La Mesa Puesta

Cuántas cosas pasan alrededor de una mesa... cuántas decisiones se toman en torno a ella, cuántas amistades nacen ahí, cuántos amigos se convierten en familia, y por qué no, cuántos enemigos se extienden la mano alrededor de ella. Una mesa donde encontramos lo necesario para disfrutar de una linda conversación: la sal, el agua, las servilletas, el pan y todo aquello que alguien con mucho amor nos preparó. Y lo más bonito, cuánta belleza y cariño podemos expresar al decorarla, para disfrutar de estos momentos. Esto ocurre también cuando llegamos al altar para conversar con Dios.  

| Lucía Zamora (México) Lucía Zamora (México)

El Sacerdote se acerca a una mesa nueva, de piedra, que acaba de llegar a nuestra ermita, donde cada domingo nos reunimos para encontrarnos con Dios. Es una mesa de mármol, que aún esta sola. Sin mantel, ni nada. Sola, esperando ser revestida y preparada para el gran momento... el momento del encuentro con Dios.

Cuando vi esta simple piedra de mármol, pude imaginar la mesa de un hogar antes de servir los alimentos. Sola, pero siempre dispuesta para recibir a todo aquel que quiera participar de una linda conversación. Una mesa como la de nuestro hogar, es testigo de alegres y tristes conversaciones; es donde llegan los hijos y los padres después del colegio, o del trabajo a convivir, o bien donde mamá  deja su cariño en un rico pastel, en una fresca ensalada o en una deliciosa sopa.

Cuántas cosas pasan alrededor de una mesa... cuántas decisiones se toman en torno a ella, cuántas amistades nacen ahí, cuántos amigos se convierten en familia, y por qué no, cuántos enemigos se extienden la mano alrededor de ella. Una mesa donde encontramos lo necesario para disfrutar de una linda conversación: la sal, el agua, las servilletas, el pan y todo aquello que alguien con mucho amor nos preparó. Y lo más bonito, cuánta belleza y cariño podemos expresar al decorarla, para disfrutar de estos momentos.

Esto ocurre también cuando llegamos al altar para conversar con Dios. Nos acercamos y platicamos de todo aquello que tenemos en nuestro corazón, maravillándonos de la hermosa mesa que se ha preparado, para participar en la cena del Señor. En esta cena, donde Él está presente, escuchando, observando y alegrándose de vernos ahí. Ahí donde Él y su Madre nos reciben con gran amor. Ahí donde todos los que estamos, formamos una gran familia, dispuesta a recibir la palabra y el cuerpo de Cristo. Ahí donde el Sacerdote se convierte en Jesús para darnos la bienvenida, donde Él prepara todo con amor para que la cena nos dé fortaleza, claridad, sabiduría y amor para compartir.

Este 18 de octubre, nuestra ermita recibió un lindo regalo de Alianza: un altar nuevo, de mármol...y estuvimos presentes justo a la hora de poner la mesa.

El Sacerdote dejó caer sobre ella suficiente agua bendita, purificando la superficie con lo más puro y cristalino: el agua que limpia y da vida. Después pasó el incensario de un extremo a otro de la mesa. El incienso que, al arder, desprende humo, dejando un delicioso aroma, y que -al igual que el agua-también purifica. Posteriormente, tomó entre sus dedos aceite Crismal. Con él inscribió una cruz en cada esquina, ungiendo esta hermosa mesa de mármol. El Crisma está compuesto por aceite de oliva (que representa la fortaleza), al que se añade una pequeña cantidad de bálsamo (cuyo aroma representa el suave olor de la vida cristiana).

En seguida se revistió con un lindo mantel, sencillo pero elegante, el cual fue colocado con gran delicadeza. Desde lejos se podía sentir su textura, un mantel blanco, que irradia luz y alegría en cualquier lugar.

Pero no sólo el mantel basta para que la mesa reciba el asombro de los invitados. Faltaban por llegar dos cirios encendidos, que le dieron el calor acogedor a una mesa, con el fuego que ilumina, purifica y transforma. Colocada en el centro, en el lugar principal de la mesa, una hermosa "Cruz de la Unidad" una Cruz que nos recuerda que la fe sigue viva en cada uno de nosotros; una cruz que guía nuestras vidas en el amor a Cristo.

Poco a poco fue llegando todo lo que se necesita para celebrar una linda cena: la patena con las hostias y el cáliz con el vino, poniéndolos sobre el corporal o paño sagrado.

Esta mesa ya no es tan simple. Ahora es un altar, donde recordamos la última cena de Jesús; donde cada domingo somos testigos del milagro de amor...la Eucaristía. Donde cada vez que queremos conversar con Dios nos acercamos para orar con Él. Donde nuestras palabras y pensamientos ya le pertenecen, y las transforma en paz y tranquilidad. En donde cada celebración nos recuerda su sacrificio de amor y nos alimentamos de su palabra, de su cuerpo y de su sangre.

Al final de esta hermosa cena, "La Comunión", el Padre con gran paciencia comenzó a limpiar cada utensilio que se utilizó. Y como en todo hogar...dejó la mesa lista para comenzar otra celebración de amor y de alegría.

Disfrutemos de cada momento que estemos sentados a una mesa, disfrutemos del juego de palabras y de todo aquello que nuestro anfitrión haya preparado para nosotros; o lo que nosotros hayamos preparado para nuestros invitados. Porque todo lo que se platica en una mesa...se transforma en una celebración de amor.

Esta pequeña reflexión se las dedico a nuestros anfitriones de cada domingo y cada día 18. A nuestra Madre del cielo, nuestra Mater querida, y a Jesús, su hijo, que es el motivo de tan hermosa celebración. Y, por supuesto, a sus dos grandes instrumentos que nos reciben siempre con una linda sonrisa: el P. Felipe Bezanilla y P. Andrés Espinoza.

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