2020, UN TEST DE HUMANIDAD- Por P. Francisco Jensen
| P. Francisco Jensen P. Francisco Jensen
Habían llegado a Concepción esa semana, y me llamaron pidiendo el bautismo para su hijo. La parroquia estaba cerrada, y la alternativa para esta familia venezolana fue una sencilla telebendición. Fue un momento de oración y, sobre todo, una bienvenida. La experiencia se ha repetido con otras familias, y con otras personas en diferentes situaciones: un responso, la oración desde el santuario, encuentros con jóvenes, etc. Cuando las actividades pastorales se limitaron tanto, cambiando de la noche a la mañana, el apoyo de la comunidad de fe se volvió más sencillo, humano y desinteresado, paradójicamente se volvió más directo.
El papa Francisco planteó en Paraguay criterios que hoy nos iluminan: "Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos lo dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar".
En el mundo hay más de 80 millones de personas desplazadas. Son familias que huyen, obligadas a salir de sus países o incluso son consideradas apátridas. En general, los países que más reciben refugiados son los vecinos a los lugares en conflicto. En América del sur también es así: Colombia es por lejos el país que recibe a más inmigrantes venezolanos, pero esto no quita que muchos lleguen a lugares tan lejanos como Chile. Para algunos de ellos la familia se ha ido desgranando, se ha ido quedando repartida de país en país, de ciudad en ciudad.
Esta migración forzada combina muchos cambios y abre necesidades fuertes como una protección legal adecuada y la ayuda de diferentes instituciones que incluye, no en último término, el apoyo de la Iglesia. Es un motivo de orgullo ver cómo las comunidades de fe tienen las puertas abiertas para ayudar a las familias migrantes, muchas veces los templos se convierten en refugio, lugar de bienvenida, ayuda y arraigo. Pero la Iglesia no se reduce a los templos: la tarea es de la Iglesia viva completa, de cada uno de nosotros.
¿Qué necesitan las familias migrantes? Lo mismo que hemos necesitado nosotros en nuestras propias migraciones: las condiciones materiales para vivir y trabajar, y la red de apoyo para integrarnos en un nuevo entorno. Esto empieza en el saludo, la bienvenida, que es algo que cada uno de nosotros puede regalar, incluso en los breves encuentros cotidianos que podemos aprovechar como oportunidades de reconocimiento y gratitud. De ese contacto humano pueden crecer vínculos de ayuda mutua, puede crecer una nueva manera de vernos y tratarnos, de construir juntos, que hoy necesitamos tanto.
Escuché de un político una de las mejores reflexiones de este año que estamos viviendo. Explicando que no se trata de guerras, él dijo que hoy vivimos un "test de humanidad". Frente a los migrantes, como frente a tantas personas y familias que hoy sufren agudamente, está puesta a prueba nuestra mirada humana, personal. Estamos llamados a darnos refugio y cuidado.
P. Francisco Jensen