HACIA UN CAMBIO DE ROSTRO EN LA IGLESIA

“Francisco renueva mi Iglesia, ¿no ves que se hunde?”… En continuidad con el legado de San Francisco de Asís, una mirada sobre las renovaciones que el nuevo Papa Francisco ha planteado a la Iglesia de nuestros días.

| P. Jaime Fernández M. P. Jaime Fernández M.

En el sentir común de los fieles católicos se ha ido experimentando cada vez más como un regalo de Dios la elección del Papa Francisco, que ha comenzado su pontificado justamente en un período en que la Iglesia se prepara para emprender una nueva evangelización a través de las gracias y esfuerzos propios de un año de la fe. Para todos ha sido evidente el cambio de estilo en la conducción de la Iglesia, así como la firme voluntad de renovación que manifiesta el Santo Padre con gestos y palabras. Claramente busca dar un nuevo rostro a la Iglesia, un rostro más misericordioso, sencillo, auténtico, cercado y misionero. Es bueno detenerse un poco para reflexionar acerca de alguna de sus orientaciones haciendo consciente de que es Cristo el que nos habla a través de su representante. Los invitamos, por eso, a que revisemos en algunas de sus orientaciones más claras e incisivas.

Sus amonestaciones, hechas en un lenguaje desacostumbrado en la Iglesia, al comienzo sorprendieron, pero nos fueron progresivamente llevando a una reflexión más de fondo. Por ejemplo, ya al comienzo de su pontificado nos advertía del peligro que significaba que la Iglesia mostrara exteriormente la fisonomía de una ONG piadosa, una comunidad bien organizada, que hace cosas buenas pero que se percibe muchas veces carente de espíritu, de mística y de garra misionera. En ese contexto hacía una reflexión muy de fondo. Nos invitaba a distinguir entre dos impulsos motivacionales: los que provienen de la “unción” y los que provienen de la tendencia a cumplir sólo “funciones”. Nos invitaba a reflexionar acerca de las condiciones que se tienen que dar para que la Iglesia pueda cumplir con su misión. Nos decía que para que el mensaje, que debe ser lo más propio de la Iglesia, se haga convincente, necesita estar respaldado por la unción de sus miembros y no sólo por el cumplimiento de funciones. El que sólo actúa cumpliendo ritos, normas y constituciones puede llegar a ser un buen funcionario, pero no irradia a Cristo, no es un auténtico testigo. Por eso debe llegar a ser cada vez más evidente que la fe se comunica a través del testimonio, y el testimonio debe estar respaldado por la experiencia. Es el Espíritu Santo Paráclito el que nos da la experiencia vital de las verdades reveladas y el que nos infunde el sentimiento de vida propiamente cristiano. Es la acción del Paráclito en nuestros corazones lo que nos permite experimentar a Dios como Padre misericordioso y providente, el que nos permite experimentarnos miembros del Cuerpo Místico de Cristo y hermanos. Esa experiencia profunda, que se produce por la unción del Espíritu Santo, es el fundamento del testimonio, y lo que nos permite irradiar de una manera convincente la presencia de Cristo y el advenimiento del Reino de Dios. Es así como mirando el proceso actual por el que pasa la Iglesia, que se prepara para una nueva evangelización. Es indispensable implorar al Espíritu para que nos regale su unción, sólo así la Iglesia evitará el peligro de ser una simple ONG piadosa, y será entonces el rostro vivo del Señor quien viene a redimir a la humanidad.

Además, junto con expresar el anhelo de una Iglesia llena del Espíritu que está respaldada por la unción de cada creyente y por una forma coherente de actuar, es claro que desde un principio el Papa Francisco ha puesto un fuerte acento en una línea de pobreza y sencillez. Quiere una Iglesia pobre y para los pobres. A todos nos ha sorprendido y alegrado percibir esa línea de autenticidad y coherencia que se manifiesta no sólo en palabras, sino en gestos muy concretos. Quiere liberar a la Iglesia de las pompas, de los ritualismos, de los gestos de todo aquello que le impida llegar a aquellos hermanos que están más necesitados no sólo por razones económicas, sino especialmente morales y espirituales. Especialmente le pide al clero dar pasos muy concretos en ese sentido. Decía que es indispensable que haya “pastores con olor a oveja”, es decir que sean capaces de llegar y dialogar con todos, bajando de sus cátedras, muchas veces lejanas. Ese cambio de actitud y de práctica pastoral debe imprimir una línea de sencillez y autenticidad en toda la Iglesia.

El 29 de mayo, el Papa comenzó a profundizar en un tema bastante conflictivo, el que ya había insinuado con anterioridad: nos advertía del peligro del triunfalismo en la Iglesia. Decía que ya desde el inicio mismo de la Iglesia se hizo presente ese peligro, recordando la petición que le hicieran a Jesús los hijos de Zebedeo cuando iban de camino a Jerusalén para vivir la Pasión. Ellos querían asegurarse puestos de honor en el Reino, querían sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda, junto al Cristo glorioso. Al respecto de ese trozo del Evangelio el Papa Francisco hizo una aplicación actualizada: "El triunfalismo en la Iglesia la paraliza. El triunfalismo de los cristianos, paraliza a los cristianos. Una Iglesia triunfalista es una Iglesia a medio camino, una Iglesia que es feliz cuando logra estar bien organizada, ¡perfectamente organizada! con todas sus oficinas en buen funcionamiento, todo funcionando muy bien, todo preciso, ¿eh? Eficiente.” El día anterior ya había puesto un tema similar. Había hablado acerca del arribismo en la Iglesia. En contrapartida afirmaba que “El camino del Señor es un camino de ‘abajamiento’, un camino que termina en la Cruz. Por eso es indispensable superar cualquier tentación de arribismo”. Nadie puede aspirar a hacer carrera en ella.

A la manera de una cierta globalización de diversos conceptos, el Papa nos ha invitado a tomar en serio la cultura del encuentro. Nos decía que es indispensable imprimir a toda la Iglesia un rostro misericordioso y cercano, en el que el amor se percibe en todas sus manifestaciones pastorales y litúrgicas. Es indispensable buscar los caminos de un diálogo sencillo y cercano, que exige aprender a escuchar benevolentemente, a valorar a los demás y a crear lazos profundos. Los verticalismos y los ritualismos se transforman en la tumba de la comunión fraterna.

El Papa nos hace, además, un llamado a despertar un fuerte espíritu misionero. Es necesario que la Iglesia “rompa la burbuja y llegue a las periferias”. Tiene que liberarse de un cierto encerramiento y experimentar la alegría de comunicar la fe. El 31 de mayo de 2013 decía que “la fe no se enciende con católicos desalentados”. El Espíritu Santo es el "autor" de la alegría cristiana, y para proclamar el evangelio es necesario tener en el corazón la alegría que Él nos da.Agregaba que “con cara de funeral no se puede anunciar a Jesús”. El Santo Padre trazaba así una línea de demarcación con respecto a una determinada manera de entender la vida cristiana, aquella marcada por la tristeza. Ya el 17 de abril de 2013 había afirmado que la Iglesia no debe ser como “una niñera que cuida al niño para que se duerma”. Si así fuera, sería una "Iglesia adormecida". Quien realmente ha conocido a Jesús tiene la fuerza y el coraje de anunciarlo. Del mismo modo, quien ha recibido el bautismo tiene que poseer la fuerza para caminar, para ir hacia adelante, para evangelizar. Y “cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en madre que genera hijos capaces de llevar a Cristo al mundo”. Por eso invita a los responsables de ella a “realizar una pastoral en clave misionera” y advierte que “la enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencia” como “una especie de narcisismo que conduce a la mundanidad espiritual”, a un “clericalismo de mercado” y que impide “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”. Concluyó indicando que “la Virgen nos enseñará el camino de la humildad y ese trabajo silencioso y valiente que lleva adelante el celo apostólico”. Y pidió que rezáramos por él, “para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero”. A los obispos les decía: “Les deseo a todos ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la solteronía clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos, gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios; esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia.”

Como vemos, el Papa Francisco ha comenzado a utilizar un lenguaje sorprendente, incisivo, pero muy sugerente, que va buscando imprimirle en la Iglesia un rostro renovado que haga posible que una nueva evangelización sea plenamente fecunda.

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