Estamos próximos a celebrar la navidad
Dios está en nuestros recuerdos y sabe perfectamente que el recordar la llegada de su Hijo a la tierra, nos mueve el corazón y nos sacude el alma. Por eso, una forma de vivir nuestro Adviento es añorar y llorara viejos amigos, a seres queridos que ya no están junto a nosotros, recordar las navidades que vivíamos de pequeños y tantas cosas más que nos hacen depurar un poco el alma y el cuerpo. Dejemos a los recuerdos hacer su trabajo en esta época de Adviento, para que estemos conscientes de nuestros errores y no caer otra vez en la intolerancia, en la indiferencia y en la falta de humildad.
| Lucía Zamora Valero (México) Lucía Zamora Valero (México)
Hace unos días, manejando en una avenida no muy transitada, choqué con un taxi. Según el tránsito y el seguro yo era la culpable y lo reconozco... ¡yo le pegué! Lo que me inquieta de todo esto, sin embargo, fueron las circunstancias de lo ocurrido. Yo esperaba pacientemente a que el taxi, que estaba mal estacionado, subiera a un pasajero, pero las personas que estaban detrás de mí se desesperaron y comenzaron a tocar la bocina. El taxista se enojó, nos insultó y arrancó. Yo me fijé que no vinieran más carros y arranqué, pero el chofer del taxi se frenó en seco con el propósito de que yo le pegara y así, pues, le pegué. La actitud del taxista me dice que esa persona nunca piensa en los demás. Se estacionó de manera que no pudiéramos pasar, nos insultó y, por último, se frenó con la intención de que yo golpeara su carro. ¡Y lo peor de todo es que lo disfrutaba!
Tal vez esto me faltaba para ver dentro y fuera de mí. Voltear un poco la mirada a los tiempos que estamos viviendo, tiempos que nos convierten en personas poco tolerantes y en que nos olvidamos de los demás. Somos algo así como robots con un chip integrado para llegar a donde tenemos que llegar, sin ver a quién piso o a quién salto... sólo llegar. Tal pareciera que lo que queremos es llegar a ser el más rápido, el más gritón y el más grosero.
Lo ocurrido con el taxi nos ha pasado en la vida, con algún amigo o algún conocido. Lastimamos con un simple gesto, con una mirada o una palabra mal utilizada, llegando muchas veces a perder la amistad. Y todo por no saber controlar nuestras emociones, por hacer caso a malos entendidos y, peor aún, por no reconocer nuestros errores, dejando al descubierto nuestra arrogancia y la poca humildad que hay en nuestro corazón. Qué lástima que en este tiempo de Adviento nuestras vidas se alteren tanto: los regalos, los compromisos y los problemas cotidianos hacen de esta época navideña, tiempos de stress y de angustia ante el cierre del año.
Cada domingo de Adviento, el Sacerdote nos hace la invitación para vivir intensamente este tiempo de preparación. La verdad es que yo no encontraba la manera de hacerlo, pues hay tantas distracciones en estas fechas que mi mente se perdía. Y así llegó el día en el que me tenía que encontrar con un taxista malhumorado, que logró despertarme. Y comprendí que si buscamos a Jesús dentro de nuestro corazón, seguro que lo encontramos, ya que estos tiempos no sólo son de stress, sino también de alegría y de una gran sensibilidad.
Pues Dios está en nuestros recuerdos, aquellos que como decía Serrat- "nos hacen llorar cuando nadie nos ve". Y creo que es una manera de vivir nuestro Adviento: añorando y llorando a viejos amigos, a seres queridos que ya no están junto a nosotros, recordando las navidades que vivíamos de pequeños y tantas cosas más que nos hacen depurar un poco el alma y el cuerpo. Dejemos a los recuerdos hacer su trabajo en esta época de Adviento, para que estemos conscientes de nuestros errores y no caer otra vez en la intolerancia, en la indiferencia y en la falta de humildad.
Dios sabe perfectamente que el recordar la llegada de su Hijo a la tierra, nos mueve el corazón y nos sacude el alma. Logra hacer una perfecta fórmula entre la añoranza, la esperanza y la ilusión de un niño para que, a pesar de los ajetreos de la vida diaria y las compras navideñas, estemos viviendo el Adviento en nuestro corazón. Así, cuando llegue el momento de celebrar la llegada de Dios a la tierra, todo nuestro ser estará lleno de gozo, para repartir el regalo más grande que podemos dar....el amor.