Homilía de la Eucaristía celebrada por el aniversario de Alianza de Amor
Viernes 19 de octubre de 2018 | p. Juan Pablo Rovegno M- Audio: Audio Homilía padre Rovegno
Querida Familia,
Nos reunimos en este día de fundación con la esperanza de renovarnos en la fe primera, lo hacemos en un contexto muy duro y complejo: el drama de los abusos, el dolor de las víctimas, la herida en nuestra fe; la desilusión, la rabia y la molestia frente a la errática y tardía conducción. Son tantos y tan variados los sentimientos que traemos, que necesitamos vaciarlos en la vasija del capital de gracias, para que se transformen en esperanza, en reparación.
Necesitamos depositar en el santuario todo lo vivido, porque son rostros, son personas, son niños y jóvenes, son familias, somos nosotros mismos quienes necesitamos sanar y reparar, ofrecer y purificar. El sólo gesto de habernos puesto en camino hacia Bellavista es expresión de una necesidad de reencontrarnos, de encontrar palabras de aliento, de reflexionar juntos la dura realidad de nuestras miserias.
Les invito a recorrer este camino bajo la perspectiva de una triple necesidad:
1- La necesidad de recorrerlo juntos: la imagen de la barca vuelve a inspirarnos, se trata de un momento aún más terrible que el de la tempestad calmada que nos ha venido acompañando en nuestras jornadas y reflexiones. En los Hechos de los Apóstoles se narra una situación límite: cada uno trata de salvarse, algunos quieren huir, otros permanecen, el caos y el temor se han apoderado de cada uno de los personajes. Pablo les interpela a comer, llevan tantos días sin probar bocado, él percibe la necesidad, pero les ofrece algo más que pan, les ofrece el pan consagrado, en ese gesto de la fracción del pan, todos comen, luego todos se salvan. La barca encalla, se destroza la popa y la proa queda inmóvil, pero todos se salvan.
Hoy hemos venido como Familia: lo que fue una decisión oportuna de trasladar el término del Año del Padre como Familia Metropolitana a este día de fundación, se ha transformado en una necesidad: la necesidad de transitar juntos esta crisis, la necesidad de verbalizar y ofrecer lo que sentimos, la necesidad de buscar respuestas, de encontrar sentido y animarnos. Porque la tentación de huir es grande, el deseo de ir cada uno por su cuenta a la otra orilla es comprensible, las ganas de increpar responsabilidades es legítima. Por eso necesitamos creer que Dios y la Mater nos vuelven a decir por boca de Nuestro Padre y desde esta Tierra Santa: “vamos el uno en el otro, con el otro, para el otro”, no a pesar del otro o contra el otro. Vamos juntos hacia la otra orilla.
Vamos juntos. Cerramos el año del Padre con una renovada conciencia de la actualidad de su persona, carisma y misión, pero también con una renovada humildad: ninguno de nosotros tiene la respuesta completa, ninguno puede apropiarse el manto del profeta, ninguno alcanzará la “refundación” en solitario. Sólo juntos podremos asumir y vivir con esperanza los desafíos del tiempo.
Vamos juntos. No nos olvidemos que la Alianza tiene una dimensión fraterna, que no significa que seamos buenos amigos o camaradas, significa que queremos ser y sentirnos una Familia, queremos aprender a confiar los unos de los otros, queremos aprender a pensar, rezar, discernir y decidir juntos. Queremos aprender a trabajar juntos.
Una expresión de ese “vamos juntos”, son las múltiples iniciativas expresadas en la carta de un grupo importante de nuestra juventud, de cursos de la Federación de Matrimonios, del Instituto de Familias, de los forjadores, de grupos de chats, de conversatorios y grupos de reflexión; el desafío es reconocer que ninguno tiene “la respuesta” al desafío actual, sino que todos participamos de una parte del desafío y de una parte de la respuesta. Vencer la tentación del protagonismo de péndulo, de la defensa estéril, de la miopía frente a la realidad que confronta, es un desafío más que actual. Vamos juntos hacia la otra orilla.
Sin embargo, para volver a mirarnos con confianza necesitamos reconocer con humildad ¿qué nos llevó a este punto crítico? de allí surge una segunda necesidad:
2- La necesidad de reconocer nuestras miserias: San Lucas en el Evangelio del Buen Samaritano nos sitúa ante el mensaje central de Jesús: el amor al prójimo, especialmente al prójimo herido. Pero, para subrayar la radicalidad del prójimo, del valor del otro, de la dignidad y grandeza del otro, especialmente del prójimo herido, nos coloca en el escenario de la indiferencia, de la arrogancia, de la incapacidad de darnos cuenta, de estar demasiado centrados en nosotros mismos: todas actitudes que nos hacen seguir de largo.
En aquel tiempo se trataba de la observancia de la ley y de la primacía de las formas, hoy se trata del cuidado institucional, de la relativización de las exigencias del Evangelio, de la ignorancia inexcusable ante el desorden humano que daña al débil, de la mal entendida prudencia que en vistas del propio interés personal, comunitario o institucional, soslaya al sufriente, al herido, al abusado, a la verdad y a la justicia (porque hablamos de delitos y no sólo de pecados, de daños irreparables y no sólo de comportamientos inadecuados).
Querida Familia, la necesidad de transitar juntos esta crisis, supone la necesidad de reconocer nuestras miserias. Nosotros como comunidad de los Padres de Schoenstatt en primer lugar y como columna sacerdotal, no sólo no hemos estado a la altura de las circunstancias, sino que hemos herido al prójimo herido y también los hemos herido a ustedes. Los hemos herido por los abusos, pero los hemos herido también porque muchas veces seguimos de largo.
Y ese prójimo herido tiene rostro, tiene familia, tiene una dignidad que no supimos cuidar, proteger, acoger y sanar.
Perdón querida Familia, perdón. Nos duele y avergüenza, pero, por sobre todo, nos duele al tomar conciencia del drama del abusado y del abusado ignorado, el drama de esas vidas rotas.
Perdón por nuestros hermanos que han abusado, también perdón porque muchas veces nuestra conducción ha sido tardía, poco lúcida y reactiva.
Queridos hermanos de comunidad este perdón nos tiene que doler, porque no hemos sabido responder a un triple imperativo:
Al imperativo del sacerdocio de Cristo de acoger al sufriente, al pequeño, al débil, de renunciar a cualquier signo de indiferencia, de poder o pretensión de dominio. El imperativo de hacer del Evangelio y de la Vida misma un mutuo complemento.
Nos tiene que doler, también, porque no hemos sabido responder al imperativo del sacerdocio de nuestro padre: la paternidad, como un servicio desinteresado a la vida del otro, como un sano ejercicio de la autoridad, como un don que conduce la vida confiada, en libertad y respeto, hacia el Dios de la vida y de la plena autonomía.
Nos tiene que doler, finalmente, porque no hemos sabido responder al imperativo de nuestra misión del 31 de mayo: esa capacidad, ese desafío, esa intuición de unir naturaleza y gracia. Del valor de la causa segunda, pero también del realismo ante nuestra frágil humanidad, reconociendo la necesidad de asumir y sanar los desórdenes de nuestra naturaleza, así como la capacidad de acoger las heridas que esa naturaleza desordenada provoca. “Lo que no es asumido no es redimido”, “la gracia supone la naturaleza”, lo hemos escuchado y dicho tantas veces, y aquí no supimos reconocer el desorden y hacernos cargo de sus límites, ni supimos reconocer las heridas que ese desorden produjo, para acogerlas, sanarlas y dignificarlas.
Por supuesto, que es mucho más la vida que hemos acogido, servido y conducido paternalmente, desde Cristo y en armonía, sin embargo, hoy queremos hacernos cargo de las situaciones y personas en que eso no se ha dado.
Este reconocimiento de nuestras miserias nos lleva a una tercera necesidad:
3- La necesidad de volver a colocar nuestra mirada en la mirada y el corazón de la Mater, y la necesidad de volver a tomarnos de la mano de nuestro Padre y Fundador.
Esta crisis nos ha puesto en el horizonte de una refundación, pero una refundación que parte con la confrontación de nuestro carisma. No en un gesto triunfalista, ni menos arrogante de sentir que tenemos todas las respuestas.
Schoenstatt, como nuestra Iglesia y porque somos Iglesia, experimenta esta crisis como un apremiante llamado a volver a lo esencial, a la raíz en Cristo y en María, a nuestra Alianza de Amor con todas sus consecuencias en la vida concreta, a los principios que nos dieron origen. Por eso no es casual que esta misa de reparación la celebremos un 18 de octubre, como tampoco es casual que de esta forma cerremos el Año del Padre.
Necesitamos reconocer la presencia de María en el Santuario, volver a la novedad y radicalidad de nuestra Alianza de Amor, al trabajo personal y comunitario, a la audacia misionera en el frente que nos toca vivir, a ir respondiendo a los desafíos del tiempo no con recetas, frases hechas o esquemas, sino con el discernimiento del Dios de la Vida y de la Historia.
Nos necesitamos mutuamente para profundizar y desarrollar
nuestras vocaciones personales y comunitarias, para discernir los signos de los tiempos, para amar y servir a la Iglesia en este contexto de crisis, de profundo desvalimiento y necesidad de renovación.
El 18 de enero se robaron la Corona de la Misión, en el momento de la partida del Papa Francisco. Ninguno de nosotros podría haber imaginado todo lo que sucedería después y que sigue sucediendo. Dios está conduciendo “con garras de león”, porque quiere una Iglesia y un Schoenstatt renovados por el cedazo de la purificación.
Hace 104 años un grupo de jóvenes intercambiaron con la Mater grandes anhelos y la pequeñez de los instrumentos en esa primera Alianza de Amor en el santuario. Este verano, otro grupo de jóvenes (la Cruzada de María), ante el desvalimiento de la Mater sin corona, le ofrecieron nuevamente grandes anhelos y su pequeñez.
Hoy queremos ofrecer, esa sencilla corona, una simple corona de madera y hojalata hecha en el camino ante la urgencia del momento. Llegamos con todo nuestro desvalimiento a colocar nuevamente nuestra confianza en el corazón de la Mater, y a dejarnos nuevamente formar y guiar por nuestro Padre y Fundador, para ser testigos y portadores de la Misericordia, esa Misericordia que hoy nosotros suplicamos vivenciar. Amén.
p. Juan Pablo Rovegno M.
Director Nacional del Movimiento Schoenstatt Chile
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