¿Qué celebramos?

Barbara Brain se pregunta qué celebramos en octubre pasado, de quién era el cumpleaños número cien. ¿De la Mater? ¿Del Padre Kentenich?¿Del Santuario? ¿De la alianza de amor? La respuesta al parecer no es ta obvia.

Lunes 22 de diciembre de 2014 | Barbara Brain

Se suele decir en estas fechas de Navidad: ¿qué celebramos?, ¿de quién es el cumpleaños?. De la misma forma nos preguntamos: ¿qué celebramos en octubre pasado? ¿de quién era el cumpleaños número cien?
¿De la Mater? No, ella ya tiene más de dos mil. ¿Del Padre Kentenich? Tampoco, ya estaría por los 130. ¿Del Santuario? No, no tenemos certeza de cuándo fue construido y consagrado inicialmente. ¿De la alianza de amor? Tampoco es tan claro, ya que la alianza con María no es una novedad de estos siglos, sin duda se incia con Cristo mismo, que la eligió como su primera aliada. Lo que celebramos entonces es la rara conjunción de todos estos elementos en un lugar, en un grupo de personas y en un momento histórico determinado.
Tan raro, excepcional y oculto fue ese instante, que no todos los presentes lo comprendieron. Sólo dos de ellos lo vieron en su plenitud: el padre Kentenich y María. Quizás José Engling, y alguno más de los presentes, tuvieron también un chispazo de esa visión profética, pero fue el tiempo el que comenzó a dar las certezas de que en esa fecha histórica, el Espíritu de Dios se hizo presente en forma enérgica, para dar un giro al curso de la historia de la Iglesia, y con ello, de la sociedad.
Como para Dios no hay paso del tiempo, y 100 años no es nada, su energía está aún latente. Una reunión multitudinaria no es una comprobación de la presencia de ese Espíritu. La santidad de muchos en todo el orbe, al menos en 110 naciones donde Schoenstatt ha sembrado estas semillas de Alianza, sí lo es. Es esa santidad (me atrevería a decir que la santidad de miles, porque los resultados apuntan a que no pueden ser menos) la que cambia la historia. Cambia mi historia, cambia la historia de mi familia, de mi barrio, de mis amigos, de mi trabajo, de mi país. La santidad de otro me cambia a mí y así sigue la cadena.
Esa es la certeza que celebramos, sin importar en absoluto si son 100, 101 ó 99 años. El paso del tiempo nos permite pensar, amar y vivir ahora con certezas, sin dudar en qué es lo que debemos seguir haciendo hoy y mañana: vivir esa santidad, que no es otra cosa que hacer, con amor, la voluntad de Dios para el tiempo de hoy. La mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios, es el lema permanente. Los que han descubierto ese plan y han entrado por ese camino, han cambiado la historia, tanto como hace 100 años, lo hizo ese grupo de personas que hoy celebramos.
Al menos eso es lo que yo viví en esos días en Roma y en Schoenstatt.

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