El claro-oscuro en nuestras vidas
En la ceremonia "del fuego nuevo", donde estamos a oscuras por un largo rato durante la homilía, pude escuchar todo lo que no escucho cuando hay luz. Escuchaba los pasos de la gente, el movimiento de los árboles, el estornudo del señor que se encontraba como a diez sillas de mi lugar; a la señora que regañaba al niño y muchas cosas más. Trataba de poner atención a las lecturas, pero me costaba trabajo. La oscuridad desviaba mi atención a los sonidos insignificantes. Hice un gran esfuerzo por concentrarme. Hasta que por fin... ¡llegó la luz! Y todos esos ruidos desaparecieron. Ahora sí... solo escuchaba lo que yo quería escuchar. Ahora mi vista ya tenía un punto fijo, y mis oídos una dirección. Mis sentidos lograban captar lo esencial. Esto me dejó pensando como, en nuestras vidas, muchas veces la oscuridad no nos deja ver ni escuchar la palabra de Dios. Nos llegan ruidos de todos lados, ruidos que desvían nuestra atención de lo que verdaderamente es importante para el Padre...
| Lucía Zamora (San Luis de Potosí, México) Lucía Zamora (San Luis de Potosí, México)
En la ceremonia "del fuego nuevo", donde estamos a oscuras por un largo rato durante la homilía, pude escuchar todo lo que no escucho cuando hay luz. Escuchaba los pasos de la gente, el movimiento de los árboles, el estornudo del señor que se encontraba como a diez sillas de mi lugar; a la señora que regañaba al niño y muchas cosas más. Trataba de poner atención a las lecturas, pero me costaba trabajo. La oscuridad desviaba mi atención a los sonidos insignificantes. Hice un gran esfuerzo por concentrarme. Hasta que por fin... ¡llegó la luz! Y todos esos ruidos desaparecieron. Ahora sí... solo escuchaba lo que yo quería escuchar. Ahora mi vista ya tenía un punto fijo, y mis oídos una dirección. Mis sentidos lograban captar lo esencial.
Esto me dejó pensando como, en nuestras vidas, muchas veces la oscuridad no nos deja ver ni escuchar la palabra de Dios. Nos llegan ruidos de todos lados, ruidos que desvían nuestra atención de lo que verdaderamente es importante para el Padre.
En algún momento de nuestra existencia nos hemos encontrado en una tremenda oscuridad, y no sabemos que pasa. Creemos que todo está bien: tenemos empleo, una linda pareja, amigos agradables, vivimos contentos... pero algo nos falta que no estamos conformes... y no sabemos qué es. Nos sentimos espectadores de la vida de los demás, y no vivimos la nuestra. Estamos contentos cuando vamos de compras, cuando estamos de fiesta, cuando recibimos obsequios, pero solo son momentos; pasada la emoción, todo sigue igual. Como padres de familia, queremos que nuestros hijos brillen como estudiantes, que no bajen el promedio; que al finalizar el ciclo escolar salgan con premios, o bien que sean los mejores deportistas; que compitan siempre... que sean los primeros en llegar. No está mal, pues son herramientas para que nuestros hijos salgan adelante, además les va formando el carácter. Pero qué pasa cuando solo nos ocupamos de educarlos en la competitividad, o en las apariencias ¿Sabemos que hay dentro de ellos como seres humanos? En ocasiones ni siquiera los escuchamos y tal vez ni siquiera los veamos. Nos dedicamos a pulir todo lo que salta a la vista, pero no su interior... ni siquiera nos ocupamos de pulir el nuestro.
¿Qué pasa dentro de nosotros? ¿Por qué nuestros ojos y nuestro corazón no ven lo que Dios quiere que veamos? Creo que estamos en plena oscuridad, con distracciones que se pueden presentar de mil maneras y que nos impiden ver la felicidad plena en nosotros; la felicidad que Dios nos regala y que quiere que compartamos con los demás.
Sabemos que ese abrir de ojos puede ser doloroso. En ocasiones el despertar es por medio de una tragedia, de alguna decepción o bien alguna enfermedad. "Lo material, el que dirán, el orgullo y la ignorancia" son ruidos tan arraigados en nosotros, que duele dejarlos a un lado, y nos impiden ver con claridad la tremenda necesidad humana de dar y recibir amor. Es difícil dejar atrás estos ruidos que no nos permiten concentrarnos. Pero al entrar en contacto con Dios, poco a poco llegará la luz a nuestra vida. Nuestros ojos verán lo esencial de la vida misma, y nuestros oídos escucharán el corazón de los demás. Y sin darnos cuenta les estaremos enseñando a nuestros hijos la importancia de saber agradecer, del servicio a los demás, de la lealtad con los amigos y la familia, de ser buen ciudadano, del respeto, de no juzgar ni criticar... Todas esas cosas, que parecieran no ser tan importantes, nos conducen a una felicidad plena y nos llevan a dar y recibir el verdadero amor.
En una de sus encíclicas, Benedicto XVI nos dice... "que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".
La luz está en cada uno de nosotros, solo hay que descubrirla. No dejemos que la oscuridad nos envuelva, llenándonos de superficialidad. Abramos los ojos del corazón y dejemos entrar la luz a nuestra vida. Solo así podremos ver con claridad lo que Dios esta dictando en nuestro corazón.