Aprender a discernir

  El emotivismo es una corriente ética que considera que los juicios morales, no son nada más que expresiones de preferencias o de sentimientos. Con lo cual no son ni verdaderos ni falsos, sólo provocan un cierto efecto emocional, satisfactorio o insatisfactorio. Por ejemplo, en el ámbito del aborto, se defiende que el feto no tiene el mismo valor que el niño ya nacido, porque los padres sienten mucho más la muerte de éste que la pérdida de un embarazo. Esta forma de pensar está más extendida de lo que parece; sin embargo, si nos paramos a pensar lleva a resultados absurdos: según el mismo, la vida de Lady Di, por ejemplo, sería de mucho más valor que la de los miles de niños que mueren cada día por enfermedades perfectamente evitables, porque con la muerte de la primera se produjo una enorme corriente de pesar, mientras que la de los segundos no preocupa realmente a casi nadie. Pensaba en todo esto en relación con tres acontecimientos que han ocupado a los medios de comunicación durante los días en que escribo este artículo: la hambruna en Somalia, los atentados de Oslo y la muerte de la cantante Amy Winehouse. Los tres están relacionados con graves patologías de nuestro mundo: la injusticia social, la violencia indiscriminada con fines políticos y la incomunicación y aislamiento personal... (Pinche la imagen para leer el artículo completo)

| Pablo Crevillén (España) Pablo Crevillén (España)

El emotivismo es una corriente ética que considera que los juicios morales, no son nada más que expresiones de preferencias o de sentimientos. Con lo cual no son ni verdaderos ni falsos, sólo provocan un cierto efecto emocional, satisfactorio o insatisfactorio. Por ejemplo, en el ámbito del aborto, se defiende que el feto no tiene el mismo valor que el niño ya nacido, porque los padres sienten mucho más la muerte de éste que la pérdida de un embarazo.

Esta forma de pensar está más extendida de lo que parece; sin embargo, si nos paramos a pensar lleva a resultados absurdos: según el mismo, la vida de Lady Di, por ejemplo, sería de mucho más valor que la de los miles de niños que mueren cada día por enfermedades perfectamente evitables, porque con la muerte de la primera se produjo una enorme corriente de pesar, mientras que la de los segundos no preocupa realmente a casi nadie.

Pensaba en todo esto en relación con tres acontecimientos que han ocupado a los medios de comunicación durante los días en que escribo este artículo: la hambruna en Somalia, los atentados de Oslo y la muerte de la cantante Amy Winehouse. Los tres están relacionados con graves patologías de nuestro mundo: la injusticia social, la violencia indiscriminada con fines políticos y la incomunicación y aislamiento personal...

Resulta curioso observar el tratamiento que han recibido de los medios de comunicación. Siendo, a mi juicio, objetivamente más grave el primero de los asuntos mencionados, las páginas de los periódicos y las noticias de las televisiones y radios se han centrado en los dos últimos, creo que respondiendo al interés de los lectores y telespectadores. Y es que es difícil que los sentimientos broten en abstracto. Por eso, siempre nos conmueven más las alegrías y tragedias personales. En el caso de Amy Winehouse sobrecoge la muerte prematura y el dolor de sus padres. E, incluso, cuando se trata de una matanza colectiva como la de Oslo, en la que no están afectadas personas conocidas, sí se produce en un contexto en el que los habitantes de las ciudades de Occidente nos podemos fácilmente identificar. Sin embargo, cuando uno no sabe realmente qué es pasar hambre, puede sentir pena por la situación pero no se conmueve interiormente. Como los medios son conscientes de esto, cuando quieren presentar la noticia, lo hacen con fotos impactantes, como la de niños de 3 años que pesan 7 kilos. Esas imágenes son como un puñetazo en el estómago, pero también apelan al sentimiento y no a la razón.

Y el problema del hambre requiere una solución que no es fácil. Cabe imaginarse que en el contexto de crisis que vivimos, ni los Estados ni los ciudadanos estén muy dispuestos a ser generosos. La burocracia y la corrupción local ponen más obstáculos; y la realidad social tampoco ayuda. Un amigo mío trabajó en la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Siguiendo la máxima de que es mejor enseñar a pescar que dar un pez, desarrollaron programas en el Sudeste Asiático y en África, en los que acompañaban a la población local durante un tiempo y, luego, les dejaban gestionar solos los cultivos. Cuando volvieron algún tiempo después para comprobar la situación, en Asia habían tenido un gran éxito, obteniendo importante cosechas, mientras que en África, todo había desaparecido.

Las dificultades no pueden hacernos desistir. Aunque éste es un ámbito en el que creyentes y no creyentes podemos cooperar, para nosotros es una exigencia especial. Decía Santa Teresita de Lisieux que Jesús "se hace pobre para que nosotros podamos darle limosnas, nos tiende la mano como un mendigo para que, cuando aparezca en su gloria el día del Juicio, pueda hacernos oír aquellas dulces palabras: venid, vosotros, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me distéis de comer".

Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el a las hrs