Sorprendido por la alegría
Muchas veces el cristianismo se asocia a sufrimiento y sacrificio. Sin embargo, la vida de un cristiano también está llena de sorpresas alegres. En esta columna Jorge Horacio Day comparte su testimonio de vida y nos habla de la alegría de ser católico.
| Jorge Horacio Day Jorge Horacio Day"Buona notte e buen riposo" . Frase sencilla e inolvidable con que Francisco se despidió de las miles de personas que se acercaron a la Plaza San Pedro la noche del 13 de marzo de 2013. Después, una ola de alegría y sorpresa recorrió el mundo.
La alegría inundó mi corazón sin detenerse en el ACV que unas horas antes me había llevado a Terapia Intensiva. Alegría muchísima; sorpresa no tanta. No porque tuviera algún dato previo, sino porque llevaba años de sorpresas y la designación de Francisco era una más. Sorpresa grande y bellísima, pero no algo excepcional.
C.S. Lewis, más conocido por sus "Crónicas de Narnia", escribió también otro libro menos conocido: "Sorprendido por la alegría". En esta autobiografía, Lewis describió su conversión al cristianismo, y el título compendia sus sentimientos ante este paso trascendental. Ese título, "Sorprendido por la alegría" me acompaña desde hace mucho porque también condensa mi sentir más profundo.
Sería demasiado largo describir los muchos hechos y lecturas que me han convencido de la consistencia de una cultura católica en la que la alegría es uno de los rasgos predominantes y que tanto sorprende a quienes llegan a ella desde "otros horizontes". Sorpresa y alegría.
Superficialmente, es difícil distinguir los rasgos de esta cultura. No la definen los actos de piedad. Tampoco porque sea como se relata en Hechos 4, 32-35, que "la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos".
Me animo a aventurarme en un aspecto que ayude a definir a esta cultura. En medio de ese gran universo que es la Iglesia, hay miles de faros cuya potente luz se desparrama sobre muchos otros cuyo brillo es tenue o casi ausente. A lo largo del tiempo y de los países, ha habido hombres y mujeres extraordinarios. Científicos, pensadores, filántropos. Pero me cuesta pensar en alguna otra organización o como sea el nombre que le busque, de cuyo seno haya brotado tal cantidad de personas maravillosas cuyas vidas reflejan algo de Dios: su Belleza, su Amor, su Eterna Creación.
La Iglesia Católica está plagada de pecados y de pecadores y ello ha llevado muchas veces a considerarla perimida. Lo que los agoreros ignoran es que el Paráclito que Jesús envió a su Iglesia hace dos milenios, es una verdad tan palpable "como el aire que respiro". Los pecados y los pecadores quedan bajo las amplias alas protectoras de una Iglesia extremadamente rica en estos faros luminosos. Les llamamos santos y de su santidad vive la Iglesia toda.
El Papa Francisco es uno de esos grandes faros. Y a modo de muestra de la abundancia de estos faros luminosos, va el ejemplo del último domingo de abril de este año, el llamado día de los cuatro Papas. Cuatro personalidades extraordinarias que de modos diferentes enriquecieron al pueblo católico con sus enseñanzas, gestos y ejemplos.
¡Vaya si hay motivos para vivir sorprendidos por la alegría!