¡No a la guerra entre nosotros!
Es triste ver como en ocasiones, estamos peleados con nuestros seres queridos, con nuestros compañeros de trabajo. Es difícil estar en paz con el resto del mundo si ni siquiera hay amor en el entorno cercano. La vanidad, el querer sentirse importante, o bien, el querer "pertenecer" cueste lo que cueste, nos va llevando a denigrar nuestro espíritu y nuestra dignidad, lastimando amistades y depositando desconfianza en nuestro hermano.
Domingo 1 de febrero de 2015 | Lucía Zamora"El Espíritu Santo nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No a la guerra entre nosotros!" Esta es una frase de nuestro querido Papa Francisco que circula en las redes sociales. El P. Kentenich lo dice de otra manera en su "Epístola perlonga" del 31 de mayo de 1949 "Queremos permanecer recíprocamente fieles el uno en el otro, con el otro, para el otro, en el corazón de Dios. Si no nos reencontrásemos allí sería algo terrible".
La "guerra" de la que nos habla el Papa Francisco existe, y no es exclusiva de organizaciones y religiones, está en nuestra familia, en el trabajo, en nuestro entorno... ¡en el mundo!
En el libro "Jardín de María" del P. Rafael Fernández, narra en dos renglones todo lo que el P. Kentenich sufrió en una de las etapas más dolorosas de su vida: "Ahora no es el nazismo quien crucifica sino la misma Iglesia. Cuando la crucifixión es hecha por los amigos, por los más cercanos, se hace más dolorosa aún". Con tristeza podemos reconocer historias como esta en nuestras vidas; pues cuantas cosas como creyentes, como schoenstattianos hemos tenido que vivir para poder identificar con el corazón lo que viene de Dios y lo que viene del hombre.
Es lamentable reconocer, que de alguna manera queremos estar en el corazón de Dios, y que la tentación de un "querer estar" en el escenario, tratando de brillar, cubriendo con maquillaje intereses personales y no por compartir nuestro corazón, con el corazón del otro, llega a destruir ilusiones de un espectador, que viene a nosotros lleno de fe y esperanza, acabando con ese espejismo que mostraba un aparente "amor" hacia el prójimo, naciendo de esta manera una guerra entre hermanos. La vanidad, el querer sentirse importante, o bien, el querer "pertenecer" cueste lo que cueste, nos va llevando a denigrar nuestro espíritu y nuestra dignidad, lastimando amistades y depositando desconfianza en nuestro hermano. El mundo nos va creciendo en el protagonismo, y si no despertamos a esta tentación terminará por destruir los sueños de aquellos que creyeron en nosotros y el resentimiento y la desconfianza, irán en aumento. Podríamos decir que es una lucha eterna, entre la voz de Dios y la voz del diablo.
Sabernos amados por Dios nos llevará a descubrir el amor verdadero hacia los demás; amor que nos dará fuerza y alegría para contribuir con su Obra. Si no sentimos ese amor cálido, transparente y de entrega en nuestro corazón por el corazón del otro, no podremos sentir la tierna mirada de Dios y nuestro esfuerzo quedará solo en eso...en "esfuerzo" y no en "amor". Que difícil encontrar la mirada de Dios ante un mundo lleno de tentaciones, porque como humanos nos cuesta trabajo no querer soltar el "aplauso" por la verdadera caridad, o por el servicio incondicional al prójimo. No es fácil, sin embargo la lucha tiene que continuar "permaneciendo fieles" fieles a la verdad, a la humildad, al agradecimiento y a la oración.
Dios nos ama y quiere que nos reconciliemos con Él; que nos acerquemos y encontremos en su Palabra su voluntad. Rescatemos el amor en el perdón, así como Jesús lo hizo al entregar su vida como una ofrenda por nosotros; como el P. Kentenich ofreció su libertad exterior por nuestra libertad interior. Pidamos a María que nos enseñe a caminar por la vida tal como Ella lo hizo: fuerte y digna, sencilla y bondadosa, repartiendo amor, paz y alegría. En nosotros recorre nuestro tiempo preparándolo para Cristo Jesús. Amén.
"Si Dios es amor, amar es un privilegio de Dios."