El próximo 18 de octubre, vamos a exigir la victoria
"He visto tantos amores que se desinflan o palidecen terminando en nada, o en casi nada. Sólo me impresiona la fidelidad, los amores que han sido templados por el tiempo, la lucha y la noche" (PJK).
Domingo 28 de septiembre de 2014 | P. Joaquín AlliendeCuando el P. Alex Menningen, con sonrisa triunfal, le llevó el manuscrito de su libro sobre José Engling al fundador, éste preguntó: "¿Qué es para ti lo central de nuestro primer héroe?" Como lo hacía en algunas ocasiones, el P. Alex tragó saliva primero y respondió: "La fidelidad". José Kentenich asintió con la cabeza y precisó su idea así: Comprendiste bien el alma de José. Te puedo agregar que a mí, constatar el amor en alguien, no me impresiona. He visto tantos amores que se desinflan o palidecen terminando en nada, o en casi nada. Sólo me impresiona la fidelidad, los amores que han sido templados por el tiempo, la lucha y la noche. Y le explicó que esa era la prueba del carácter sobrenatural del amor. Atracción, simpatía, camaradería, entusiasmos, pueden ser inicios, pero no sustancias. Es que Jesús es el único Sacramento pleno de la Trinidad, hecha libertad y riesgo humano. La calidad de esta entrega divina sería inconmensurablemente inaccesible, sin una réplica, sin un eco fiel, pero en un yo de pura consistencia humana redimida. En este sentido, María era necesaria, así como en el paraíso, un Adán solitario era intrínsecamente incapaz de inaugurar el pueblo de todos los pueblos, la humanidad completa. Por otra parte, sin mujer, sin Eva, lo humano es inviable, el varón Adán habría sido comienzo y fin a la vez. Y la mujer solitaria se queda huérfana y viuda antes de amar. Lo correlato se expresa en su plenitud en dos líneas. El amor es un ser juntos. No tan sólo existir con el otro y para el otro, es llegar a la máxima libertad de cada yo, fundido en el otro yo (final de la Plática del 31.V.1949, Bellavista), en un éxtasis de pertenencia incipiente pero real, aquí en la tierra, perfecta y eterna en la Casa. Somos un ser y un actuar. Un yo que crece, ama y siembra, todo esto no mecánicamente, siempre en peligro de frustrar y de equivocarse. Y en esto estamos absolutamente solitarios, nadie puede reemplazar la responsabilidad que tenemos al vivir humanamente, cual es una coherencia entre lo que yo soy (que es un puro regalo de Dios, y que se me dio sin preguntarme), y lo que yo hago con mi historia, es decir, el plasmar mi vida, poniéndome en los peligros inherentes a las criaturas libres: "to be or not to be". Es lo que se llama el ser auténtico, ser lo que soy. Existir al modo del Dios Trinidad: ser por la dádiva dinámica de mi propio yo al tú. Recibiendo simultáneamente a ese tú, en un abrazo recíproco de plenitud y gozo, y de novedosa fecundidad. Todo esto es una historia, un trayecto no asegurado. Es ser caminante en peligro de dejar de serlo. Por eso, ser peregrino es tener miedo. ¿Por qué nos quedamos solos y hasta desolados?, ¿a qué le tememos? El mayor miedo es destrozarnos y autoesterilizarnos en biografías amargas y hurañas. Cuando hablamos de Alianza de Amor hablamos de un amor que no es optativo, dicho así porque nadie puede ser pleno al costado o fuera del amor, y menos a lo Caín, a lo Pilato, a lo Herodes, a lo Salomé, a lo Judas. Si Sartre decía "el infierno es el otro", desde Schoenstatt decimos "el cielo es el Otro de Dios Trino", es serlo con la Mujer que es criatura cáliz, rebosando la victoria de quien se sabe viviendo "en Cristo", Camino único de Verdad y Vida. Sí, amor, pero no en un acto fugaz o impuesto. Amor en alianza, que pudo ser o no ser, pero que si llega a ser, se constituye en un pacto en la sangre, en la esencia que respira y late. Pero que anudó su libertad para siempre en pacto de Alianza de Amor. Este pacto es exigente, pero ante todo, da derechos sobre el otro. El Otro es quien me concede la posibilidad y la dignidad de amarlo, e incluso pactar con Él: "Padre, somos 'hijos en Cristo', no somos únicamente siervos, tenemos pleno derecho de hijos" (HP 116). Aquí radica todo el optimismo schoenstattiano respecto al futuro. Tenemos derecho a la victoria. Si morimos con Él y con Ella (como en la Cruz de la Unidad), somos imbatibles. El Demonio puede morder y devorar el talón de nuestros pies (cf. Gn 3,15), pero ya no puede impedir que Schoenstatt llegue a Casa. Y que Schoenstatt ayude a llegar donde el Padre de Jesús a más gentes "que las arenas del mar y las estrellas del cielo" (Gn 22,17).