¿Qué cantamos?

La auténtica oración cantada expresa musicalmente nuestra propia vida de fe, esperanza y amor, tanto personal como comunitaria. Sin embargo, al elegir los cantos, quienes estamos a cargo de la música ponemos más énfasis en la parte práctica. No obstante, todos nosotros, músicos o no, como fieles instrumentos, en profunda Alianza de Amor con María y entre nosotros, somos corresponsables, activa o pasivamente, de la oración cantada, a partir de la originalidad, misión y función de cada cual dentro de la comunidad. 

| María Isabel Herreros Herrera María Isabel Herreros Herrera

Esta sencilla pregunta, que nos hacemos casi siempre al reunirnos para orar en común, tiene cada vez más respuestas diferentes; algunas de ellas bastante discutibles. Muchas personas sostienen, por ejemplo, que los cantos deben ser siempre conocidos, fáciles de cantar y de acompañar instrumentalmente. Pero olvidan a veces que esos cantos se hicieron conocidos porque en su composición y difusión hubo experiencias vitales más allá del talento musical, la publicidad y la tecnología. Fueron experiencias propias de otras personas y comunidades (o nuestras, en otra época de nuestra historia), que no siempre son las mismas que vivimos hoy.

La auténtica oración cantada expresa musicalmente nuestra propia vida de fe, esperanza y amor, tanto personal como comunitaria. Sin embargo, al elegir los cantos, quienes estamos a cargo de la música ponemos más énfasis en la parte práctica. Necesitamos saber los cantos, haberlos practicado, tener la letra escrita o en la memoria, poder acompañarlos al menos con un instrumento armónico (tradicionalmente el órgano o el armonio, pero por lo general, la guitarra, el teclado u otro) y normalmente cantar, a una o más voces, frente a un micrófono. En tanto que la asamblea, a través de las personas encargadas, busca en primer lugar la motivación principal y el momento indicado para cantar, y la persona que preside la liturgia (o el momento de oración) se preocupa de guiar y coordinar ambas cosas, en representación de todos.

Pero ¿cuál es nuestro criterio común para la selección de los cantos? Si contemplamos la gran riqueza en diversidad que tiene actualmente el canto religioso, pareciera que no lo hay. Y ¿quién elige las canciones: el celebrante (o la persona que dirige la oración), la asamblea, o únicamente las personas que guían el canto? Sólo el Espíritu Santo tiene la respuesta: todos unidos (no "en masa", sino de acuerdo a lo que Él pide de cada uno en ese momento) cantamos lo que Él nos inspira, como lo hizo María, nuestra Madre. No son sólo caprichos de artista. Todos nosotros, músicos o no, como fieles instrumentos, en profunda Alianza de Amor con María y entre nosotros, somos corresponsables, activa o pasivamente, de la oración cantada, a partir de la originalidad, misión y función de cada cual dentro de la comunidad.

El buen Dios y la Mater quieren instrumentos libres, no "máquinas de hacer música", para crear vínculos sanos entre nosotros y con el mundo sobrenatural... de eso se trata nuestra misión. "Los ritos son necesarios", como dice Antoine de Saint-Exupery en "El Principito".

Muchas veces sucede que planificamos los cantos "en frío" para una liturgia, y llegado el momento de cantar, debemos necesariamente cambiarlos, por obediencia o porque las circunstancias de nuestra vida o de la vida de la Iglesia, que es la liturgia, así lo requieren. Ahí se prueba nuestro espíritu de servicio: no podemos desvincular nuestra función de la guía del celebrante, ni dejar de lado las necesidades de la asamblea. Es por eso que se nos hace cada vez más necesario contar con un ministerio musical bien preparado, al igual que los demás ministerios, que sirva eficazmente a las necesidades de cada liturgia (y en los momentos de oración en general) ya que, en la práctica, no siempre es posible improvisarlo todo.

El hombre nuevo en la nueva comunidad siempre canta en su corazón, como lo hizo Santa Cecilia, la patrona de los músicos, al dar testimonio de su fe con el martirio. Y como lo hizo también el P. Hernán Alessandri (Q.E.P.D.), fundador de la obra de María Ayuda (que el 12 de abril de este año cumple 30 años de existencia), quien, debido a su enfermedad, vivió en silencio los últimos años de su vida. Un antiguo canto suyo, "Las Tres Rosas", expresa muy bien nuestro compromiso como ministerio musical: el amor fiel es lo más importante de todo, aún más que elegir los cantos, componer o cantar frente al micrófono. La canción dice así:

"Una rosa, una rosa roja, en Bellavista floreció.
Y esa rosa roja de mi pecho nació;
fue la de mi amor primero, fue mi corazón que ardió;
hasta que a los pies de la Virgen, sangrando, se deshojó.

Otra rosa, una rosa blanca, en Bellavista floreció.
Y esa rosa blanca de mi canto nació;
juvenil, alegre y pura para la Virgen se abrió;
hasta que ella un día sus pétalos, sonriendo, le deshojó.

Y otra rosa, una rosa de oro, en Bellavista floreció.
Y esa rosa de oro de mi amor fiel nació;
creció brillando en silencio, la Virgen la prefirió;
con amor la puso de estrella en su corona, y esta,
allí nunca se deshojó".

Por eso, aprovechemos bien la época de nuestra rosa blanca y compartamos libre, consciente y responsablemente su hermosura. Llegará un día en que sus pétalos, como un valioso aporte al Capital de Gracias de nuestra querida Madre y Reina, caerán a sus pies, deshojados por ella misma... pero, si seguimos siendo sus fieles instrumentos, también en el silencio, seremos parte de su corona, y ella se coronará en nuestra vida, dándole un sentido pleno.

Termino con dos frases de nuestro padre y fundador:
"Fidelidad por fidelidad, corona por corona", y "¡quedamos en eso, permanecemos fieles!"

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