Reflexiones para el Mes de María - Dí 17 - 24 de Noviembre
| P. Rafael Fernández P. Rafael Fernández
Con singular insistencia dos veces nos dice el evangelista Lucas de la Santísima Virgen: "María guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón" (2,19), "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (2,51). Con ello quiero poner en relieve una actitud típica de María y, quizás en un sentido más amplio, una actitud típica de la mujer. Es propio de ella, por su maternidad, concebir vida y gestarla, cuidadosamente, en el silencio de su interioridad. En María esta realidad traspasa toda su existencia; ella no sólo recibe y gesta físicamente al Verbo Encarnado, sino que acoge toda palabra que sale de su boca, su palabra que es vida, todo gesto suyo, todo el acontecer en torno a su persona, y, cuidadosamente, lo guarda en el santuario de su corazón.
¡Cómo nos ha despojado nuestra cultura superficial y activista de esta actitud mariana! El hombre actual es un hombre despersonalizado, masificado, sin interioridad, un tornillo de una máquina; es el hombre de la televisión, el hombre-cine que traga y traga impresiones, pero que no guarda nada en su corazón. Y ese hombre somos nosotros.
Michel Quoist observa en forma aguda: "Gracias a sus extraordinarios logros, el mundo moderno es prodigiosamente bello y grande. El hombre, orgulloso de sus conquistas y de su poder sobre la materia y la vida, parece dominarlo cada día más. Pero a medida que con la ciencia y la técnica domina el universo, pierde el hombre el dominio de su universo íntimo. Penetra en los misterios de los mundos, en el de los infinitamente pequeños y en el de los infinitamente grandes, y se pierde en su propio misterio. Quiero regir el universo y no sabe regir su propia persona. Domina la materia, pero cuando debería, libre de su tiranía, vivir más del espíritu, la materia perfeccionada se vuelve contra él, lo esclaviza y el espíritu muere... Realmente nuestra civilizaci6n está en pelig¬ro, pero no tanto en las fronteras geográficas como en las del mismo corazón humano". (Triunfo, pág.7¬8)
Si hay un gran vacío en nuestro interior. Cada día más se está dando entre nosotros, esa enfermedad que es más grave que el cáncer: estamos perdiendo pavorosamente nuestra interioridad, la conciencia de nosotros mismos, estamos dejando de ser personas, y por esto mismo, cada día somos menos capacos de, amar, de dar y recibir amor. Porque es imposible que alguien ame si no tiene interioridad. Podrá tener una relación física, epidérmica, con el tú pero nunca una relación personal, verdaderamente humana. Este vacío o incapacidad delata una enorme pobreza interior. Trabajamos, estudiamos, nos divertimos, hacemos infinidad de cosas, pero ¿somos nosotros mismos? ¿Somos capaces de establecer una comunidad? ¿Tenemos algo que comunicar que nazca de nuestra propia alma? ¿0 sólo somos capaces de repetir lo que otros dicen, lo que hemos visto en la televisión o el cine, lo que anuncian los periódicos con grandes titulares? ¿Somos seres humanos todavía?
María, en medio de esta atm6sfera, nos trae una brisa refrescante. En ella hay alma, hay interioridad, hay una riqueza que nunca nos cansamos de admirar. Ella guardaba todo en su corazón, lo meditaba, cuidadosamente. Su tierra era una tierra apta, preparada para la palabra. La semilla no caía en las piedras, no se dejaba atrapar por la zarza, no quedaba en la superficie del camino. No, en ella la semilla podía echar raíces para, luego, dar un fruto abundante.
"Toda la belleza de la Reina está en su interior". Hay una belleza que vale más, infinitamente más que la belleza exterior. Es la belleza del espíritu, la riqueza de la personalidad, que es capaz a veces de transfigurar y embellecer una figura que exteriormente no ha sido especialmente agraciada. Cuando alguien posee interioridad, ésta se trasluce en todo el ser y el actuar de la persona; la persona transmite, por así decirlo, su propia interioridad y riqueza a la obra que realiza. Porque es humana es capaz de humanizar, porque es interiormente rica, es capaz de enriquecer. Porque tiene interioridad es capaz de recibir, enriqueciéndose con la riqueza de los demás.
Pero no nos basta con mirar a María y leer en ella una violenta protesta contra el tipo de civilización que estamos gestando. Queremos ir más profundo todavía. Necesitamos empaparnos con su propia interioridad, respirar su atmósfera. Acercándonos a ella, amándola, quisiéramos hacer nuestro su mundo. Porque el amor une, asemeja y transforma. Ella nos enseñará el camino hacia nuestra auténtica humanizací6n. Teniéndola a ella no correremos peligro de ir ávidamente en pos de la riqueza material y de perder, al mismo tiempo, la riqueza esencial, sin la cual ninguna otra riqueza tiene consistencia y sentido.
Con su actitud ella nos enseña a escuchar al Señor, a meditar su palabra, que tantas veces también a nosotros, como a ella, nos resulta difícil entender.
¿Gustamos la Palabra de Dios? ¿Nos damos el trabajo de desentrañar su riqueza y de buscar su significación para nosotros? ¿Somos tierra apta? ¿Puede arraigar la semilla en nuestra alma?
¡Que así sea!