Reflexiones para el Mes de María - Día 24 - 1º de Diciembre
| P. Rafael Fernández P. Rafael FernándezMaditación P. Rafael Fernández
A partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia entera se ha puesto en marcha de renovación y de rejuvenecimiento. Buscamos su auténtica identidad, su relación al mundo y a la cultura. Queremos que sea verdaderamente luz y sal de la tierra tal como el Señor la soñó.
El mismo Con cilio nos da una pista central que debe y puede iluminar todos nuestros esfuerces renovadores: proclamó a María como su prototipo genuino y como su miembro más excelso. Paulo VI, al finalizar el Concilio, quiso dar solemnemente a María la advocación de "Madre de la Iglesia", Con esto, los Padres con ciliares y el Papa no hacían otra cosa sino dirigir nuestra mirada a la Gran Señal que Dios puso en el cielo y retomar con mayor fuerza aún el testamento que Cristo proclamó desde lo alto de la cruz: "¡Ahí tienes a tu Madre!".
¿No ha llegado la hora de tomar más en serio estas palabras del Señor y sacar todas las consecuencias del hecho que María es prototipo ejemplar de la Iglesia? ¿Está viva, consciente y alegremente viva, la presencia de María en nuestra Iglesia, en nuestro propio corazón y en nuestros planes de renovación?
Quisiéramos rejuvenecer por todos los medios a nuestra Iglesia, darle los rasgos que Cristo quiso imprimir en su faz. Anhelamos con todas nuestras fuerzas convertir cada día a la Iglesia en una comunidad de fe viva, en signo e instrumento de la solidaridad fraternal entre los hombres, en una Iglesia pobre, que escucha, que se alimenta de la Palabra y la encarna; una Iglesia que es alma vivificante del mundo. Si queremos esto, ¿no es, entonces, más necesario que nunca recurrir a María, recibirla, como Juan, en nuestra casa?
No en vano nos dio Cristo a María como inicio y prototipo de su Iglesia, como seguro de su auténtica identidad. El sabía con cuánta facilidad podíamos deformarla y hacer de ella precisamente lo que él no había querido.
La Iglesia es la comunidad de los que creen en el Señor. "Feliz porque has creído" es la primera bienaventuranza que se escucha en el Evangelio y está dirigida a María. La vitalidad de la Iglesia depende de nuestro espíritu de pobreza y simplicidad de niños para abrirnos a la acción de Dios, con confianza llena de esperanza. ¿No es necesario, entonces, llenarnos de la presencia de María, la sierva del Señor, la que proclamó la exaltación de los humildes, la que dijo que se hiciera en ella la voluntad del Padre, la colmada por la gracia del Espíritu Santo, la que fue capaz de atraerlo al seno de la humanidad en su propio seno? La vitalidad de la Iglesia depende de nuestra identificación con el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. ¿No tiene, entonces, la Iglesia que hacerse una con María que supo estar de pie junto a la cruz, haciéndose una sola ofrenda con su Hijo? Ella no edificó en base a la eficacia del poder o de la violencia, de la agudeza de la ciencia o apoyada en la prudencia de cálculos humanos. María recorrió el camino de Cristo, el camino de la cruz por amor necedad y escándalo para los de este mundo, como dice san Pablo- pero fuerza y sabiduría de Dios. Esto es también el camino de la Iglesia, si quiere ser verdaderamente liberadora. En la Iglesia que también debe desde ya revestirse de la resurrección de Cristo,. Tal como resplandece en María, asunta y victoriosa por el poder del Señor.
La Iglesia quiere renovarse, despojarse del individualismo que tanto estrago ha hecho en sus filas, deshacerse también de esa masificación que tanto la ha debilitado hasta su misma raíz. Tiene que llegar a ser pueblo, Familia de los hijos de Dios. Pero ¿pude haber familia allí donde no está muy presente el amor de una madre? ¡Qué fácil nos resultaría sentirnos hermanos si hacemos nuestro el testamento del Señor. Por algo él nos dio una madre, y una madre de verdad. Las discusiones sobre la fraternidad, las terapias de grupo, tantas tentativas, de suyo buenas, pero insuficientes, que una y otra vez se aplican cifrando en ellas las esperanzas, en definitiva no nos van a conducir a la meta. Si fuésemos más simples y no tan "doctos", si tuviésemos un corazón de niño para reconocer y apegarnos a María con amor filial, veríamos florecer mucho más pronto y más profundamente en el Pueblo de Dios la autentica fraternidad y espíritu comunitario. Por algo exclama el Señor: "Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios uy prudentes y se las has revelado a los pequeños" (Lc 10,21)
Tenemos hoy la urgencia de encarnar una Iglesia alma del mundo, fermento de una nueva sociedad, que no se aliene del mundo en un estéril espiritualismo ni tampoco que se quede atrapada en un infecundo temporalismo. Estamos llamados a vencer "el drama de nuestro tiempo como lo ha llamado del Papa: la trágica separación entre Evangelio y cultura, entre fe y vida, entre lo humano y lo divino.
María nos muestra ese tipo de santidad que requiere nuestro tiempo, una santidad laical, en medio del mundo, la santidfad del día de trabajo, tal como la vivió ella, cocinando en su casa, yendo a buscar agua, al pozo de su pueblo, ordenándole las cosas a José y a su Hijo, haciendo un favor a su vecina. Así fue María. La más santa de todas las criaturas, fue santa viviendo su vida cotidiana con Cristo, en Cristo y para Cristo. Supo unir vitalmente lo normal, lo temporal, con lo sobrenatural.