“P. Günther Boll”

El 16 de julio de este año, nos dejó uno de los padres más queridos de Schoenstatt. Günther Boll ahora se encuentra con Dios, y por eso en su columna de esta semana, el padre Joaquín Alliende nos recuerda algunos aspectos de la vida del padre Boll. Un pequeño homenaje para un hombre sencillo que entregó su vida para servir al Señor y a la Mater.

Jueves 18 de septiembre de 2014 | P. Joaquín Alliende

De natural tímido, al modo como algunas personas muy inteligentes. Era ágil, andaba sin hacer ruido. Podía citar oportunamente a Rilke, o algo de Spaemann. Una vez nos invitó para intercambiar sobre unos Chagall recién descubiertos. Otro año le interesó hacer dialogar la teología de la liberación con la mirada kentenijiana de la historia. Le encantaba ver buen fútbol en TV y jugar volleyball. Éste lo apasionaba. Cuando perdía, a veces se dibujaba en su cara una mueca de desagrado. En la adoración al Santísimo inclinaba el cuerpo hacia la derecha, pero siempre erguido. Nuestro padre le dijo en Milwaukee que tenía una sensibilidad vigilante como la de una ardilla. Una vez le recomendó tener en su cuarto una mezcla de frutos secos y pasas (Studentenfutter), para que Günther acompañase con algo sabroso sus variadas lecturas de final de día. Lavaba los platos con rapidez inimitable.

Leyó todo lo que se ha impreso del P. José Kentenich. Revisó traducciones a varios idiomas. Era muy certero. En cuanto a hablar temas de fondo con nuestro padre, en la madurez final del fundador, posiblemente tenga récord mundial de horas conversadas con calma. Pero lo central no era un saber, era un vivir y un morir. Günther Boll entregó todo lo que era en el seguimiento a su padre, al profeta y al fundador. Por esta consecuencia radical durante tiempos muy difíciles, se le impedía ser ordenado sacerdote católico. Después asumió tareas humanamente las más árduas, para entregarse a su misión de cofundador, "sin preguntas ni quejas". Por ello sufrió. Una vez lo vi llorar después de aceptar un pesado encargo.

Desde un centro personal decantadamente kentenijiano, no tenía ningún temor de ir al fronterizo, o al contradictor, sin dogmatismo y sin desdibujarse nunca. Cuando alguien lo arrinconaba artificialmente, contestaba rápido y, en sus años jóvenes, con un alfilerazo de ironía. Después, con los años, su benevolencia coloreaba sus palabras.

Nos deja un multifacético y permanente legado. Así como en José Kentenich su herencia se anuda en una paternidad en Jesús, Unigénito del Padre y Buen Pastor de cada hombre, ocurre algo similar en Günther, como hijo-padre. Y también demuestra que el P. Kentenich fue padre inmediato en 1914, y es padre de padres cien años después, proyectán­dose hacia un horizonte que está por nacer.

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