
Bellavista ayer, hoy y siempre
Hna. M. Agustina y Hna. M. Catalina
Entramos juntas a la comunidad de las Hermanas de María; somos hermanas del mismo curso. Nos dieron la oportunidad de escribir sobre el Santuario Cenáculo y, la verdad, había tanto, que no sabíamos muy bien por dónde partir ni qué decir de nuestro Santuario nacional renovado.
Conversando sobre él, empezamos a preguntarnos: ¿Por qué el Cenáculo? ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué intentamos peregrinar a él cuántas veces sea posible, siendo que ninguna vive cerca?
Quizá para entenderlo mejor, hay que hacerse primero una pregunta más amplia: ¿por qué uno vuelve a un lugar? Tal vez les ha pasado que cuando uno tiene una vivencia profunda en un lugar, quiere volver una y otra vez, porque te conecta con aquello que te marcó, con alguna experiencia. ¡Cuántos de nosotros volvemos a la casa de nuestros abuelos! O, si la casa donde uno vivió se usa ahora para otra cosa, uno suele decir: “Aquí donde está este edificio, vivíamos cuando éramos niños”. Cuántos, con orgullo, le muestran a sus hijos el colegio del que salieron y les dicen: “Aquí yo jugaba a la pelota”, o “Aquí, en este lugar, partió mi pyme”, “Aquí yo trabajaba”, “Aquí fueron nuestras primeras vacaciones”, “Aquí empezó todo”…
¿Y qué pasó aquí, en el Cenáculo?
Aquí pasó que generaciones tras generaciones se la jugaron por entero y creyeron en la Alianza de Amor, creyeron que desde Bellavista, María quiere llegar al corazón de muchas personas.
Aquí, el Padre Fundador lo arriesgó todo por la misión y el 31 de Mayo de 1949, dio un paso audaz y confiado por medio de la entrega a la Mater de la carta respuesta al informe de la visitación.
Aquí María ha tocado la tierra y ha establecido su “taller” para educarnos. Aquí han surgido vocaciones, historias de verdadero encuentro con Dios y la Mater. Aquí se han experimentado milagros, sanaciones, conversiones. Aquí María ha confiado grandes tareas y las ha puesto sobre débiles hombros, obrando milagros de transformación. Aquí se encuentra nuestro Santuario nacional, desde donde se alimentan todos nuestros Santuarios locales y Ermitas. ¡Aquí ha surgido vida! ¡y vida en abundancia! ¡Aquí se ha hecho vida la Alianza!
Al igual que en los demás lugares a los que uno vuelve –la casa de los abuelos, el colegio, etc.– aquí han pasado muchas cosas, y es así. Pero, ¿por qué volver? Uno no vuelve solo por lo que pasó, es decir, por el hecho histórico o el acontecimiento, porque eso sería simplemente un recuerdo bonito del pasado. Uno vuelve por la vivencia real, concreta, por lo que uno experimentó y sigue experimentando hoy en día. Es en esos lugares donde uno carga la batería para seguir entregándose y siendo lo que uno es.
Entonces, ¿por qué nosotras dos y muchos otros, aunque no vivamos cerca, volvemos al Cenáculo?
Porque este Santuario es verdaderamente un Cenáculo, es decir, aquí, cada vez que entramos, irrumpe el Espíritu Santo y, en la medida de la fe, se obra un Pentecostés. Aquí uno experimenta que, así como les pasó a los Apóstoles, nuestros miedos se transforman en confianza, nuestra comodidad en entrega, nuestras penas en alegrías, y nuestro limitado ser, en instrumento fecundo de la MTA.
Porque aquí se regala de manera especial la gracia para vivir nuestro carisma, esa capacidad de unir la fe con la vida y hacer que cada uno de nosotros pueda ser una viva encarnación del amor de Dios para otros. Si, ese carisma tan necesario para nuestro tiempo, que nos habla de un Dios vivo, presente en el amor humano, en las personas y cada circunstancia; ese carisma por el que nuestro padre Fundador estuvo dispuesto a vivir catorce años de exilio, con tal que la Iglesia pudiese entenderlo y vivirlo también.
Porque aquí, mediante una carta, el padre renovó su Alianza con María y puso en sus manos el destino de su Familia. Desde la impotencia, por nosotros y por la Iglesia, se jugó el todo por el todo.
Y por último, la razón más importante: ¡Porque Ella quiere que volvamos! Y nos sentimos atraídas por su llamado de Madre. Ella nos está esperando, pues quiere regalarnos las gracias que desde aquí entrega. Por eso permitió el robo de la corona, la cruz de la unidad, la caída del pino sobre su Hogar, porque quería que volviéramos la mirada hacia esta “tierra santa”, hacia nuestro Cenáculo, ya que aquí está el centro de la misión de Schoenstatt en Chile y para el mundo.
Nos han contado que, años atrás, era común que las familias locales peregrinaran una vez al año al Santuario nacional para “recargar batería”. Hoy, nos preguntamos: ¿Y por qué no volver al Cenáculo?