Nuestra Virgen de la ternura
Muchas veces se habla del amor de Dios, de la justicia de Dios, del poder de Dios. Sin embargo pocas veces se menciona la ternura de Dios. El padre Joaquín Alliende nos recuerda cuanta falta nos hace la ternura del Padre, de Cristo y de María.
Viernes 19 de septiembre de 2014 | P. Joaquín AlliendeEl Concilio Vaticano II impulsó a dejar atrás lastres vetustos. En algún país se nombró una comisión de especialistas. Su labor era revisar el texto de los cantos litúrgicos y de piedad popular. El más estricto entre esos expertos era un renombrado liturgista. Él impuso, como exigencia absoluta, borrar las palabras "tierno" y "dulce", cada vez que aparecieran. Poco después, el liturgista se fue a vivir de riguroso ermitaño en un desierto. Cuatro años más tarde, dejó el ministerio sacerdotal y declaró a sus amigos: "el catolicismo es una heladera, sin temperatura ni sentimiento".
Por esos mismos años, el P. Günther Boll había citado una afirmación del P. José Kentenich: "La piedad al Sagrado Corazón es también hoy de capital importancia, porque el Corazón traspasado es la mayor manifestación del Dios de la ternura".
Si no encontramos la ternura en Jesús y su mundo, la beberemos en otras fuentes no divinas... y hasta antidivinas. Un semejante error, no pocas veces, estuvo ligado con la desastrosa crisis del sacerdocio y de la vida consagrada y misionera de los últimos 50 años.
Sabemos que casi toda la iconografía mariana de Occidente tiene orígenes en el arte icónico oriental. Nuestra MTA es una variación italianizada, latina, de un prototipo oriental llamado "Virgen de la Ternura", en el cual el Dios Niño intercambia con su Madre gestos, miradas y caricias. Nuestro fundador analizó el significado providencial del por qué la imagen nuestra es la que tenemos. Por ejemplo, consideró que el dejo de una cierta dulzura, venía a complementar la estética entonces usual en Alemania. El Papa Francisco es italiano de familia y argentino de patria. Con vigor ha convocado a una "Revolución de la Ternura". Mientras tanto, el odio salpica las pantallas de las redes sociales (Franja de Gaza, Siria, Irak...). Nuestra fe enseña que los volcanes de horror diabólico los vence la Mujer revestida de Sol (Apocalipsis 12), que es "vida, dulzura y esperanza nuestra". Metido en medio del "infierno de Dachau", José Kentenich pidió que, desde el santuario en el valle, surgieran "nobles mujeres con rasgos de la ternura y la pureza de Cristo" (HP 277 278). Este sacerdote contagiaba con la alegre cordialidad de los renanos. Era pastor bueno y padre paterno. Él imprimió a Schoenstatt un cuño indeleble: ternura mariana para "la vida del mundo" (Jn 6).