Ecos del Camino 8-1: Jesús lleno de alegría
Dejé Tierra Santa con la alegría de haberme encontrado con Jesús en lugares, personas y vivencias; en la historia y en la tradición, en la vida comunitaria, en los Evangelios y relatos orales, en la liturgia y en la fe del peregrino y, porque no decirlo, también en mi corazón.
Viernes 31 de marzo de 2017 | P. Juan Pablo Rovegno"Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó:
te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado estas cosas a los pequeños..."
(Lc 10, 21).
Dejé Tierra Santa con la alegría de haberme encontrado con Jesús en lugares, personas y vivencias; en la historia y en la tradición, en la vida comunitaria, en los Evangelios y relatos orales, en la liturgia y en la fe del peregrino y, porque no decirlo, también en mi corazón.
Cuando pienso en Jesús, si bien tengo plena conciencia de que Pasión y Cruz preceden a la Pascua, lo veo alegre y lleno de esperanza. El solo contacto con la vida, por mínimo que sea, distiende al alma: paisajes, personas, realidades diversas. No se trata de una visión romántica y compensatoria de las visicitudes de nuestra humana condición, sino de creer que Dios todo lo hizo bueno y, que si bien el pecado está y rompe el equilibrio de nuestra urdimbre de vínculos, estamos hechos para amar y ser amados, para encontrarnos y complementarnos, para descubrir, animar y valorar ese misterio tan grande y tan cercano a la vez: fuímos hechos a imagen y semejanza del Creador, y Dios es, ante todo, bondad, belleza y justicia. Dios es amor. Y por la fuerza de ese amor nos sana, levanta y anima.
Por eso en Tierra Santa, más allá de los conflictos y tensiones, diferencias y defensas, la vida vive y sigue su curso: hay sonrisas y esperanzas. Un ejemplo radical son los muchos niños que circulan, juegan, corren, lloran y ríen. Se podría argumentar sociológicamente diciendo que es un fenómeno que se explica por la necesidad de apropiarse y perpetuarse, territorial y culturalmente; se podrían dar argumentos desde la demografía y se diría que sin control de la natalidad, no puede ser de otra manera; o bien, desde otro rincón, argumentar que en culturas machistas y de sumisión de la mujer, considerándola sólo como sujeto de procreación y crianza, la consecuencia es una gran cantidad de infantes.
Todo es posible, lo cierto es que hay niños y niñas, hay risas, hay complicidad entre los amigos de juego y picardía en las miradas. Eso es Pascua, pero también es simple y sencillamente, humanidad. Ni la represión ni las armas, ni las diferencias y distancias han logrado acallar la alegría. Incluso detrás del muro hay bailes, mucho colorido, muchos sabores y olores que sorprenden y deleitan los sentidos.
Un representante de esa alegría de vivir es Samy: en plenas callejuelas de Belén un hombre sencillo y risueño, con un servicio de te a la mesa y a la mano que ni en Buckingham Palace se ofrece: va de aquí para allá con su bandeja portátil llevando un maravilloso brevaje a los comercios cercanos y a los paisanos. A uno, como transeúnte, le ofrece el mejor lugar: sencillamente la vereda (o bajo un portal si está lloviendo), con un par de sillas y un banco que él mismo trae de su salón de te (un cuchitril pequeño y oscuro). Y su te es maravilloso: romero, menta, hierbabuena, gingibre, miel, manzanilla y canela. Como buena persona que es, nos da la receta sin guardarse ningún ingrediente, con la sonrisa en los labios y un abrazo de amistad. Incluso más, a la pregunta ¿cuánto te debemos Sam? responde sin atisbo de trampa o regateo : "lo que tú quieras mi amigo".
"Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo". Me lo imagino riendo y celebrando la vida y los encuentros, agradeciendo a Dios y a las personas la vida compartida, con la certeza de su mensaje de esperanza.
También en la cruz brotó una sonrisa , parece una locura, pero es lo que ví después de Tierra Santa: la Providencia a través de sus instrumentos (que no han faltado en este peregrinar), permitió sumarme a una peregrinación de familias y jóvenes de Schoenstatt a Javier, la tierra de San Franscisco Javier. Fueron mas de 30 km entre los paisajes bellisimos de Navarra. Algo de nieve, mucho sol y verdor, la alegría y sencillez de los peregrinos. Al llegar a la iglesia junto al castillo de Javier, después de la misa de rigor junto a otros grupos de peregrinos, subimos por una rampa hacia la imagen del Cristo de la Sonrisa. Sí, crucificado y todo, pero sonriente. No se trata de una carcajada, sino de una suave sonrisa. Insólita en el arte románico, tan hierático y sobrio, pero es una sonrisa. ¿Habrá visto el rostro de su madre? ¿ habrá contemplado los primeros ecos del triunfo pascual? ¿habrá visto como la tierra se movía para rescatar con su amor a los que vivían en tinieblas y sombras de muerte? ¿sería la certeza de su misión de amor llevada hasta el final? ¿acaso habrá escuchado nuevamente en su corazón "tú eres mi Hijo amado"? ...
Se desconoce la motivación del artista, pero supo captar un segundo de la esperanza pascual en Cristo: el Amor es más fuerte que la muerte.
De allí seguimos el camino, ya no a pie, sino movilizados. Tuve el inmenso regalo de ir con Paloma, Mica y Antonio, todos de la familia de Schoenstatt de Madrid, quienes fueron muy acogedores y generosos. Fue sentirme en casa. Parada de rigor en el reino de los huevos fritos y las morcillas, buenísimos. Y, como coronación a esta experiencia de la alegría, la visita a una nueva comunidad femenina en La Aguilera: "Iesu Communio". Un impacto al compartir en el locutorio mayor con cerca de 200 mujeres, la mayoría muy jóvenes, consagradas a Dios, alegres de vivir y compartir su experiencia, con una fuerte vida de oración, comunidad y acogida al peregrino. Es toda una nueva irrupción del Espíritu Santo, que no deja de renovar a su Iglesia en el dinamismo de los carismas diversos. Surgen de un grupo de clarisas quienes, luego de confirmar su originalidad, fundaron una nueva comunidad.
Hay una constante en ellas y que también percibí en las comunidades de consagrados y laicos en Tierra Santa: la fuerza del testimonio que se comparte y anima. No se trata de estar hablando de sí mismos narcisistamente, sino del valor de nuestro encuentro personal con Jesús que se renueva, se confirma, se complemeta y se enriquece cuando se comparte. A veces compartimos tantas cosas sin descanso y sin filtro: información, críticas, consumo, chismes, tonteras...pero no hablamos necesariamente del Dios de nuestras vidas y como nos ha transformado la existencia. La vida del Cristiano se funda en el testimonio de nuestro encuentro con Jesús o de cómo fuímos encontrados por Él. Sin que necesariamente tengamos que ir a pararnos a las esquinas, hay que superar el pudor y, a veces la vergüenza, de hablar del Dios de la vida y de nuestras vidas. Que se exprese más libre y generosamente. Una sociedad pluralista como la que vivimos manifiesta un contrasentido innato: todo menos Dios o sus valores trascendentes; pero no cedamos a la tentación de callar, por respeto o temor, lo que Jesús conquistó con su Vida, su Cruz y su Pascua.
Cristo nos sonríe a cada uno y ha llenado de sentido nuestras vidas, lo sigue haciendo en cada persona, en cada circunstancia, en cada acontecimiento y lugar. Lo hace con la esperanza de encontrarse con nosotros y de renovar su mensaje de amor en cada realidad espacio temporal. Porque el amor de Dios es concreto como esos niños en Tierra Santa, como Samy y su maravilloso te, como las Carmelitas de Haifa ("piccola, piccola, piccola", decía la más pequeña de estatura y la mayor en años, solo así se entiende ser Carmelita en tierra de misión), como esos peregrinos de la Javierada al encuentro del Cristo de la sonrisa, como esas mujeres sencillas y alegres en La Aguilera, como cada uno de nosotros cuando aprendemos a vivir desde ese encuenro con Jesús, que coloreó de esperanza nuestras vidas y nos enseño a sonreír y a reír, aún en las tribulaciones, porque Él está con nosotros y en medio nuestro, dando sentido a todo lo que vivimos.
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