SOLEDAD Y LIBERTAD- Jesús Ginés O.

Martes 6 de octubre de 2020 | Jesús Ginés Ortega

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Los niños y los viejos coincidimos en ambas situaciones que dicen relación con el miedo a la soledad y la pérdida de libertad. Nada más atroz que vivir sin afectos o con la seria posibilidad de perder los pocos que nos quedan y al mismo tiempo darnos cuenta que para alcanzar la compañía anhelada, perderemos la libertad de sentirnos independientes de los demás. Los niños no quieren más competidores, los viejos no queremos que nos manden.

Fuimos creados desde la unión –amorosa, supuestamente- de nuestros padres y nos mantenemos unidos a ellos, mientras nos acompañan en la vida de la infancia y la adolescencia. Pero, una vez que nos vamos, o que desaparecen de nuestra existencia, quedamos a la intemperie que, bien puede ser una soledad querida, o bien una compañía grata o ingrata, deseada o resignada. Si la experiencia de vida es adversa, volvemos a sentirnos solos ante la vida, que puede ser peligrosa para quien no ha establecido vínculos permanentes. Solo algunos, generalmente excepcionales, son capaces de orientar su vida sin la cercanía de nadie que le aplauda o le reproche, que le dirija la palabra o que le haga una caricia generosa. Comprendemos que la vida infantil y la vida del anciano son realmente una paradoja de solución difícil. En unos y otros la virtud más necesaria es la fortaleza, otra paradoja teniendo en cuenta que el niño aún no tiene la fuerza y el viejo la va perdiendo.

El miedo a la soledad se acrecienta, generalmente, con los años, cuando la distancia entre los seres se va alargando por culpa de las enfermedades, las desavenencias o simplemente por el olvido o la distancia. Como no hemos sido hechos para vivir solos, sino para adjuntarnos a otros que compartan con nosotros la soledad y el buen propósito de enfrentar lo adverso, fácilmente devenimos en seres temerosos, frágiles, desvalidos, desesperanzados.

Todos tenemos un sentido profundo de nuestra autonomía, la que difícilmente es sostenible en razón de la proximidad necesaria o de convivencia con los otros. Tenemos necesidad de decidir la vida por nuestra cuenta y riesgo, sin que nadie corte el vuelo de nuestra fantasía o de nuestra voluntad libre de presiones. Pero esa libertad que todos añoramos o proyectamos es un arma de doble filo: si queremos la libertad por encima de todo, estaremos condenados a la soledad. Y si pretendemos romper con la soledad, tenemos que ceder una parte de nuestro capital de libertad. He aquí el dilema del hombre, de todo hombre, pero muy particularmente del hombre viejo Para librarnos de la soledad, es preciso rendir un poco de libertad ante los otros.

Jesús Ginés Ortega

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Comentarios
Total comentarios: 2
08/10/2020 - 20:48:00  
Q bien! correcto!
Q dura la soledad, la estoy viviendo.
Pero para cambiar esa situación debemos sopesar: compañía o libertad.
Si escogemos compañía...vaya ! Q difícil nos resultar renunciar a la libertad, dando cabida a otros gustos...ruidos...etc

Gloria
Armenia
07/10/2020 - 22:23:36  
Gracias Jesús por tan oportuna reflexión. No sólo los adolescentes tienen anhelos de libertad que, si no son bien encauzados, los llevan a adquirir esclavitudes interiores y exteriores; también los niños y los adultos mayores debemos optar entre una autonomía solitaria y una dependencia con autonomía restringida, pero solidaria y comunitaria. Para cada etapa de la vida el buen Dios nos brinda el apoyo que necesitamos para cumplir nuestras metas; solos o acompañados, autovalentes o dependientes. La libertad es un medio, no un fin. Gracias a ella podemos decir confiadamente sí a los planes del buen Dios para con nosotros, aunque su voluntad sea que renunciemos en parte a ser autónomos, pero siempre que esto sea para alcanzar un bien superior.

Maria Isabel Herreros Herrera
Viña del Mar, Chile
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