Motivación para el jubileo 2014
Celebrar un jubileo nos lleva a agradecer por la historia que se nos ha regalado, pero también nos presenta algunos desafíos. El primero de ellos en este año, es preguntarnos ¿Cuál es ese Schoenstatt que estamos construyendo juntos? ¿Cuál es el Schoenstatt que yo vivo?
Jueves 18 de septiembre de 2014 | P Carlos PadillaLa inquietud que hay detrás de este encuentro es ayudarnos mutuamente a volver a encendernos por lo que celebramos este año, esa primera alianza de amor, ese primer paso audaz que dio el P. Kentenich con esos jóvenes que creyeron en él. Ellos se fiaron de él y comenzaron, ya hace casi cien años, en una pequeña capillita donde ellos rezaban, un camino por el que nosotros ahora caminamos. Vallendar no era un lugar conocido en el mundo. Y allí mismo, en esa pequeña capillita, se fiaron y le entregaron su corazón a María. Fue la audacia del P. Kentenich, que vio en aquel hecho, en aquel momento, que ese lugar se podría convertir en lugar de peregrinación, no solamente para Vallendar sino para toda Alemania e incluso más allá. Vio lo que nadie veía. Creyó. Fue profeta. Fue audaz. Y todo eso se ha cumplido, es real. Hoy Schoenstatt sigue siendo ese lugar de peregrinación, no solamente el Santuario original, sino que todos los santuarios filiares en el mundo están siendo lugares de peregrinación, lugares de gracias. María se tomó en serio ese sí del P. Kentenich y ha hecho realidad aquel sueño. Los que hemos venido después del Padre, todos nosotros, hemos dicho que sí a esa corriente. Y todos los que vendrán en los próximos cien años creerán y seguirán el camino. Se trata de mirar el futuro. Celebrar un jubileo es agradecer por la historia, mirar al presente y proyectarse en el futuro.
Celebrar un Jubileo nos lleva a agradecer por la historia que se nos ha regalado. Porque sin duda tenemos mucho por lo que agradecer. Cuando uno mira hacia atrás, nuestra historia en Schoenstatt, uno tiene que agradecer. Algunos lleváis ya veinte años, treinta años, cuarenta, cinco, dos, tres días, poco importa. Uno mira su historia, y da gracias a Dios porque, a través de alguien, a través de un instrumento, de alguna celebración, apareció en Schoenstatt. El otro día, en la peregrinación a Pozuelo desde el Santuario de Serrano, que fue un momento de gracias para todos, había peregrinos que acababan de sellar la alianza de amor esa misma semana. Y estaban peregrinando a Pozuelo como si fuera algo cotidiano que hacemos todos los meses, ir de Madrid a Pozuelo andando. Era bonito ver como nos uníamos en una experiencia común, peregrinar al Santuario para preparar el corazón. Por eso uno tiene muchas cosas que agradecer cuando mira hacia atrás. Cuando uno mira hacia atrás se pregunta, ¿Dónde está ese primer amor? Un día yo me enamoré de Schoenstatt. ¿Dónde está ese primer amor? ¿Cómo está mi primer amor por Schoenstatt, por la alianza, por el Santuario? ¿Cómo está? Porque uno con el tiempo corre el peligro, como sucede con todos los amores, que empiezan muy bien, pero después con el tiempo corren el peligro de enfriarse o de llenarse un poco de quejas, de tristezas, de amargura, de críticas, de celos, egoísmos, envidia. Mi amor a veces se llena de esas cosas y se convierte en un amor un poco triste, poco sólido, porque no ha madurado sino que se queda en un amor inmaduro. Yo creo que un año jubilar es la oportunidad para pedirle al Señor que haga que nuestro amor madure, que ese amor de la alianza primera, lleno de entusiasmo, joven, abierto, que todo le parece bien en Schoenstatt, que todo le parece bonito, permanezca inocente, fresco, vivo. A veces, cuando uno conoce más Schoenstatt, cuando pasan los años y el amor envejece, ya no le parece todo tan bien. Nuestra opinión es distinta a la del otro. Quizás esta reunión yo la hubiese hecho distinta, hubiera empezado de otra forma. Porque Schoenstatt tiene esa belleza, uno tiene opinión sobre todo. A veces te la piden y a veces no, y tú la das. Si te la piden, con razón, y si no te la piden, sin razón, pero tú la tienes, y la aportas. Y es bonito, porque es una familia, y en una familia todos opinan, aunque es verdad que al final sería imposible hacer lo que todos opinan. No iríamos a ninguna parte, o a muchas a la vez. Hay que optar, tomar un camino. Pero Schoenstatt tiene esa belleza de sentir que es mío y puedo opinar y mi opinión es tomada en cuenta. Es una bonita verdad, Schoenstatt es nuestro, es un regalo que nos ha dado Dios a todos, lo ha puesto en nuestras manos, ha confiado en nosotros, ha creído en nuestro vida. El P. Kentenich se lo confió a un grupo de jóvenes que se fueron a la guerra. Más peligroso que eso no puede ser ahora. Schoenstatt sigue siendo un regalo que María nos entrega a nosotros. Y nos sentimos como esos jóvenes que se iban a la guerra, muchas veces incapaces, débiles, torpes para hacer que Schoenstatt sea lo que Dios quiere que sea, que Schoenstatt sea un regalo para la Iglesia, que Schoenstatt, a través de la alianza de amor permita que muchas personas tengan alegría en sus vidas, esperanza, que muchas personas puedan cambiar sus corazones.
Schoenstatt es un gran regalo para la Iglesia de hoy. María es armonía. Une lo humano y lo divino. Eso falta a veces en nuestra Iglesia. Nuestro peligro es con frecuencia sobrenaturalizarlo todo y dejar lo humano de lado. Cuando estoy mal, decimos que es el demonio o Dios y pensamos que basta con rezar un padrenuestro. Se sobrenaturaliza todo fácilmente. Schoenstatt rescata lo humano, porque María rescata lo humano, lo humano que tiene que sanarse, lo humano que tiene heridas, que tiene que entregarse a Dios para que Él me ayude a sanar, en el corazón de Dios pero también en el corazón de personas con las que camino. Schoenstatt es un camino de santidad que parte de la alianza de amor con María en el santuario. Un camino en el que esa alianza de amor se convierte en una alianza fraterna con todos los que han hecho la alianza de amor con María. Se convierte entonces en una familia que camina en alianza al encuentro de Dios y que nos ayuda a aspirar a una santidad de la vida diaria de la que hablaba el P. Kentenich. Es una santidad muy cotidiana, no de grandes milagros, una santidad de hacer cada día lo que Dios quiere que hagamos, buscando su voluntad. Hacer posible que aprendamos a amar como Dios quiere que amemos. Es el gran regalo que tiene Schoenstatt para la Iglesia. Desde la sencillez de María. María siempre está en segundo plano, María se retira, María es capaz de acompañar a Jesús en silencio, muchas veces en esa discreción de buscar lo que Dios quiere. Eso es lo que queremos ser dentro de la Iglesia, un instrumento. Cuando el P. Kentenich decía la famosa frase de «los destinos de la Iglesia se codecidirán a la sombra del Santuario», puede sonar pretencioso, parece imposible, y, sin embargo, Schoenstatt tiene algo que aportar ahí, desde la humildad, desde la originalidad del Santuario, desde la pureza del Santuario. Tiene algo que aportar. A veces uno quiere decidir las cosas. Influir. Estar presente. Nuestro carisma es un servicio a la vida. Nuestro poder es servicio. Es el poder de María. Ella tiene el poder de servir desde el amor. Ésa es nuestra forma de servir.
El primer desafío en este año jubilar es preguntarnos ¿Cuál es ese Schoenstatt que estamos construyendo juntos? ¿Cuál es el Schoenstatt que yo vivo? El P. Kentenich no se inventó Schoenstatt. Lo vivió. Lo previvió desde esa alianza que su madre hizo cuando lo consagró a los nueve años. Ahí empezó a previvir Schoenstatt. Por eso luego pudo entregar lo que él vivía. Entregar Schoenstatt no es decir: hay una reunión donde nos juntamos, eso no es entregar Schoenstatt. Entregar Schoenstatt es vivirlo. ¿Qué Schoenstatt vivo yo? ¿Cuál es el Schoenstatt que vivo? El P. Kentenich necesitó mucho tiempo de silencio, de oración, por lo que fue su vida, por sus heridas. Eso permitió que en esas heridas María profundizase y ahondase, y Schoenstatt nació en el silencio de su corazón, en la hondura de su alma. ¿Dónde nació Schoenstatt en mi corazón? Si yo me fuese a vivir, por ejemplo a Canadá, fundaría Schoenstatt allí. Pero no con una estructura sino que fundaría Schoenstatt en la medida en que estuviese vivo en mí. Schoenstatt es mucho más que tener un grupo de vida, mucho más que tantas cosas que hacemos en Schoenstatt que estamos siempre reunidos. Cuando el Señor venga nos encontrará reunidos, en lugar de amando. Estaremos reunidos y enfadados por estar reunidos, además. Otra reunión. Esta reunión a la que venís es otra más. Algunos tenéis tres esta semana. Lógicamente venís enfadados. Diciendo, a ver qué me dicen. Yo creo que a veces podemos perder esa pasión por la vida, por Dios, por María. Schoenstatt es una pasión. Pasión por el hombre, pasión por la vida. Y si la perdemos, se convierte en una estructura. Y la estructura sin vida no sirve. El P. Kentenich decía que a veces queremos crear estructuras y cauces, y no hay amor, no hay vida suficiente. Y tratamos de crear más cauces. El padre decía: ahondemos, ahondemos en la fuente, en el pozo, en la vida, para que haya más agua, y entonces ahí ya tendrán sentido los cauces para encauzar esa vida que hay. Schoenstatt es esa vida. El Padre siempre respetó la vida. Schoenstatt nació en esa originalidad de gente concreta que estaba dispuesta a dar su vida por la alianza. Ojala este año sea eso para nosotros.
Cuando miro al centenario del 85, porque estuve allí, para mí es bonito decir que viví un jubileo. Lo diremos todos nosotros dentro de unos años: yo fui a un jubileo. Uno dirá que él no había nacido, por ejemplo. En el 85 algunos pudimos ir; éramos muchos menos, pero a mí se me abrieron los ojos a lo que era Schoenstatt. Yo acababa de entrar. Y se me abrieron los ojos. De las cientos o miles de personas que estábamos allí viviendo el jubileo del centenario del nacimiento del P. Kentenich, y la pasión por Schoenstatt. Se me abrieron los ojos. Ojala este centenario para todos nosotros sea eso, enamorarnos de nuevo, volver a vibrar por Schoenstatt, volver a encendernos por esa alianza de amor. Queremos que, aunque vayamos en distintos grupos, unos vais a Schoenstatt y otros a Roma, vayamos en un espíritu común, en un espíritu de familia. Ir a Roma es posible porque antes habremos vivido Schoenstatt, habremos renovado a la sombra del Santuario la primera Alianza. Vamos a Roma, al encuentro con el Papa Francisco, a escuchar su mensaje, con la experiencia de la semana anterior en Schoenstatt. Y vamos unidos como familia de Schoenstatt en España. Con el tesoro que tenemos de nuestra realidad española, con nuestra Iglesia que es muy rica, ahí tenemos algo que aportar. Con nuestro Schoenstatt español que ya es muy rico, porque es un Movimiento que ha crecido, tiene tres Santuarios, está en muchos sitios, presente en muchas familias. Pequeño, pero para nosotros es grande, porque cuando uno ha visto esto nacer se da cuenta de cómo ha crecido durante todos estos años. Tenemos algo que aportar, algo original, porque el español es apasionado, es misionero, ama la vida. Tenemos algo que aportar al Schoenstatt internacional. Por eso esa conciencia de que vamos como familia española. Iremos muchos desde Madrid, desde Cataluña y de otras partes de España para participar en este jubileo. Y los que no podáis ir, también estamos unidos con vosotros. No solamente peregrina el que puede, el que va, sino que todos los que estaremos allí representamos a los que se quedan aquí. Tanto en Schoenstatt como en Roma. Son dos cosas diferentes. Schoenstatt. Cuando pienso en Schoenstatt, el lugar me apasiona. Estar ahí. Ese día dieciocho, por la tarde, cuando se renueve la alianza de amor. Me alegra poder estar allí. Ese va ser un momento importante como Schoenstatt, como familia. Abrir los ojos. Ver lo que es el Schoenstatt internacional, que es mucho más que mi grupo de vida, que desborda. Roma tiene también esa belleza de la Iglesia. Tenemos la suerte de tener al Papa Francisco, que es un papa tan cercano, tan humano, que nos va a acoger y nos va a decir unas palabras. Le vamos a entregar lo que es Schoenstatt, los pocos frutos que tiene Schoenstatt a nivel de obra social, a nivel de educación, de familia, de juventud, de espíritu misionero; tantas cosas que tiene Schoenstatt que puede aportar a la Iglesia. Ese día se lo vamos a entregar al papa, sin ningún afán de nada, con sencillez. Esto es lo que somos, y aquí estamos para servir a la Iglesia. Son dos momentos. Los dos muy importantes porque los dos rescatan algo de nuestra misión. El primero es más hacia dentro, de poder alegrarnos y agradecer. El segundo es más hacia la Iglesia, de servicio, de entrega y ofrecimiento al Papa. Queremos vivir no sólo lo que va a ser estar allí, sino que también viviremos la celebración aquí el 16 de noviembre como Familia Española y durante todo el año muchos momentos en los que vamos conquistando esta red de santuarios vivos. En septiembre tendremos un acto de entrega de esta red y nos consagraremos como Santuarios vivos como familia de España. Es la red que vamos a llevar después al Santuario original. En esta red podéis colgar vuestras fotos de familia, y se va a llevar a Schoenstatt para ofrecérselo a María, para entregarle los frutos de esa alianza de amor que ya cumple cien años, para entregarle a Ella nuestras vidas, nuestros sueños y anhelos. Ojalá sea este jubileo un tiempo sagrado, un tiempo de gracias, un tiempo de renovación, de volver a nuestro primer amor y renovemos nuestra alianza con gratitud.