La virtud de la afabilidad
Desde España, el arzobispo castrense de dicho país, Juan del Río Martín, nos escribe acerca de la amabilidad y de sus inmensas posibilidades para hacer de este mundo un lugar más agradable. Ser afable con quienes se convive, dice,es un cierto deber natural de honestidad, porque lo requiere la misma justicia del trato que merece todo persona. "El anuncio del Evangelio como Buena Noticia requiere, tanto de los sacerdotes como de los seglares, afabilidad, amabilidad, cordialidad, gentileza, urbanidad, sociabilidad. Con caras largas, modales bruscos y aires antipáticos no estimulamos a seguir a Jesucristo y a permanecer en su Iglesia". Invitamos a rescatar este espíritu en nuestro actuar cotidiano, al comenzar la Cuaresma 2012, para comenzar así el tiempo de renovación interior y ponerlo de manifiesto en el trato con cada persona que está y que pasa a nuestro lado.
| Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España
Han pasado las fiestas navideñas donde, en principio, todo es cordialidad, amabilidad y cortesía. Sin embargo, hay no pocos casos en que el "espíritu de contradicción" de algunos enturbia el ambiente familiar o de amistad. Con demasiada frecuencia, la grosería, la falta de respeto y la prepotencia verbal parece el hilo conductor de muchas conversaciones; ello envenena el ambiente social y familiar. A esto hay que añadir la crispación que crea la actual situación de crisis económica, financiera y moral que padecemos. Por ello, al comenzar un nuevo año, no está mal que hablemos de la virtud de la amabilidad o afabilidad como algo esencial para una convivencia pacífica.
Las relaciones de las personas con sus semejantes, tanto en palabras como en los hechos, requieren unos comportamientos que hagan más grata y amable la vida a quienes les rodean. Del mismo modo que no es posible vivir en sociedad sin la verdad, la afabilidad es necesaria en la vida comunitaria. Digamos que ser afable con quienes se convive es un cierto deber natural de honestidad, porque lo requiere la misma justicia del trato que merece todo persona por su dignidad. ¡Qué difíciles se hacen las relaciones humanas cuando hay que aguantar o sobrellevar a una persona triste, desagradable o malhumorada! Parece como si todo se ennegreciera alrededor. Es entonces cuando se echa de menos la afabilidad, virtud que hace poco ruido y que, sin embargo, por su misma naturaleza es opuesta al egoísmo, al gesto destemplado, a la mala educación, a los gritos, a la violencia, al rencor, a la obstinación.
Es verdad que una palabra amable se dice pronto, pero a veces se nos hace difícil pronunciarla debido al cansancio, a las preocupaciones, al estrés de la vida moderna o a la indiferencia egoísta. Así sucede que pasamos al lado de las personas que más tratamos y la frialdad del silencio, o la severidad del gesto hacen como si las ignoráramos. Por ello, dice el beato Juan Pablo II, que "bastaría una palabra cordial, un gesto afectuoso, e inmediatamente algo se despertaría en ellas: una señal de atención y de cortesía puede ser una ráfaga de aire fresco en lo cerrado de una existencia, oprimida por la tristeza y por el desaliento" (11.2.1981).
Los vicios contrarios a la virtud de la amabilidad son: el autoritarismo, la adulación, la vana palabrería o la charla que busca obtener algunas ventajas personales. Una persona afable sabe llegar al corazón y a la vez mantener la suave distancia e independencia que requieren las sanas relaciones interpersonales. Digamos que se sitúa en el punto medio, entre lo mucho y lo poco.
El amor a Dios fortalece y amplía en el cristiano los horizontes de la virtud humana de la afabilidad. El anuncio del Evangelio como Buena Noticia requiere, tanto de los sacerdotes como de los seglares, afabilidad, amabilidad, cordialidad, gentileza, urbanidad, sociabilidad. Con caras largas, modales bruscos y aires antipáticos no estimulamos a seguir a Jesucristo y a permanecer en su Iglesia. Los "nuevos evangelizadores" han de estar caracterizados por saber comunicar afablemente en todo momento y lugar. ¡Aprendamos a saber decir las cosas como lo hace nuestro santo padre Benedicto XVI, que es la cercanía y la amabilidad personificada!
Por último, no perder de vista que el apóstol, el pastor, el catequista o cualquier cristiano tiene que tratar a los otros como el Señor trataba a todos aquellos con quienes se encontraba: sanos, enfermos, ricos, pobres, niños, mayores, mendigos, pecadores... Hagamos lo que hizo Él y seguro que seremos más generosos, amables y respetuosos en nuestra convivencia diaria en este nuevo año.
Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España