Habitación 201
El estilo del Papa suple una carencia; llena un vacío que alejaba a los fieles de la Iglesia a pasos agigantados. El Papa Francisco no ha hecho más que lo que le gusta y debe hacer: servir a las Iglesia, ser ese "pastor con olor a oveja" del que ha hablado en repetidas ocasiones.
Sábado 10 de enero de 2015 | P Hugo TagleÉste es el número de la pieza del Papa Francisco en la casa de Santa Marta. Quizá ya nos acostumbramos a su opción por un estilo de vida austero, en una casa de huéspedes. Pero sus ocurrencias, salidas de protocolo, frases afiladas como cuchillos, nos sorprenden y desconciertan positivamente día a día. Con el Papa Francisco se inició, qué duda cabe, una senda eclesial que no tiene vuelta atrás. Desde su elección como Sucesor de Pedro, la Iglesia y ella en su relación con el mundo, no serán lo mismo.
Sigue figurando con altas cuotas de popularidad y simpatía, cosa difícil de mantener en el complejo mundo de las comunicaciones. Está lejos de buscarlo o de medirse por encuestas. Ello es signo de que su estilo suple una carencia; llena un vacío que alejaba a los fieles de la Iglesia a pasos agigantados. El Papa Francisco no ha hecho más que lo que le gusta y debe hacer: servir a las Iglesia, ser ese "pastor con olor a oveja" del que ha hablado en repetidas ocasiones; hacer carne lo que se predica a la gente. El Papa se sirve de la luz de Cristo, y de paso coloca la vara alta a quienes pretendan prestar un servicio público, no solo dentro de los círculos eclesiales.
El Papa sembró el año de acontecimientos notables, de honda significación humana. Comenzando con la peregrinación a tierra santa y su encuentro con el Patriarca Bartolomeo I, donde firmaron una declaración conjunta por la unidad de las dos Iglesias casi 10 siglos después del cisma entre Oriente y Occidente. O su entrañable abrazo con un rabino y un líder musulmán al finalizar su oración en el muro de los lamentos en Jerusalén, sentando con ello un nuevo hito en el trato entre las tres religiones monoteístas. Su viaje a Turquía, donde invitó a acercarnos con el mundo musulmán al mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob, con la conciencia de que, quienes hacen de Dios el centro de sus vidas, no pueden pelear entre sí ni usarlo a Él como excusa para matar. "Las religiones deben ser fuente de paz y no de discordia" dijo.
El Sínodo de la familia marcó otro gran hito, abriendo a una reflexión compartida en el desafío que significa incluir a tantos que se sienten alejados de la Iglesia y heridos en ella. Una reflexión guiada "por el Espíritu Santo y la mano firme del sucesor de Pedro", como dijo el mismo Santo Padre, para evitar así suspicacias y recelos mal intencionados.
El Papa Francisco ha hecho realidad su llamado a ir a las "periferias existenciales" de la vida; salir al encuentro de los abandonados, los heridos, los desanimados y marginados.
Sus buenos oficios en la búsqueda del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba hacia el final del año son un nuevo botón de muestra de su prudencia, sabiduría, valentía y notable don de mando. Francisco se ha dedicado a lo suyo: ser el pastor de la Iglesia, que acoge, comprende, anima y cura. Su palabra ha desbordado con creces las fronteras eclesiales para ser asumido y apreciado por sectores secularmente distantes y escépticos ante ella. El Papa Francisco ha sido el hombre preciso, en el momento y lugar precisos.
Su discurso, acompañado con elocuentes signos de cercanía y calidez, confirman una gran verdad: "La rigidez es signo de debilidad" como él mismo dijo. No es desde el enclaustramiento en una torre de cristal, juzgando al mundo, desde la unilateralidad en la defensa de solo algunos aspectos de la moral, como se sirve al hombre. Todo ello revela finalmente falta de fe, simple vanidad, táctica malévola que levanta cortinas de humo y omite o silencia otros grandes temas que claman al cielo como son la pobreza extrema, la desigualdad, atropellos a los derechos humanos, la corrupción, los abusos laborales, el abuso de menores y de la mujer, los daños al medio ambiente, las situaciones de injusticia que sufren tantos hombres, mujeres y niños en el mundo.
Como lo señalara un cronista de un periódico europeo hace unas semanas atrás, un buen ejemplo de su arte para captar la atención de la opinión pública se dio en su reciente visita al parlamento europeo en Estrasburgo: "El intenso discurso fue interrumpido constantemente por los aplausos de los europarlamentarios. Pero no de todos al mismo tiempo. Cuando arremetía contra el sistema económico mundial, los privilegios y las castas de poder, un sector aplaudía a rabiar y el otro callaba o lo hacía con timidez. Pero cuando hablaba a favor del "respeto a la vida desde el momento de la concepción", los aplausos se invertían".
El peligro no se encuentra en el Papa. Se encuentra en una audiencia que pareciera querer escuchar solo lo que les conviene y no lo que les resulte incómodo.
En el Papa Bergoglio no caben dos lecturas. Se ha mostrado de una sola pieza, consecuente y congruente. Ha citado el amplio y rico abanico de temas eclesiales en su genuina extensión, recordando así que a la Iglesia "nada humano le es ajeno" (GS 1); que el mensaje cristiano abarca al hombre integral, todo el hombre y a todos los hombres.
(carta publicada en ElMercurio: http://www.elmercurio.com/blogs/2014/12/25/27999/Habitacion-201.aspx)