UN POCO DE DESCONCIERTO
Vivimos en una sociedad cada vez más dividida, estamos en un proceso en el que en todas partes, la gente tiende a agruparse en dos bandos irreconciliables, sin embargo el Papa Francisco, ha cogido a muchos con el pie cambiado. Así, el sector que defiende que la Iglesia Católica debería desaparecer de la esfera pública y sólo podría ser tolerada si se limita al ámbito íntimo de las creencias personales sin pretender influir en la vida social y que calificaban el afecto a los Papas, como papolatría, parecen haber caído en ese terrible defecto, dedicándole portadas y atención a todas sus declaraciones y alabanzas sin fin. Los schönstattianos no nos sintamos tan desconcertados, veamos las nuevas orientaciones del Papa, como voces de Dios que nos interpelan.........
| Pablo Crevillén Pablo CrevillénVivimos en una sociedad cada vez más dividida, estamos en un proceso en el que en todas partes, la gente tiende a agruparse en dos bandos irreconciliables, que no se reconocen mutuamente ninguna razón y se atribuyen todas las malas intenciones. Son bloques intransigentes y hay que comulgar en conjunto con todas sus ideas. Por ejemplo, sabiendo lo que una persona opina de los transgénicos es fácil saber qué piensa sobre la crisis en Siria. Por eso me gustan las personas que se resisten a adherirse a esos grupos, pese a que, obviamente, tienen que pagar el precio de ser atacados por ambos, quedando a la intemperie. Una de esas personas es, en mi opinión, el Papa Francisco, que ha cogido a muchos con el pie cambiado. Así, el sector que defiende que la Iglesia Católica debería desaparecer de la esfera pública y sólo podría ser tolerada si se limita al ámbito íntimo de las creencias personales sin pretender influir en la vida social y que calificaban el afecto a los Papas, como papolatría, parecen haber caído en ese terrible defecto, dedicándole portadas y atención a todas sus declaraciones y alabanzas sin fin. Por el contrario, algunos de los que apoyaban sin fisuras a Juan Pablo II y Benedicto XVI, porque los católicos tienen que estar con el Papa, se han sentido muy ofendidos por las declaraciones de Francisco criticando ciertas actitudes de la Iglesia, la necesidad de renovación de actitudes y el reconocimiento de valores positivos en personas alejadas. Se sienten como el hijo mayor, traicionados pues, después de estar trabajando duramente, se les pide que se esfuercen por buscar con alegría al hijo pródigo.
Estas opiniones parecen que parten de la necesidad de incluir al Papa en un bando y olvidan o no quieren ver los matices. Quizá el error sea yuxtaponer valores como tradición y modernidad, autoridad y libertad, fe y razón, comunidad e individuo, etcétera. Parece que afirmar uno lleva necesariamente a negar el otro. Por el Padre Kentenich sabemos que se trata de polos que tienen que convivir y que en determinados momentos hay que acentuar uno de ellos, pero eso no significa que el otro desaparezca, ni que no sea necesario acentuarlo en otro. Es muy interesante leer lo que dijo al final de su vida sobre los desafíos que planteaba a la Iglesia el Concilio Vaticano II, cuyos vientos de cambio tuvieron en la Iglesia un impacto mucho más fuerte que el que puedan producir las medidas que en un futuro adopte nuestro Papa. Algunas frases parecen escritas ayer mismo. Por ejemplo, cuando se refiere a la misión de la Iglesia, dice que tendrá la tarea de recoger, a derecha e izquierda, los náufragos que sea posible rescatar en la barca. No serán ellos los que traten de buscar y alcanzar con gran esfuerzo el camino hacia la roca. No: ahora la Iglesia misma debe buscar a los que tambalean y titubean. O cuando se refiere a cómo se concibe la Iglesia como pueblo de Dios, afirma con duras palabras que, a menudo el poder constituye para una institución un peligro mayor que el sexualismo más bajo. Pero añade que hay que insistir en que se trata de un desplazamiento de acento, no de algo totalmente nuevo. El lazo de compañerismo y la fraternidad no significa que no exista la paternidad. Y sobre la pobreza: una Iglesia que ama para sí misma la pobreza, que cada día toma más y más distancia de la pompa. Pero que a la vez es amiga de los pobres, que no busca constantemente ni mendiga la complacencia del Estado. Ya realice obras de caridad materiales o espirituales, y aunque sea engañado en ellas, el santo de la vida diaria siempre sirve con alegría al Señor en los pobres y en los necesitados.
Quizá por esta idea de la tensión creativa entre valores y por la exigencia de una decisión personal por nuestra parte y no la obediencia a unas directrices exteriores, los schönstattianos no nos sintamos tan desconcertados, sino que vemos las nuevas orientaciones del Papa, como voces de Dios que nos interpelan.