¿SOMOS PEORES QUE AYER?- Jesús Ginés O.

Lunes 21 de septiembre de 2020 | Jesús Ginés Ortega

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El hombre moderno habla más de valores que de virtudes. Le parece más concordante con su mente liberal expresar lo que debe ser, en lugar de hacerlo. El valor de la democracia es indudable. Vale la pena ser demócrata. Lo que no quiere decir que el que expresa tal valor, actúe en consecuencia. Unida a esta percepción, el hombre hoy es más proclive a defender derechos que a proponer obligaciones. Hay aquí una perturbación de la lógica y tiene algo que ver con las virtudes de justicia y fortaleza. ¿Qué derecho podemos exigir, si no hay obligación en la contraparte? Pareciera que los mentores de la ética -pública o privada- se desenvuelven mejor analizando y defendiendo derechos que contemplando obligaciones. Gran problema que afecta a nuestra civilización y que se ha instalado en nuestra cultura, principalmente en los sectores del mundo político.

El hombre “antiguo” estimaba los valores como obvios, pero solamente prescribía la vida ética o moral, como opción de vida honesta. Dicho en términos clásicos, el hombre hablaba y trataba de practicar las virtudes, - hábitos operativos buenos-, teniendo claro en su mente, el valor de tales conductas. No es que en la vida real, el hombre antiguo fuera mejor que el moderno. Lo que sí ocurría es que en su orden mental existía menos confusión para discernir lo bueno de lo malo. La gente, incluida por cierto la elite, pecaba igual que hoy; la diferencia estaba en que reconocían más fácilmente la culpa personal y se sometían a la pena correspondiente con mayor naturalidad que ahora. De los derechos se hablaba poco, de los deberes se ocupaban todos, los maestros, los padres y los jefes. Había mal, sin duda, pero no había confusión al respecto. Odiar, mentir o violar eran faltas graves que la comunidad reprobaba. Nadie hablaba del derecho a ser amado, a que le dijeran la verdad o a que le respetaran en su intimidad. Se daba por supuesto.

Aristóteles recordaba que la felicidad la tiene solamente el hombre virtuoso, el que actúa siempre y en todo lugar bien, de acuerdo a la recta conciencia. Al situar la ética entre las partes de la filosofía, afirmaba con razón que esta es la “sabiduría práctica”, la que se estudia no para saberla, sino para practicarla.

El valor no puede ser otra cosa que la letra impresa de la canción que puede o no cantarse. La letra puesta en el papel no tiene verdadero valor sino cuando es leída o proclamada. Curiosamente en nuestro tiempo parecen invertirse los conceptos mismos de la lógica. Se exalta el valor en sí, mientras se abandona no solo el ejercicio, sino aún la estimación de la virtud. Las éticas llamadas de situación o circunstancias, las de mínimos, las deontologías diversificadas, los códigos o declaraciones de principios, dejan de lado la natural referencia a lo único que determina la ética, que es la acción buena, continuada, lógica, racional y objetiva. La justicia consiste en dar efectivamente lo suyo a cada uno, no en pensar lo que es bueno para cada uno. La fortaleza es la aplicación del rigor y firmeza para enfrentar las dificultades. Grandes virtudes que andan escasas en el mercado mundial de valores.

Jesús Ginés Ortega

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