Un ejemplo de verdadera vida

2010, hasta ahora un año intenso, lleno de acontecimientos que han removido nuestra tierra y que han mostrado lo mejor y lo peor del ser humano. Un período de cambios políticos que evidencian modifica...

| Juan Emilio Cheyre Juan Emilio Cheyre
2010, hasta ahora un año intenso, lleno de acontecimientos que han removido nuestra tierra y que han mostrado lo mejor y lo peor del ser humano. Un período de cambios políticos que evidencian modificaciones en las actitudes y lenguajes dependiendo de la ubicación en la oposición o en el gobierno. Y en este mes frenético de euforia colectiva por el Mundial de Fútbol, con la ilusión del triunfo de la Roja de Todos, me he preguntado: ¿cuál es la vida plena? ¿dónde se encuentra la serenidad y se ve el rostro feliz, independiente de la vorágine de los acontecimientos? La respuesta la encontré, nuevamente, compartiendo con las monjas del claustro del Carmelo en una mañana de sábado junto a mi mujer y una de mis nietas. Me tocó particularmente, porque en lo personal vivía situaciones de temor por un ser querido que sufre, en una situación cuyo rumbo sólo depende de la voluntad de Dios y del apoyo médico. Como siempre que las visitamos, al toque de su campana se reunieron una a una tras la reja de una sala donde reciben a quienes concurrimos a recibir el regalo de su compañía. Su convento había sufrido los efectos del terremoto, la Santa Misa debía oficiarse en un lugar improvisado; una de ellas había sufrido, además, una enfermedad larga y peligrosa. Estaban, lo que ha sido una constante en cada oportunidad en que he vivido la experiencia, absolutamente informadas de los dolores de Chile y del mundo sin la necesidad nuestra de devorar los mails o acceder al Twitter. Sus rostros reflejan verdadera paz, su conversación es amena, la generosidad les permite recordar el nombre de todos mis nietos y juegan riendo con una de ellas a la cual han encomendado desde su nacimiento para ayudarla a superar sus carencias. Conmigo comentan el acontecer mundial; a Isabel le dan opiniones y comparten sus vivencias; con mi nieta Teresa hablan de sus hermanos y de la huerta que ella con su mamá cultivan en el sur, compartiendo que en el convento también tienen su huerto y comparando las plantaciones de lechugas, acelgas y otras verduras. Todas emanan alegría y serenidad. El frío es intenso pero se les ve ágiles y acostumbradas al rigor. Están perfectamente informadas de los planos de cálculo y de las normas de construcción de las reparaciones del templo dañado, incluso de las normas municipales. Sin embargo, su verdadera y profunda sabiduría se encuentra en los temas de Dios, en el recuerdo de la Semana Santa, en la importancia del día del Sagrado Corazón, en el poder de la oración y en la confianza ciega en el Señor. Mi conclusión es la misma de siempre. Esa es la verdadera vida, aquella que nos asegura vivir en ésta, pero construir día a día nuestra llegada triunfante a la Vida Eterna y al encuentro con el regalo del rostro de Dios y el goce de su compañía para siempre. Si lo entendiéramos así, ya no sería necesario correr tras el éxito terrenal, ni medir el número de mensajes de texto que recibimos o preocuparnos de cuánto dinero hemos acumulado. Al salir del claustro, me queda la impresión de que el mundo de las Carmelitas es más vida que la de quienes estamos en el mundo, aunque las percibamos "encerradas" en su convento. Tal vez ellas gozan ya parte de aquello que otros esperamos alcanzar solo cuando abandonemos la vida terrena a la cual nos aferramos. Comparto esta reflexión, no a partir de una sola visita, sino que tras una vivencia de mucho tiempo. Sin habérselo pedido, ellas han estado junto a mí, a mi familia y al Ejército, en cada momento, incluso cuando mis fuerzas se agotaban y con su compañía me animaron a seguir adelante. Su oración ha sido el mejor apoyo para superar problemas, dolores, temores y transformarlos en fuerza creadora para enfrentar situaciones de todo tipo. De allí que creo que la verdadera vida, aquella que ellas viven en directo vínculo con el Padre Dios y cercanas a nuestra Madre, está representada por su ejemplo y testimonio. Valoremos el mundo de las consagradas, ya que su obra es más fructífera que todas aquellas que creemos haber conquistado quienes corremos por el mundo con afanes de logro y de alcanzar los objetivos que son sinónimo del triunfo. El reconocimiento público que a ellas no llega, es recompensado, sin duda, por el verdadero gran premio de tener un espacio, ya reservado, junto a Dios. Juan Emilio CheyreDirector Centro de Estudios Internacionales UC  
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