Maravillas Hizo en Mí... El canto de María

Al entrar en aquella casa, María saludó a Isabel, y su saludo fue milagroso: su prima, llena del Espíritu Santo, reconoció en ella a la Madre del Mesías, y pronunció aquellas palabras que son parte del Ave María: "¡bendita eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

| María Isabel Herreros Herrera María Isabel Herreros Herrera

"MARAVILLAS HIZO EN MÍ..." EL CANTO DE MARÍA


¿Cómo cantaría nuestra querida Mater desde que era niña, en su corazón, en su casa, en el templo; al recibir el anuncio del ángel, al encontrarse con su prima Isabel; al acunar a su Niño, al enseñarle el lenguaje humano, al encontrarlo cuando lo creía perdido, y al acompañarle en su vida pública: al asistir con Él a las bodas de Caná, al llorar con Él por la muerte de Lázaro (también cantamos, con esperanza, en los momentos de dolor), al lamentar como Madre la muerte de su único Hijo, al interceder por nosotros ante Él , al implorar la venida del Espíritu Santo en medio de los apóstoles en el Cenáculo, y al reunirse por fin con su Hijo en el cielo? haya tenido o no conocimientos musicales, su canto fue siempre el más agradable al Señor, nuestro Dios; a quien ella se entregó libremente y por amor, en forma indivisa, desde siempre y para siempre.
Al dar María libremente su sí a los planes de Dios, su vida experimentó cambios considerables. Primero, tuvo que partir rápidamente a la montaña donde vivía su prima Isabel con su esposo Zacarías; quienes iban a ser pese a su avanzada edad los padres de Juan, el precursor del Mesías. Al entrar en aquella casa, María saludó a Isabel, y su saludo fue milagroso: su prima, llena del Espíritu Santo, reconoció en ella a la Madre del Mesías, y pronunció aquellas palabras que son parte del Ave María: "¡bendita eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!" (Lucas I, 42). Su hijo Juan saltó de alegría en su vientre (y poco tiempo después, al nacer Juan, Zacarías, su padre; que había quedado mudo por su falta de fe, recuperó el habla).

María dijo entonces, en respuesta al saludo de su prima:

"Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia -como había prometido a nuestros padres- en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lucas I, 46-55).
(Gloria).
"Magnificat anima mea Dominum, et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo, quia respexit humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex hoc beatam me dicent omnnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, et sanctum nomen eius, et misericordia eius ad progenie in progenies timentibus eum. Fecit potentiam in brachio suo, dispersit superbos mente cordis sui,
deposuit potentes de sede, et exaltavit humiles, esurientes implevit bonis et divites dimisit inanes. Suscepit Israel puerum suum recordatus misericordiae suae, sicut locutus est ad patres nostros Abraham et semini eius in saecula. Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen."

Es la oración universalmente conocida como el Magnificat, que la Iglesia reza diariamente en todo el mundo en la Liturgia de las Horas, al finalizar la oración de las Vísperas: el famoso cántico con que la Santísima Virgen, como humilde sierva, alaba y agradece con alegría al Señor por las maravillas que obró en ella para la salvación de su pueblo. Si lo hizo o no cantando, no es lo importante: a través de los siglos, su cántico ha sido expresado musicalmente de muchas maneras diferentes; a veces en forma más estética (principalmente para ser escuchado), y otras veces en forma más funcional (compuesto para ser cantado por la asamblea); por inspiración del mismo Espíritu Santo que la inspiró a ella en ese momento, y en todos los momentos de su vida.
El canto de María, más que una manifestación musical externa, es un servicio orgánico a la vida y obra de su Hijo Jesús y a su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. María guardaba fielmente en su corazón las palabras de Jesús (Lucas II, 51), las meditaba y en su vida las hacía canción.

¿Cómo se refleja todo esto en nuestra música? Si nosotros, como sus hijos, queremos ser instrumentos y aliados de aquella que es la gran Misionera y que obra milagros de gracia, en primer lugar, con ella, pedimos ayuda al Espíritu Santo para que nos ilumine, y luego, como ella, abrimos la mente, el corazón y la voluntad a sus inspiraciones. Como Isabel, reconocemos en ella a la Madre del Mesías; como Zacarías, reavivamos gracias a ella nuestra fe, y a ejemplo de ella, alabamos y glorificamos; cantando y tocando instrumentos (en ocasiones también bailando) al buen Dios; principio y fin último de nuestra vida. Esa actitud predicó, con su palabra y su ejemplo, el padre y fundador de la Familia de Schoenstatt; cuando decía "que nuestra vida sea un gran Magnificat".

El P. Kentenich también compuso hermosas oraciones en forma de cánticos (que posteriormente fueron publicadas y también musicalizadas) cuando estuvo prisionero en el campo de concentración de Dachau. Lo hizo de esa forma -estrechamente unido a María y su famoso cántico- para difundir el mensaje de Schoenstatt sin ser descubierto por la Gestapo. Nuestro padre y fundador, que estaba bien dotado de aptitudes poéticas y musicales, nunca quiso ser un caso especial por ese motivo: todo en su obra de Schoenstatt lo quiso hacer en estrecha colaboración con sus cohermanos sacerdotes y con quienes se pusieron, libre y filialmente, bajo su dirección espiritual. Para él, el cultivo de la alegría era muy importante, y la música, un buen vehículo para llegar al interior del corazón humano, y así formar al hombre nuevo en la comunidad nueva, a imagen de María. Por eso estimulaba la creatividad musical, y enseñaba él mismo las canciones; en un ambiente familiar, en torno al Santuario y bajo la protección de María.

En este Año de la Fe proclamado por la Iglesia, estamos celebrando como Familia el año de la misión, de nuestra misión; la misión del 31 de mayo. La providencia divina dispuso que ese día, el día de la Visitación de la Virgen, cuando ella entonó el Magnificat, fuese también la fecha en que nuestro padre y fundador, inspirado por el Espíritu Santo, puso sobre el altar del Santuario de Bellavista aquella carta dirigida a las autoridades de la Iglesia en la que hablaba de una cruzada por el pensar, vivir y amar orgánicos. Porque María es nuestro modelo, en ella está la armonía más plena entre lo natural y lo sobrenatural. Nuestros ojos, oídos, lengua, corazón, todo nuestro ser, quieren ser suyos, para que al igual que en ella, se manifiesten en nosotros las maravillas del Señor, y en Él logremos la unidad, armonía y fecundidad apostólica de la Iglesia del tercer milenio.

Termino con la antífona del Magnificat de la "Misa in María", armonizado para coro a tres voces, cuyo texto fue preparado por el P. Joaquín Alliende y su música es del P. Pedro Gutiérrez:
"Magnifica mi alma al Señor, y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi Salvador".

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