El ser es, el no-ser, no es: ¿Obvio? Lea el artículo y después me cuenta
Que si los homosexuales pueden contraer o no matrimonio, que si el país ha desarrollado en sus primeros 200 años de historia la capacidad de ser reflexivos, que si el Papa hace bien o no en hablar sobre los abusos de los curas pedófilos, que si los gobiernos pueden en nombre de una minoría interrumpir la libertad de prensa... Tantos problemas mediatos e inmediatos se han suscitado a lo largo de las últimas semanas en el mundo y en Argentina, que uno tiene ganas de gritar con Mafalda: ¡Paren el mundo que me quiero bajar! Pero por suerte, no es posible. La pregunta, entonces, es: ¿Qué podemos hacer...
| Cecilia Sturla Cecilia Sturla
Que si los homosexuales pueden contraer o no matrimonio, que si el país ha desarrollado en sus primeros 200 años de historia la capacidad de ser reflexivos, que si el Papa hace bien o no en hablar sobre los abusos de los curas pedófilos, que si los gobiernos pueden en nombre de una minoría interrumpir la libertad de prensa...
Tantos problemas mediatos e inmediatos se han suscitado a lo largo de las últimas semanas en el mundo y en Argentina, que uno tiene ganas de gritar con Mafalda: ¡Paren el mundo que me quiero bajar! Pero por suerte, no es posible. La pregunta, entonces, es: ¿Qué podemos hacer ante una realidad tan cambiante que nos apabulla e interpela hasta lo más íntimo de nuestros argumentos y emociones?
El Senado de la República Argentina tiene que debatir si va a ser lícito o no el matrimonio entre parejas homosexuales. ¿Cuáles van a ser los argumentos? ¿Va a tener el mismo espacio de prensa la postura que está a favor como la que está en contra? Difícil que el chancho chifle, dirían en el campo. Es que los medios masivos de comunicación construyen sus propias mayorías junto con sus verdades, y es muy difícil tener un juicio crítico ante la avalancha de falacias "ad misericordiam" y "ad populum" para defender lo que ninguna época, en ninguna otra sociedad, ha siquiera osado discutir: el valor último de la sexualidad, que en la complementación de los sexos llega a su plenitud.
Está claro que no todas las sociedades han tenido la misma opinión sobre la homosexualidad y que no siempre se ha mirado a la misma como lo que es: una desviación en la que se ha de contemplar por sobre todas las cosas la dignidad misma del ser humano y el sufrimiento tremendo de quienes padecen dicha desviación. Los griegos, a pesar de que eran muy tolerantes con la homosexualidad, jamás intentaron "legalizar" algo que sabían no estaba del todo bien, como consta en muchos testimonios escritos. El casamiento es y se ha constituido en cuanto tal para el varón y la mujer. Lo otro podrá ser unión civil, unión de hecho, homonomio, lo que quieran para que los homosexuales tengan algunos de los beneficios que otorga la sociedad civil a las parejas casadas, pero jamás un matrimonio ni una familia en cuanto tal. Es que ¿saben?, en una época en que pareciera que las palabras construyen la realidad, y no al revés, el significado último de la realidad no lo tiene la persona homosexual que sale en un canal de TV pidiendo por favor que le den en adopción a un niño en vez de tirarlo a la calle (de vuelta, "ad misericordiam"), sino el sentido común que nos dice que un niño se va a desarrollar de manera más orgánica y sana en un ambiente donde las cosas sean como son: la mirada de la realidad es más completa desde la perspectiva masculina y la femenina. Papá y mamá son dos miradas que abarcan toda la realidad, y por eso esa perspectiva es más sana, rica y trascendente que la mirada unilateral de la mujer-mujer o la del varón-varón.
Es claro que nos enfrentamos a la defensa del orden dado, o a su deconstrucción (como la llamó Derrida). Estamos frente a una discusión tan diametralmente opuesta, que sólo nos queda tratar de llegar al diálogo con mucha calma y argumentando lógicamente absolutamente todos los razonamientos de los que somos capaces. Los primeros principios deben ser expuestos en toda su compleja y a la vez brillante extensión. La filosofía nos puede orientar en esta búsqueda hacia la verdad: "Lo que es, es, y lo que no es, no es, y no es posible que el no ser, sea". Ni por un momento Parménides pudo haber pensado que su célebre principio, aceptado sin cuestionamientos por las miles de generaciones que le siguieron hasta la época tardo-moderna, iba a ser cuestionado y tenido por dogmático. Hoy, lo que es... ¡puede ser que no sea! ¿De qué otra manera se explica que un varón se llame mujer y viceversa, y que se intente legalizar el cambio del ser?
La revuelta contra lo que es, no es otra cosa que una subversión que termina acabando con la disolución del ser. Pero así como están las cosas, si el célebre principio de no contradicción es cuestionado hasta sus raíces, sólo nos queda mostrar desde la vida que la verdadera humanidad pasa porque el ser femenino y el ser masculino están hechos el uno para el otro. Seguiremos riñendo por estos temas por la misma interpelación de la realidad. "Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras" (Lc 19, 39-40).
Si Argentina opta por aceptar el casamiento homosexual, esto no será el fin del mundo, sino un imperativo para vivir la complementación de los sexos desde una perspectiva más vital y equilibrada. Allí donde el varón es varón y donde la mujer es mujer, se logra el equilibrio deseado sin necesidad de imponer estructuras que caen por su propio peso. Pero para no ahogar al lector (que bastante paciencia ha tenido hasta ahora si su lectura llegó hasta este punto), este tema de que lo que no es, es, me ha recordado de repente al gran escritor inglés G.K. Chesterton, quien con su manera paradojal, divertida y tremendamente fuerte, pone las cosas en su lugar con respecto a las verdades del cristianismo. Permítanme citarlo en su gran obra "La esfera y la cruz", novela que, como saben, trata de un irlandés que paseando por Londres se encuentra ante una librería en la que el diario "El ateo", reniega de Nuestra Señora. Cuando a McIan lo llevan a declarar ante el juez porque ha desafiado a duelo al dueño del diario, dice:
"No hay que asustarse. No voy a caer sobre él como un matón, ni a darle una paliza abusando de mi fuerza. Reñiré como caballero; reñiré como reñían nuestros padres. El escogerá las condiciones, espada o pistola, a pie o a caballo. Pero si rehúsa, en todas las paredes del mundo escribiré que es un cobarde. Si hubiese dicho de mi madre lo que ha dicho de la madre de Dios, no se encontrarían en Europa personas de honor que negasen mi derecho a retarlo. Si lo hubiese dicho de mi mujer, vosotros, ingleses, me habríais perdonado que lo apalease como a un perro en medio de la calle. Sepa su señoría que yo no tengo madre, ni mujer. Tengo únicamente lo que tiene el pobre como el rico; lo que tiene el hombre solo, igual que el de muchos amigos. Todo este mundo, extraño para mí, me acoge, porque en lo más íntimo de él hay un hogar; este mundo cruel, es benigno conmigo, porque más alto que los cielos hay algo más humano que la humanidad. Si un hombre no riñe por esto, ¿por qué reñirá? Yo reñiría por mi amigo, pero si pierdo el amigo, yo permanezco. Yo reñiría por mi país, pero si pierdo a mi país, aún existiría yo. Pero si lo que este demonio sueña fuese verdad, yo no existiría... reventaría como una burbuja, desaparecería. No podría vivir en un universo imbécil. ¿No he de reñir por mi propia existencia?"
Se plantea una lucha sin cuartel por una coherencia de vida que tire abajo las construcciones metafísicas ficticias y caprichosas... Como cristianos que no queremos aburguesarnos... ¿levantaremos el guante ante semejante desafío?
Cecilia E. Sturla
Argentina