas los sacerdotes, que confesamos en todos los idiomas posibles a los cientos que se acercan), a los miles que participan de la eucaristía y de la adoración cantada y meditada, ni al testimonio de tantos que regresan a sus vidas cotidianas con una renovada esperanza.
No es difícil imaginarse a las multitudes que seguían a Jesús y que como hoy, viven en un mundo sin una clara conducción hacia una plenitud humana, sino más bien en las redes de un economicismo inmisericorde, de un trastorno de valores humanos fundamentales, de liderazgos paranoicos y narcisistas, de un vacío en la necesidad de amar y ser amados, de un pluralismo y un individualismo que atentan contra toda auténtica fraternidad y solidaridad interplanetaria, de una virtualidad indiferente, compensatoria y anónima que sustituye encuentros y vínculos personales.Son multitudes necesitadas de quien nos acoja, conduzca y enseñe el camino para una auténtica humanidad y fraternidad.
En ese sentido la centralidad de Cristo en la pastoral y en la vida sacramental del lugar, en los espacios de oración y peregrinación, en las reflexiones de homilías y encuentros, son el mayor seguro de un espacio querido por Dios.
Lo que atenta contra el equilibrio es la atracción que produce en grupos tradicionalistas de iglesia, que fundan la experiencia de fe en una imagen severa de Dios, en la condenadivina y humana, y en una concepción penitencial de la vida; así como las rarezas en manifestaciones extraordinarias, que son las mínimas.
También me produce distancia el que hay todo un cronograma de apariciones individuales a los videntes, así como un decálogo de secretos que lo único que hacen es alimentar el morbo y la manipulación. No hay que olvidar que somos seres humanos y no ángeles, por lo que también somos objeto de obsesiones, fijaciones y perturbaciones, que confunden o tensan la autenticidad y simplicidad del mensaje divino.
Tres palabras resumen esta experiencia que se vio enriquecida por el grupo de hermanos y hermanas que conformaban nuestra peregrinación, de gran riqueza en el intercambio, en la apertura gradual a las gracias del lugar y de sencillez de corazón para abrirse al don fraterno:
Compasión: la iniciativa de Dios que contempla nuestra pequeñez y necesidad sensible, no permanece indiferente ante la necesidad humana de salvación y toma la iniciativa para encontrarse con nosotros.
Conversión: manifestada en la necesidad de reconciliación a través del sacramento de la confesión, como expresión de la necesidad de acogida, de sentido y fuerza para seguir el camino de la vida.
Comunión: concreta en la diversidad cultural, social y geográfica de los peregrinos y que tiene una concreción maravillosa en la eucaristía traducida a tantos idiomas diferentes y en la adoración meditada y cantada, que nos convoca ante el único Pastor que es capaz de reunirnos a todos (al menos en ese momento) en una misma grey.
Por último, me parece sugerente que en una Europa que expresamente ha tomado distancia de sus raíces cristianas o que muchas veces ha reducido la experiencia de fe a una idea o a un ejercicio ético, encuentre aquí un espacio para volver a la sencillez y vitalidad de la experiencia sensible y concreta del Dios de la vida, que lleva por la fuerza de la experiencia a un cambio de vida.
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Maria Isabel Herreros Herrera
Viña del Mar, Chile