«¡Ninguno de nosotros debe morir sin dejar una huella real en el mundo!»
El Padre Kentenich, refiriéndose a la santidad, nos dice que “nuestro objetivo no es realizar actos visibles extraordinarios sino que, basados en una profunda convicción interior, hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias que nos corresponde realizar en la vida de todos los días”.
Lunes 26 de agosto de 2019 | Rafael MascayanoUn sábado a temprana hora, acompañaba a mi señora hacia el Santuario Cenáculo de la Providencia, ya que ella iba a realizar un Taller para Ministros de la palabra o como a ella le gusta decir “de proclamación de la palabra del Señor”, y casi al llegar nos encontramos con un señor (residente de alguno de los edificios aledaños) que con una bolsa de basura iba recogiendo papeles, latas, botellas… Con Nena nos sorprendimos y comentamos que muchas personas habrían pasado por el mismo lugar e incluso nosotros mismos, y lo único que habríamos hecho habría sido reclamar por aquellos que habían tirado esa basura.
Ese señor, lo más probable es que no va aparecer en ninguna noticia, sin embargo ayudó en forma silenciosa a que todo el que pasara tuviese (y de manera especial entorno al santuario) una vista agradable de ese espacio.
El Padre Kentenich, refiriéndose a la santidad, nos dice que “nuestro objetivo no es realizar actos visibles extraordinarios sino que, basados en una profunda convicción interior, hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias que nos corresponde realizar en la vida de todos los días”.
Sí, cada día, en cada momento, tenemos la enorme posibilidad de santificarnos en nuestras acciones cotidianas y hacerlo por amor a Dios y a nuestros hermanos. Y nos reitera “¡Ninguno de nosotros debe morir sin antes haber alcanzado las cumbres más altas, de acuerdo a los talentos y gracias que Dios nos ha dado!”.
Así mismo, el Padre Kentenich nos invita a preocuparnos seriamente en nuestra relación cotidiana con los demás: “Si me esfuerzo por ser santo, debiera ser una persona cercana a los demás; debiera tener una disposición de entrega y un deseo de ayudar superior al que tienen las personas que no luchan por la santidad. De nosotros jamás debiera decirse: ¡Mientras más santos, menos civilizados y corteses se vuelven! El trato que damos a los demás es parte integral de una vida santa. Siempre y en todas partes quiero y debo cumplir mis deberes morales cotidianos: ser amable con todos, bondadoso con el pobre etc. José Engling es un buen ejemplo de todo esto...”.
Construir una sociedad distinta, en que el valor de la persona, de cada persona sea una realidad, nos invita a cuidar del otro, de ponernos a disposición de los demás, de tender nuestras manos a los que más lo necesitan, sabiendo que cada una de nuestras acciones son una oportunidad para contribuir a la renovación social y religiosa de los demás. Y todo ello con una sincera actitud de servicio y no de proselitismo, teniendo en cuenta la advertencia del P. K., “Las personas más peligrosas son las que quieren vivir una vida religiosa, pero que no hacen ningún esfuerzo por servir a los demás (…)”.
No tenemos que esperar grandes acontecimientos o instancias de martirio, sino que el Padre nos llama a ser santos de la vida diaria, que según él “significa cumplir nuestros deberes tan perfectamente como sea posible en cada situación de la vida, y por un amor tan grande a Dios como sea posible”.
Y hay tantas ocasiones para realizar esta hermosa tarea: sonreír y saludar al señor o señora que está barriendo la calle, saludar en el ascensor aunque no te respondan, agradecer por un servicio en un restorán o tienda, dar el paso a un automovilista y no mirar para otro lado porque “estamos supuestamente atrasados”, devolver el carro del supermercado al lugar correspondiente y si es posible llevar otro más (a los que los recogen les ayudarás en su trabajo). Hay tantas y tantas actitudes que son de “buena ciudadanía y a la vez de “santidad de la vida diaria”, porque son humanas y a la vez divinas, ya que estamos colaborando desde lo concreto, desde lo práctico a crear un mundo mejor, en pequeño el “Reino de Dios entre nosotros”. Como diría el P. Kentenich, “estoy sinceramente convencido de que Schoenstatt, como lugar de gracias, es obra de los «silenciosos de la tierra», no de los que hacen mucho ruido”, “también debemos aprovechar toda oportunidad para continuar nuestra autoeducación”.
Lo anterior no excluye nuestras responsabilidades profesionales, más aun, el P. Kentenich nos llama a actuar en este sentido: “no hay mérito alguno en que un profesor diga: «Dejo que los otros profesores estudien mientras yo ocupo mi tiempo en rezar». El esfuerzo por ser santos incluye el perfeccionamiento profesional y laboral”. Y cuando hablamos de “lo profesional”, también estamos hablando de nuestro “profesionalismo laical”, sobre todo en la realidad en que nuestra Iglesia hoy está. Mientras menos nos formemos “profesionalmente” en la lectura de la Biblia, en los documentos de la Iglesia, en lo que el P. Kentenich nos ha dejado, tenderemos naturalmente a la pasividad laical y a dejar en otras manos nuestra responsabilidad en la construcción de un Schoenstatt más federativo.
El P. K. nos llama a ser muy concretos y vivir desde lo cotidiano, como una voluntad de lo que Dios nos está mostrando en cada momento y que nos alienta a poner la mano en el arado y a no mirar hacia atrás, sin descuidar la oración y la eucaristía, fuentes de nuestro accionar diario. Muchas veces hemos escuchado el llamado a “ser constructores de historia y no a ser espectadores de ella”. Hoy es la oportunidad de comenzar, y hacerlo desde nuestra realidad inmediata: ¡Ninguno de nosotros debe morir sin dejar una huella real en el mundo! (P. José Kentenich).
Citas del texto: Capítulo V, Santidad “Ahora”, Santidad de la vida diaria, Textos del P. José Kentenich, Editado por el P. Jonathan Niehaus, Ed. Nueva Patris. Este texto fue aportado por Paulina Johnson, en el seminario que ella dirigió sobre “Santidad de la vida diaria, paralelo entre el P. Kentenich y el Papa Francisco”, en la Casa de la Rama del Santuario Cenáculo de la Providencia.
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Una ascetica domestica y civica se require en el silencio de la santificacion que agudiza el atender las necesidades del projimo y aumenta el Capital de Gracias.
Esta en al Acta de Fundación (perfecto cumplimiento de los debere)y en la enseñanza de .toda escuela de espiritualidad.
Esa es nuestra oracion por la Iglesia.
Bendicines .
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