El misterio petrino-mariano del 31 de Mayo
Es muy fuerte el mensaje del P. Kentenich y hoy nos interpela más que nunca: porque el heroísmo de la fidelidad a la Iglesia es la vara desde donde se va a medir nuestro carisma. El misterio petrino-mariano nos interpela tal como quiso que nos interpelara nuestra Fundador: debemos fidelidad al Papa y a la Iglesia en, por y a través de nuestro carisma. A pesar de todo lo que pensemos y que estemos en contra de las decisiones, de los modos, de las políticas que asumen el Papa y la jerarquía.
Domingo 7 de julio de 2019 | Cecilia SturlaEn su última gran obra, el P. Hernán Alessandri hace un paralelo entre la espiritualidad de Schönstatt y la propuesta del Concilio Vaticano II, sobre todo, desde la mirada de S. Juan Pablo II. Cada página de ese voluminoso libro es una delicia y un mar lleno de sorpresas. Y para aquellos que abrevamos la historia de Schönstatt y la vida de nuestro Padre Fundador a través de quienes lo conocieron personalmente, volver a los libros escritos por ellos cuando los zapatos aprietan, nunca está de más.
Hace poco hice lo propio y me detuve en el Cuarto Hito. La historia alrededor del famoso telegrama enviado desde Roma donde se lo invitaba a volver de su exilio, y los avatares vividos allí debido a que nunca nadie se hizo cargo de quién había mandado ese telegrama… es cuanto menos digno de una novela.
Pero no quiero detenerme en esos detalles en los que el P. Alessandri es mucho más claro que yo.
Después de unos meses de estar en Roma, y ya más tranquilo porque le habían “levantado” el exilio, el P. Kentenich siguió muy de cerca todo lo relacionado al Concilio Vaticano . Hubo una acalorada discusión entre los teólogos, sobre qué papel iba a tener María en esta Iglesia renovada. Algunos sostenían que debía haber un texto especial sobre María y otros decían que el texto sobre María debía ser parte de la constitución Lumen Gentium. Se decidió esta posibilidad, pasando a ser el capítulo octavo de esta. Por otra parte, no había acuerdo sobre dar a María el título “Madre de la Iglesia”. Sin embargo, el papa Pablo decidió proclamarla con este título el 21 de noviembre de 1964, al clausurar la tercera sesión del Concilio, la proclamó oficialmente con esa invocación..
Nuestro padre planteó la necesidad de contar con un santuario de Schoenstatt en Roma. Así se adquirió un terreno en lo que es ahora Espíritu Santo Bilmonte. El P. Kentenich bendijo la piedra fundamental del futuro santuario. Dice Alessandri: “Dicha piedra –por otro lado– había sido extraída de los estratos más profundos que se ha cavado bajo la basílica de San Pedro. Por lo mismo, provenía de muy cerca de la tumba del Apóstol- Piedra, y era un hermoso símbolo de la indisoluble unidad "María-Pedro", "María-Papado". Es decir, de los dos símbolos personales –materno y paterno– de la unidad visible de los católicos.”[1]
Nuestro padre bendijo la piedra fundamental del futuro Santuario de Roma, dejando plasmado su Ideal en las palabras “Matri Ecclesiae”. Porque entendió que la misión evangelizadora de Schönstatt y de la Alianza con María, estaba indisolublemente ligada a la Iglesia y al papado. De allí su llamado a ser “Corazón de la Iglesia”.
En las Conferencias de Roma, el P. Kentenich dice que:
– "Primeramente, se trata de una Iglesia que, por un lado, se nos presenta con mucha alma y riqueza interior y arraigada en sus tradiciones; pero que –por otro– aparece libre de cualquier apego acalambrado a formas tradicionales.
– En segundo lugar, es una Iglesia unida en profunda hermandad, pero, al mismo tiempo, conducida jerárquica y paternalmente.
– En tercer lugar, es una Iglesia que se siente con la misión de ser el alma de la actual y de las futuras culturas"[2]
Y es aquí donde me quiero detener.
En las crisis a todo nivel que está sufriendo la Iglesia, volver al espíritu de Kentenich nos despeja las nubes que se fueron formando con el correr de las generaciones.
La gran inquietud del P. Kentenich fue poner la obra por él fundada a disposición de la Iglesia. Pero no sólo eso. Sino asimilándonos e incorporándonos a las orientaciones y decisiones de los pastores de la Iglesia.
Esto ya de por sí es muy fuerte. Que nuestro destino como Movimiento Apostólico esté indisolublemente ligado al papado, es algo que los tiempos presentes y los que vienen nos los van a poner a prueba. El P. Kentenich, luego de 14 años de exilio por problemas burocráticos y de formas circunstanciales, probó con creces su fidelidad al Papa y a la Iglesia. Y lo mismo quiso para su obra. Este dato no es irrelevante: pensemos cuántas veces, en el mismo papado de Francisco, nosotros fuimos los primeros cuestionadores de decisiones de un Papa al que no terminamos de entender: que se muestra tan humano y asume con esa humanidad los problemas que durante siglos se escondieron debajo de la alfombra. Nuestra época exige que seamos más que nunca hijos de José Kentenich en una fidelidad que en muchos sectores de la Iglesia se cuestiona sin más.
Hacia adentro de Schönstatt, la señalización de nuestro Fundador no deja lugar a dudas: allí donde hay trapitos que sacar al sol, se hace en un profundo respeto por la jerarquía y por la Iglesia. Actitudes despóticas, de críticas lapidarias que no llevan a ningún lado más que a que nuestras voces sean escuchadas por todos, pero sin sumar santidad al Cuerpo Místico de Cristo, deben caer bajo el propio peso de la infidelidad a nuestro fundador.
Es muy fuerte el mensaje del P. Kentenich y hoy nos interpela más que nunca: porque el heroísmo de la fidelidad a la Iglesia es la vara desde donde se va a medir nuestro carisma.
El misterio petrino-mariano nos interpela tal como quiso que nos interpelara nuestra Fundador: debemos fidelidad al Papa y a la Iglesia en, por y a través de nuestro carisma. A pesar de todo lo que pensemos y que estemos en contra de las decisiones, de los modos, de las políticas que asumen el Papa y la jerarquía. Porque toda crítica que hagamos, se hace siempre hacia arriba. Nunca de manera horizontal ni hacia abajo. Hay allí una pedagogía en la conducción que hoy resulta más original que nunca. La obediencia siempre es “obediencia familiar”, esto es, obediencia libre, aunque muchas veces no estemos de acuerdo. Porque Dios conduce la Iglesia con los pastores que toquen. Y obediencia no quiere decir obsecuencia. El P. Kentenich nunca fue obsecuente. Pero cuando tuvo que enfrentarse a la Iglesia, lo hizo desde un lugar donde respetó la jerarquía hasta el fin, con todas las consecuencias que ello implicó.
Quizás en estos tiempos nosotros deberíamos adquirir un poco más de ese espíritu heroico y unirnos profundamente al Papa a través de María. Porque es desde el misterio petrino y mariológico, que Cristo nos conduce a su Padre de manera más eficaz.
El 31 de Mayo es para nosotros fuego y misión. En esta época de profundos cuestionamientos a la estructura y a la jerarquía, nosotros debemos llevar ese fuego y esa misión para renovar la Iglesia y también renovar nuestro propio Movimiento Apostólico. Pero siempre siendo fiel a José Kentenich. Porque allí radica el carisma, la originalidad, y el aporte que podamos hacer al Papa y a la Iglesia toda.
Cecilia E. Sturla