El terremoto social en Chile

Primero es la tierra la que tiembla terriblemente, luego es el agua del mar la que se desborda y arrasa pueblos costeros. Luego es el alma de Chile herida la que saquea e incendia lugares de abastecimiento. A este último lo llamamos terremoto social.

| Juan Enrique Coeymans Juan Enrique Coeymans
Primero es la tierra la que tiembla terriblemente, luego es el agua del mar la que se desborda y arrasa pueblos costeros. Luego es el alma de Chile herida la que saquea e incendia lugares de abastecimiento. A este último lo llamamos terremoto social.

Varias reflexiones aparecen: en primer lugar la falta de un criterio claro de autoridades civiles y eclesiásticas, así como de periodistas condenando dura y claramente lo que es inmoral y poco ético. No pueden invocarse criterios del hambre a las 4 horas o las 24 horas de sucedido el terremoto. O como ingenuamente un periodista decía: ese señor se robó un televisor de plasma para venderlo y comprar luego leche... pero no robó la leche que estaba ahí mismo sino que robó el televisor... Se necesita ser firme y tajante en esta materia y no hablar en forma confusa con disquisiciones medievales. Eso esperamos de todas nuestras autoridades, pero especialmente de nuestros pastores.

Lo segundo, siempre que hay catástrofes aparece lo mejor y lo peor de las personas. Hay un Chile juvenil y solidario preocupado de ayudar, y un Chile formado de lumpen y de gente sin ética alguna para los cuales robar es algo quizás divertido y entretenido. Lo impresionante de estos últimos tiempos es que la falta de ética, de sentido moral, de convivencia civilizada se ha ido perdiendo a niveles exponenciales en el país. Hace una decena de años, señalábamos los fundadores del Colegio Pablo Apóstol, que el proceso de descristianización de Chile que se estaba produciendo en nuestra clase media (clase creciente en cantidad de miembros por el acceso de los sectores más pobres a mejores estándares de vida), iba aparejado con el proceso de carencia de valores éticos. No es que el cristianismo sea pura ética, por cierto no, pero la laguna producida la estamos viendo ahora en vivo y en directo: donde no hay Dios, al final tampoco hay ley.

Y en tercer lugar, hay una televisión que no muestra la realidad sino sólo una parte: las cosas malas. Se insiste en mostrar el edificio que cayó en Concepción, pero no se muestran las decenas de edificios altos que no cayeron en esa ciudad, aunque se movieron bastante. Hay una exacerbación de lo morboso, y al mostrar los saqueos en el sur del país le enseñaron al lumpen de Santiago, donde no había habido ningún saqueo, qué cosas hacer y emprender también. El poder de las imágenes es sugerente y arrastrador. En vez de silenciar esos aspectos, para no crear sicosis colectiva, irresponsablemente los canales de televisión y los otros medios de comunicación mostraron cómo empeorar las cosas. Nunca había visto la fuerza de la prensa puesta al servicio del desorden, el caos y el morbo.

El "terremoto social" nos debe llevar a reflexionar mucho más profundamente en cómo asuntos que parecieran no tener relación entre sí están profundamente relacionados: la destrucción de la familia por una legislación liberaloide y seudo moderna lleva, al final, a la pérdida de la fe, y ésta a la pérdida del sentido humano de la vida: el respeto a cada persona, a su dignidad, a sus pertenencias, a su entorno.

Cada vez es más cierto lo que afirmaba el siervo de Dios José Kentenich, parafraseando a algunos autores modernos: "El humanismo sin Dios significa desintegración, y termina en el bestialismo".

Juan Enrique Coeymans.
Santiago, Chile, 3 de marzo de 2010

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