Paradojas (3): ¡Ánimo!
Pareciera que estamos viviendo tiempos oscuros, donde el desánimo es la actitud más común. ¿Qué podemos hacer para recuperar el entusiasmo de la vida diaria?
Viernes 10 de julio de 2015 | Jesús GinésDe un tiempo a esta parte se nos ha venido el mundo encima. Así lo sentimos en este hemisferio y concretamente en este cono del sur de América. El desánimo colectivo ha venido a imponerse como una insoportable nube de smog que vaga por sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles. La palabra fatídica que se encuentra en todas las manifestaciones públicas es la del desánimo. Frente a esta situación, no se me ocurre otra cosa que invitar a mis lectores al ¡ánimo! No encuentro palabra mejor que ésta en días de común decaimiento ambiental. ¡Ánimo!, así con dos admiraciones que la introduzcan y la cierren. Decirle ¡ánimo! a alguien es poner en movimiento un modo distinto de enfrentar las dificultades o contradicciones de la existencia que compartimos.
Pareciera que ninguna de las colectividades humanas estuviera libre de esta fiebre depresiva y que conduce al consabido desánimo, decepción, desconcierto. Los jueces no dan abasto para investigar delitos de corrupción entre políticos, empresarios, médicos, maestros, policías, artistas, funcionarios, y hasta ministros religiosos. Tal vez los casos no sean más numerosos que en otros tiempos, pero se han hecho tan pertinaces y detallados gracias a los abundantes medios de comunicación, que nos ha llegado a parecer a todos que nadamos en una especie de infierno de perversión y malignidad. Nunca tantos hechos malos se habían juntado para darnos la sensación de plenitud de mal omnipresente.
Pareciera que no quedara ya entre nosotros ni siquiera la posibilidad de un horizonte de claridad y de paz. Esto es lo que provoca naturalmente el desánimo. Por eso mismo se impone rescatar la palabra mágica que nos pueda equilibrar en medio de tanta acrimonia colectiva.
¡Ánimo, empresarios, ánimo políticos, ánimo maestros, sacerdotes, médicos, policías o militares! Que para todos sigue habiendo esperanza en el inmediato futuro. No nos dejemos estar con la imponente avalancha de noticias de casa y de fuera que van desde la corrupción a la guerra.
¿Qué es el ánimo? Masculino de anima, voz latina que significa espíritu, palabra que a su vez significa aliento de vida, soplo de esperanza, hálito de vivir. Es el espíritu o ánima aquella parte invisible pero sustancial del hombre que lo distingue de las bestias y de las plantas. Anima, alma o espíritu significa inteligencia, voluntad, afectos, memoria y trascendencia, es decir todo aquello que le permite al ser humano superar su condición de pura biología animal y le hace capaz de superar los impulsos instintivos.
La falta de ánimo vendría a ser lo mismo que la negación de todo lo anterior, es decir, la falta de inteligencia y de voluntad, de afectos y trascendencias que permiten al hombre mirar un poco más allá de la inmediatez, de lo cotidiano, de lo anecdótico.
El hombre que pierde el ánimo por causa de acontecimientos que le acorralan desde el exterior, es probablemente un ser desposeído de personalidad, de consistencia intelectual, de memoria histórica, de espíritu de observación, de virtudes fundamentales como la fe, la esperanza y el amor.
Ciertamente que acontecimientos negativos como la corrupción de hombres públicos o privados, la prevaricación y el crimen cotidiano sobre personas inocentes, el robo, el asesinato, la violación, el perjurio y tantas otras barbaridades tan repelentes para el hombre bueno, no dejan de generar un ambiente desapacible, ingrato, hasta cierto punto insufrible.
Sin embargo, ninguno de estos hechos, por repetidos que sean, pueden por sí solos constituir un estado paralizante para el hombre espiritual, libre, inteligente y bueno. Es parte de nuestra existencia histórica el contar con hechos que se apartan de toda lógica y de toda ética. El mundo que habitamos no deja de ser el espacio de personas libres, abiertas a la trascendencia, capaces de sacrificio y también de gozo. Por mucho que abunde el pecado, como reflexionaba el apóstol Pablo, más abunda la gracia, es decir la fuerza impetuosa del espíritu que irrumpe para transformarlo todo.
Vivimos un mundo de comunicaciones demasiado frívolas, rastreras, a flor de piel y de sentimientos, a las que el vuelo de la inteligencia y la voluntad resultan demasiado elevados para llamarlos a escena. Necesitamos con urgencia un aire nuevo, renovado, de amplitud suficiente para dar cabida a la indudable existencia de espíritus fuertes, nobles, optimistas, abiertos al horizonte sin límites de la fe y la esperanza.
Al fin y al cabo no todo es guerra o amenaza de conflicto, no todo es corrupción, violación o violencia. Son millones los hombres y mujeres que, muy cerca de nosotros siguen pensando, produciendo y amando con todas sus fuerzas y que siguen proyectando su espíritu, su ánima, su ánimo. Gracias a ellos podemos seguir creyendo que hay razones suficientes para decir y desear a unos y otros: ¡Ánimo!