La sombra del poder
Argentina acaba de elegir un nuevo presidente ¿Cómo se manejará este nuevo mandatario en términos de su honestidad? ¿El poder saca de adentro lo que uno es, y por ello si se es deshonesto el poder exacerba esa veta, o el poder no afecta la probidad de las personas?
Martes 24 de noviembre de 2015 | Cecilia SturlaEl reciente presidente electo de la Argentina, Ing. Mauricio Macri, abre un camino esperanzador y no por ello con menos dificultad.
Doce largos años de un gobierno que se va con varias victorias en su haber (la inclusión al sistema a sectores de la población que estaban fuera) y muchos “pendientes”, culminó en una jornada democrática y tranquila.
Si sólo fueran doce años de un mismo gobierno no hubiera sido tan desgastante nuestra realidad. Pero lo cierto es que la continúa confrontación, la pelea constante, la creación de enemigos por todos lados, el revanchismo para quienes estaban en contra y la tremenda corrupción, alevosa, descarada y por ahora impune, hicieron que la jornada de ayer se viviera con la intensidad de una fiesta para por lo menos la mitad de la población argentina.
Palabras como: “Ojalá que cumpla lo que prometió” se escuchaban por todos lados. “Que los dejen gobernar”, “Que pongan en funcionamiento la independencia de los Poderes”… en fin. Todas frases que para quienes aún no participamos en política son moneda corriente.
Al presidente electo y a su equipo se los ve tan “humanos”, que uno se pregunta: ¿Corromperá el poder? ¿Se puede empezar un gobierno sin ser corrupto y terminarlo de la misma manera?
¿El poder saca de adentro lo que uno es… y por ello si se es deshonesto el poder exacerba esa veta?
Por un lado es cierto: una persona honesta, debería ser una persona honesta siempre. Pero ello no es tan así. La honestidad no se da de suyo, como tampoco el bien se impone solito y sin esfuerzo: para ser honesto tenemos que luchar contra las ansias de poder desmedidas que se encuentran “agazapadas” dentro nuestro. Es el “bonum arduum” del que hablaban los griegos.
¿Cómo salir entonces de esta trampa muchas veces mortal del poder?
En esto el Papa Francisco con su estilo de liderazgo nos da una línea clara.
Cuando se quedó a vivir en Santa Marta, dejando de lado el Palacio Papal, lo hizo con una clara intención: no sólo por la austeridad que ello implicaba (cuando le mostraban su cuarto, hacía comentarios al estilo argentino y porteño: “¡Pero acá entran como veinte camas!”), sino también porque no quiso ejercer un poder aislado de la gente. Quería convivir con “el ciudadano de a pie”, poder charlar con quienes se cruzaba y no quedarse apartado en un lugar con visitas sólo de asesores.
Quienes ejercemos el poder, sea en cualquier cargo (familia, política, empresa o una institución educativa), si dejamos de estar en contacto con los nuestros, corremos el enorme riesgo de aislarnos en nosotros mismos o en nuestro pequeño núcleo de asesores, perdiendo el contacto vital que hace de las instituciones una realidad orgánica y por ello cambiante.
Si tengo la dirección de una escuela y mis decisiones pasan por un grupo de gente pero dejé de escuchar a los padres, a los alumnos, probablemente el estilo de conducción sea más rígido y jerárquico que consensuado. Esto es así por la dinámica misma de la naturaleza humana: la mirada del otro y la escucha atenta me devuelven el reflejo de lo que estoy haciendo (y muchas veces de lo que soy). Un padre o madre que dejaron de escuchar a sus hijos, generan una corriente de vida negativa que más tarde o más temprano dañará a la misma familia. Un político que deja de escuchar a la gente, se convierte en un político que termina apostando no tanto al bien común cuanto al bien individual. Un empresario que deja de tener “sus pies en el suelo”, termina perdiendo el pulso de su propia empresa.
¿Corrompe el poder?
Platón, en su magnífico “Gorgias o de la Retórica”, dice: “Porque es muy difícil, Calicles, y digno de los mayores elogios (el subrayado es nuestro), el no salir de la justicia cuando se tiene una plena libertad de obrar mal y son bien pocos los que se encuentran en estas condiciones. Ha habido, sin embargo, en esta ciudad y en otros puntos, y habrá sin duda aún, personajes en este género de virtud que consiste en administrar según las reglas de la justicia lo que les está confiado” (Gorgias, 526a).
Depende de la sensibilidad y de la educación de quien ejerce el poder. Sensibilidad para percibir el bien y el mal, y educación para dirigir la recta razón. Muy difícil es “el no salir de la justicia cuando se tiene una plena libertad de obrar mal”.
Vivimos en una época donde si no somos capaces de volver al núcleo más personal de la conciencia, analizando y reflexionando sobre nuestros propios actos de manera diaria, somos llevados por una vorágine que todo lo arrastra, poniendo en peligro los principios más firmes.
Por ello es que el ejercicio del poder es tan difícil: lo es en el gobierno del propio hogar, lo es en una empresa, lo es un cargo político: porque requiere de una capacidad de reflexión, de revisar continuamente los propios pasos, de escuchar al otro, de “salir al encuentro”. De tener la meta clara, pero sabiendo volver atrás cuando es necesario, con mucha humildad y alegría.
Si, como dijo Francisco en su homilía al inaugurar su pontificado: “El verdadero poder es servicio”, entonces el poder no debería ser una fuente de riqueza personal o liderazgo autoritario. El problema consiste en aceptar las debilidades de la naturaleza humana, estar atentos a ellas y escuchar siempre a los demás. No sólo a nuestro grupo de más confianza, sino a aquellos para quienes estamos ejerciendo el poder.
En definitiva, los verdaderos liderazgos son los que pueden conjugar lo que son y lo que hacen de manera coherente y sin tanto marketing personal. El ejemplo de la propia conducta arrastra más que cualquier asesor de imagen. Pero eso se da con un consciente trabajo sobre la propia personalidad, se da con la autoeducación…y empieza con el conocimiento de sí.
Fuente imagen: Alertaonline.com