EL SÍ DE UNA MUJER… ¡ES ESPERANZA!- Por Lucía Zamora

Sábado 12 de diciembre de 2020 | Lucía Zamora Valero

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En la Historia de la Salvación, la voz de María poco se escucha, sólo la podemos apreciar en el Evangelio de Lucas. Sin embargo, su presencia ha estado desde el infinito hasta nuestra humanidad para darnos vida. Isaías la menciona en sus profecías como una señal, como un signo de esperanza para los pueblos. En esta profecía, Dios revela que su esperanza la tiene puesta en ¡una mujer! ¡en María!

Pasan los siglos y por fin se escucha ése “Hágase” de una niña de Nazaret, sencilla y llena de Dios; una criatura que al dar su “Fiat” compromete toda su vida, y se hace mujer al tomar tremenda responsabilidad.

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El Adviento nos viene a recordar que la mirada de Dios se pierde en la mirada de una mujer, en la mirada de María. Se pierde en la sencillez y en la transparencia de su corazón. El Señor se goza en su entrega incondicional a la humanidad.

El Adviento nos permite vivir la historia de la Madre de Dios en la nuestra; nos solicita preparar el corazón para un “Hágase” definitivo a la voluntad de Dios, no sólo para la Navidad, sino para toda la vida, sobre todo en estos tiempos que estamos viviendo. Si Dios puso su esperanza en una mujer, es porque Él le regalo esa capacidad de hacer todo nuevo (como dice el Papa Francisco), de restaurar lo dañado, pero sobre todo de crear vida y protegerla.

Antes de la pandemia, algunas mujeres teníamos muchas cosas que hacer fuera de casa. No había tiempo para la familia, para el hogar o para el descanso, además, las redes sociales fueron ocupando los pequeños espacios de tiempo que quedaban. Fuimos perdiendo la capacidad de apreciar la vida, para buscar consuelo en los likes de Facebook o Whats App. Creíamos tener todo bajo control y, peor aún, creíamos que eso era la felicidad. Pero llegó el tiempo de la pandemia, un tiempo que no esperábamos, donde se nos ha pedido un “Hágase” especialmente a nosotras las mujeres, las que arropamos, las que curamos, educamos, las que rezamos, consolamos y decidimos. Dios nos regaló un incomprendido tiempo de espera para encontrarnos a nosotras mismas y recuperar esa capacidad de amar de manera maternal que todas llevamos dentro de nuestro ser.

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El tiempo de “espera” es un tiempo que toda mujer entiende. Sabe que “esperar” no significa “detenerse”. Por naturaleza las mujeres comprendemos este término. Hemos descubierto esa sustancia que se adquiere en “la espera” para dar vida… la esperanza, porque la ilusión de que algo nuevo y mejor vendrá nunca la perderá, aun si en la espera se pierde algo, la luz de un mejor porvenir siempre brillará en los ojos de una mujer. 

Ha sido un tiempo donde las mujeres hemos jugado un papel significativo para la humanidad. En estos momentos hay madres que educan en casa a sus hijos; algunas otras salen a trabajar para ayudar a su esposo que se quedó sin empleo; otras más llaman a su familia o amigos para dar consuelo por la pérdida de algún ser querido; otras buscan la manera de ayudar a los enfermos, y algunas nos hemos convertido en madres de nuestros padres. No nos hemos quedado de brazos cruzados, hemos buscado la manera de curar y proteger con lo que tenemos a la mano. Hemos dado un “Sí” a Dios en estos tiempos de crisis. Somos las que hemos tomado en serio las palabras de la Santísima Virgen de Guadalupe: ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? Somos quienes las hemos pronunciado una y otra vez a nuestros, hijos, a nuestros esposos, amigos, padres y hasta a un extraño.

Nadie imaginó que la pandemia nos alcanzaría en el Adviento, todos pensamos que terminaría pronto, pero no fue así, aquí estamos tratando de encontrar una salida, sin embargo, en esa búsqueda, llegó la voz de María, esa voz que poco se escucha en el Evangelio pero que esta ¡viva! La cual nos pide, la tomemos y la llevemos a los demás.

¡Alégrate! Llena de gracia, el Señor está contigo. María escuchó la voz del Ángel porque vivía entregada a Dios, estaba llena de su gracia y pudo comprender aquellas palabras que pueden ser incomprensibles a la razón. Después de escuchar la Anunciación se escucha en el Universo entero la voz firme y poderosa de una pequeña diciendo: ¡Hágase en mí según tu palabra!

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Cómo mujeres el Señor nos pedirá cosas extraordinarias, algunas nos costarán trabajo entenderlas, pero si estamos cerca de Él en cada momento, en cada situación, las podremos comprender desde el corazón y le daremos un “Sí” a su voluntad. Será entonces, cuando experimentemos la verdadera felicidad, la felicidad que sólo puede venir de Dios.

Mujeres Schoenstattinas, hemos demostrado de muchas maneras esa valentía y ese coraje que necesita el mundo para salvaguardar la humanidad. Hemos rezado una y otra vez el “Aseméjanos”, y sin darnos cuenta, poco a poco hemos encarnado esta hermosa oración, la hemos hecho vida en estos tiempos tan difíciles. Sigamos caminando junto a María… fuertes y dignas, sencillas y bondadosas, y sobre todo… repartiendo amor, paz y alegría. Porque en nosotras recorre nuestro tiempo preparándolo para Cristo Jesús. Amén

Por Lucía Zamora Valero, México.

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