Dos días, una noche
Un filme despojado de toda parafernalia, donde la luz, la ropa, el sonido, nos parecerán extraordinariamente cotidianos. Y esa simpleza es la que permite que esta película nos permita penetrar tanto en la hondura del ser humano.
Sábado 15 de agosto de 2015 | P. Enrique José GrezDos días una noche es una especie de laboratorio de humanidad. No nos vamos a sorprender a estas alturas con que los hermanos Dardenne nos entreguen un film a la vez sencillo y profundo. En este caso se trata de un conflicto laboral, en el que la vida de una mujer pende de la interacción de sus miembros... en dos días y una noche se irá decidiendo la permanencia de la mujer en la empresa, pero mucho más que eso, se irá revelando la complejidad de caracteres, biografías, creencias.
Casi todo se sostiene sólo en la pantalla. Es una historia redondita, que avanza en una decena de pequeños capítulos, cada uno de los cuales es como un cortometraje. En cada uno de ellos se dicen casi siempre las mismas palabras... "te quiero pedir un favor"... "OK, te entiendo, pero me complica"... un guión que nos sonará conocido. Pero es entonces que los rostros van a expresar lo que no está en la letra: sorpresa, compromiso, lástima, nobleza, etc. La misma Marion Cotillard a la que le chorreaba el maquillaje en algunos de los filmes que la hemos visto últimamente, aquí presenta un rostro limpio en el que aparecen las mil y una facetas de los sentimientos de una mujer. Es un espectáculo. Impresiona y lleva a reflexionar sobre la profesión del actor, cuyo cuerpo se ve alterado de una manera tan violenta para comunicarnos. Lo bello es que aquí la aletración no viene de afuera, sino desde dentro y está realizada con maestría.
Se trata de un filme despojado de toda parafernalia. No me refiero sólo a que no hayan efectos especiales, tampoco hay filtros de luz, escenarios llenos de estética o música incidental. La ropa que utilizan los personajes son las mismas que utilizamos nosotros todos los días. Cero efectismo, austeridad pura.
Y quizás por lo mismo podemos penetrar tanto en la hondura humana, porque no hay reconcentración en la forma sino sólo en la medida que nos ayude a entrar en el fondo. En este sentido la utilización de la música es notable. Casi todas las escenas ocurren con los ruidos de la vida cotidiana, silencio y un poco más. A veces una máquina, un auto, puertas que se abren y se cierran. Eso permite que los diálogos y conversaciones tengan el protagonismo que se merecen. Pero cuando se oye una canción, y los protagonistas la cantan a voz en cuello... entonces asistimos a las epifanías de nuestra vida cotidiana. Quién no se ha sentido emocionado hasta las lágrimas susurrando una canción melancólica con la radio a todo volumen en el interior de un vehículo. ¿Qué ridículo no? Pero tenemos la experiencia, y es bella, y lo que vemos en pantalla nos interpreta. No sólo porque replica lo que hemos sentido en nuestras cumbres de intensidad emotiva, sino porque lo hace explicitando de buena forma los contextos que la anteceden. Se trata de la música como vivencia, en medio del silencio y de los ruidos de todos los días.
Un poco en la línea de lo que nos venimos preguntando en otras columnas podemos plantearnos ¿Cómo funciona una familia? Es hermoso ver el realismo de las relaciones que se muestran en esta película. Particularmente la resiliencia en el cariño que manifiestan los esposos. Viven un estrés marcado por el ambiente laboral, las agotadoras tareas domésticas, la crianza de los niños, la depresión. Nada que no conozcamos. Pero ellos encuentran en el acogimiento de la fragilidad del otro la fuerza necesaria para sacar a la luz también lo más valioso que tienen, su relación.