¿Que me hubiera gustado saber de la vida cuando tenía 25 años?
En una reunión de amigos (todos ya pasados los 50 años o muy cerca de cumplirlos) surgió la siguiente pregunta: ¿Qué cosas sabíamos hoy que hubiéramos querido conocer cuando teníamos 25 años? Buscábamos intercambiar ideas sobre esas elementos que nos habrían ayudado a ser más sabios y menos necios, de tal forma que no hubiéramos cometido errores de los cuales todavía hoy en día nos arrepentimos. Surgieron varias ideas; acá expongo las más interesantes.
| Mario Requena Mario RequenaLa más repetida y en la que todos estábamos de acuerdo, fue que nos hubiera gustado saber que no es bueno compararnos con otras personas. Compararnos significa que nos imaginamos mejores o peores que nuestro prójimo y en ambos casos nos infligimos daño. Cuando creemos que son mejores, fantaseamos sobre aquellos que supuestamente tienen una vida perfecta y los envidiamos; por otra parte, cuando creemos que son peores, nos autoevaluamos generosamente y alimentamos los peores pecados: el orgullo y la soberbia. El error está en que esa comparación es parcial, ya que sabemos muy bien de nuestras vidas y poco de las de los demás, ya que casi no los conocemos. Como resultado, nuestra vida real siempre sale perdiendo, por exceso o por defecto.
Otra cosa que nos hubiera gustado saber es que no es bueno aplicar en uno mismo el "Qué hubiera sido si...". Es muy fácil echar a volar la imaginación usando esa pregunta. ¿Qué hubiera pasado si me hubiera casado con otra persona, si hubiera estudiado otra cosa, si no hubiera hecho esa estupidez? Eso nos conduce a cargar las culpas propias y ajenas y terminamos frustrados y enojados con nosotros mismos por no haber sido más sabios, prudentes o inteligentes. Reflexionar sobre las decisiones que tomamos es una forma importante de crecer y de no cometer los mismos errores, pero no se puede vivir la vida real fantaseando con lo que "hubiera pasado si...", ya que nunca enfrentaremos las consecuencias de nuestras acciones y más bien tenderemos a evadir nuestro presente.
Una tercera cosa que surgió fue que nos hubiera gustado saber que no tenemos que vivir tratando de "gustar" a la gente y haciendo lo imposible para ser aceptado en tal o cual círculo. No se puede forzar el afecto de los demás, escondiendo lo que uno es en la vida real ni se puede aparentar lo que no se es, ya sea social o económicamente. Se necesita muchísima energía para adaptar de manera continua lo que uno es a lo que la gente quiere de uno. Hay que estar abiertos al cambio y a la superación, pero los verdaderos amigos son los que nos aman por lo que uno es. San Francisco de Sales, que estaba entre los santos preferidos del Padre Kentenich, decía: "Se quién eres y estás muy bien"
Otra cosa que nos hubiera encantado conocer 25 años atrás, es saber cuándo escuchar y cuándo hablar. Todos pensamos que somos buenos oyentes, pero no es cierto. Más bien, todo lo contrario: la gran mayoría de nosotros somos pésimos para escuchar a los otros. Cuando alguien está hablando, en lugar de razonar sobre lo que nos está diciendo, tendemos a buscar más formas para defender nuestro punto de vista, confiando en que nuestra siguiente intervención termine de convencer a nuestro escucha. Esto es más terrible cuando quienes nos escuchan son nuestros familiares cercanos. Y se manifiesta de manera muy negativa cuando esta mala costumbre la proyectamos en nuestro trabajo y en los círculos de amistades. No sabíamos que no podremos contribuir de manera inteligente a cualquier conversación (o discusión), si no estamos escuchando lo que la otra persona está diciendo.
La preocupación sobre cómo uno "luce" ante los demás. ¿Estaré bien vestido? ¿Mi auto no estará ya muy viejo? ¿Qué dirán si me ven comprando ropa usada? La verdad es que si mi círculo de amistados vive pendiente de ese tipo de cosas y yo no me siento feliz, mejor es buscar un nuevo ambiente social. Esto está muy lejos de decir que yo puedo vestir como un mamarracho o tener un cacharro que apenas anda y una casa sucia y fea. Ello, aparte de ser una falta de respeto hacia los demás, indica que no me cuido a mi mismo. Si uno no tiene medios para vestirse con ropa nueva o para cambiar de auto y mejorar su casa, no significa que mi ropa no esté limpia, mi auto bien mantenido o mi casa sea acogedora. El fondo del asunto es que debiera dedicar más tiempo a mi crecimiento interior y no pensar tanto en lo exterior. Ya Cristo lo dijo: no podemos pertenecer a dos amos. No debemos aceptar que el valor de alguien se mide por la riqueza y que si tenemos menos, seremos menos valiosos como seres humanos.
Mario Requena