¡Por favor, nada denso!
Saltan siempre de las críticas a la televisión abierta. La verdad, la competencia y lo voluble del público televidente lo hacen un oficio complejo. Programas de alta calidad mueren al segundo intento, dada la baja sintonía. Se les reprocha lentitud, lenguaje enrevesado. Nos obligan a pensar. Se privilegia la evasión y el juego antes que lo formativo. A todos nos gusta la cultura, pero para el vecino. A esto se suma el auge de los programas interactivos que dan da cuenta de una realidad que ocupa cada vez más espacio, verdadero termómetro del cambio que vivimos, donde el televidente tiene la palabra. Éste quiere tomar el micrófono, tener sus cinco minutos de fama...
| Padre Hugo Tagle Padre Hugo TagleSaltan siempre de las críticas a la televisión abierta. La verdad, la competencia y lo voluble del público televidente lo hacen un oficio complejo. Programas de alta calidad mueren al segundo intento, dada la baja sintonía. Se les reprocha lentitud, lenguaje enrevesado. Nos obligan a pensar. Se privilegia la evasión y el juego antes que lo formativo. A todos nos gusta la cultura, pero para el vecino.
A esto se suma el auge de los programas interactivos que dan da cuenta de una realidad que ocupa cada vez más espacio, verdadero termómetro del cambio que vivimos, donde el televidente tiene la palabra. Éste quiere tomar el micrófono, tener sus cinco minutos de fama. Y como hay poco tiempo, nos suplen en la pantalla personajes de la farándula criolla que dictan cátedra en cuanto tema existe, buscando así representar al ciudadano común.
Chile debe ser de los pocos países en que un humorista tiene más tiempo en radio o televisión que un profesor universitario, médico o abogado. Interesa más el golpe emotivo, el chiste liviano, la talla simplona, que la opinión madurada y serena. "Dígalo en diez segundos o no lo diga", parece ser el lema. Y estos códigos comunicacionales, nuevos y sorpresivos, han empapado desde la política hasta las escuelas y universidades. Vale más el parecer que el ser, el envoltorio que el contenido, el golpe emocional que el racionamiento sabiamente decantado. Todo adquiere un tono relajadamente alegrón, irreverente y aparentemente informal. La idea es vivir a la ligera, teñirlo todo con colores primaverales para no pasar por serio o, mucho peor, por "grave". Ésta debe ser de las palabras que más nos repelen y que constituye una suerte de maldición para cualquier evento que busque pasar por políticamente correcto.
Hemos confundido alegría con desparpajo, serenidad con liviandad, humor con chistes burdos. Culpamos a la televisión de este aire farandulero que ha teñido la convivencia nacional, pero el fenómeno lo experimentamos en casa y brota de todos los rincones del alma nacional. Todo lo empezamos a teñir con aires livianos con tal de no asustar a la clientela. Peligroso negocio que nos lleva a mirar toda la existencia con colores primarios.
La televisión viene a ser una suerte de espejo de la calle. El problema es que nos asusta afrontar la vida con profundad, darnos tiempo para la conversación serena y fecunda. Evadimos la discusión, el conflicto serio, la reflexión madura. Desconfiamos de sus bondades y las tildamos de aburrida sin derecho a defensa.
Pero, más preocupante que la "farandulización", es que contemplamos la realidad con una actitud acrítica, comulgamos con ruedas de carreta. Criticamos las vidas de plástico que nublan las pantallas de la caja chica. Y muchas veces no son más que una proyección de lo que ya vivimos en casa.
Padre Hugo Tagle
Santiago, Chile
Julio 2010