BODY BUILDING

Uno de los aspectos más llamativos de la sociedad actual es la forma con la que nos relacionamos con nuestro cuerpo. Una vez que se niega el espíritu y se afirma que toda la realidad es material parec...

| Pablo Crevillén Pablo Crevillén
Uno de los aspectos más llamativos de la sociedad actual es la forma con la que nos relacionamos con nuestro cuerpo. Una vez que se niega el espíritu y se afirma que toda la realidad es material parecería que nuestra identidad como personas debería corresponderse con nuestro cuerpo. Pero curiosamente no es así. Lo verdaderamente importante para ser considerado persona es la actividad neuronal y las reacciones químicas cerebrales. Así puede haber cuerpos humanos que nos son personas (como defienden algunos respecto de los embriones y fetos, personas en estado vegetativo persistente o con graves discapacidades psíquicas) y personas que no tienen cuerpo humano (como dicen los que apoyan el reconocimiento de los derechos de los animales en general o de los grandes simios en particular o los que plantean la futura existencia de robots con inteligencia artificial). Y sin ir tan lejos, está la moda tan extendida de hacerse piercings y tatuajes por todo el cuerpo, que era propio de determinados grupos, pero que ahora se ha extendido incluso en personas, que por su profesión (actores, modelos) deberían tener un especial respeto por su cuerpo. O el consumo de sustancias perjudiciales o la realización de prácticas sexuales de riesgo como forma de diversión. Podría decirse que esta es una perspectiva parcial, porque junto a manifestaciones de maltrato o poco aprecio al cuerpo, nos encontramos con actitudes que revelan todo lo contrario, una dedicación o cuidado exquisito de la realidad corporal. Así también está generalizada la cirugía estética, el ejercicio físico compulsivo, la preocupación por la salud buscando un bienestar absoluto, las dietas para adelgazar o la cosmética. Pero cabe preguntarse si toda esa obsesión por tener un mejor aspecto, más que adoración del propio cuerpo no es más que una profunda insatisfacción por nuestra apariencia que lleva a personas normales, e incluso atractivas, a extremos patológicos como convertir su cara en una máscara inexpresiva o en aumentar ridículamente el volumen de sus labios o pechos. Todo esto es muy sutil. Si alguien comiese menos pero por hacer ayuno, o realizase alguna mortificación corporal, pero no en una máquina de gimnasio, sino por motivos ascéticos, sería tachado de fundamentalista y se clamaría contra el masoquismo y el desprecio del cuerpo que predica la religión impropios de una sociedad moderna y laica; mientras se ve como razonable el someterse al riesgo de una operación quirúrgica y a los dolores inherentes a la misma o el sufrir lesiones como consecuencia de la sobrecarga de ejercicio. Este desequilibrio deriva de la ruptura de la unidad físico-espiritual que es el hombre. No tenemos un cuerpo como se tiene un coche o una lavadora que son ajenos a nosotros; somos un cuerpo y un espíritu. Este frágil equilibrio se ha roto a lo largo de la Historia muchas veces y lo que comienza siendo un debate minoritario entre filósofos acaba extendiéndose por toda la sociedad. Los católicos no somos inmunes a toda esta corriente de pensamiento. Si la filosofía actual no tiene claro lo que es el cuerpo, la cuestión afecta también a los teólogos que se preguntan qué significa que Cristo resucitó en cuerpo y alma. Y esto afecta también a nuestro destino. Por eso es tan importante crear contracorrientes que aseguren una comprensión sana de la realidad humana.
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