Verónica Castro, Aristóteles y el derecho a la vida
Allá en los comienzos de la década del ´80, llegó a la TV abierta una novela mexicana con Verónica Castro que se llamaba "El derecho a nacer". Yo tenía escasos 8 años, pero me acuerdo que siempre me l...
| Cecilia Sturla Cecilia Sturla
Allá en los comienzos de la década del ´80, llegó a la TV abierta una novela mexicana con Verónica Castro que se llamaba "El derecho a nacer". Yo tenía escasos 8 años, pero me acuerdo que siempre me llamó la atención el nombre. Con mi mente de niña, hasta parecía ridículo plantearse el tema del "derecho" y del nacimiento, ya que el nacimiento no pide derechos. Se nace y punto.
Paradojas del destino, a medida que fui creciendo y que todo comenzó a cuestionarse, donde lo obvio dejó paso a las dudas más descabelladas, donde todo fundamento se empezó a cuestionar porque se confunde "fundamento" con "fundamentalismo", ya "El derecho a nacer" hoy sería tildado de "novela dogmática y anticuada", porque exhibe de modo patente la prioridad de la vida del niño por nacer antes que las circunstancias accidentales que originaron el embarazo de la madre.
Valga la anécdota personal para reflejar un poco en lo que nos hemos ido metiendo despacio pero inexorablemente: lo que pensábamos absurdo en una época (no tan lejana) hoy es un hecho.
Cuando hablamos de aborto, no hablamos del hecho en sí mismo como un hecho desnudo, despojado de toda ideología. Es tarea muy difícil "hablar" sobre el aborto. Porque el camino al diálogo acaba siendo entorpecido por pasiones que terminan desfigurando el hecho en sí. Lo religioso lo mezclamos con lo ideológico, y a lo ideológico le agregamos cuestiones tangenciales que finalizan en una batalla campal entre ambas partes.
¿Puede ser el hombre en su razón absolutamente objetivo a la hora de defender sus intereses? Es el objeto de la filosofía buscar la verdad. ¿Pero dónde está la verdad? Tarea ardua que se ha tratado de ir descubriendo a lo largo de la historia de la humanidad.
Trataremos aquí de ir a los últimos fundamentos para buscar el camino del diálogo, allí donde es preciso escuchar a la realidad para no caer en simplismos o reduccionismos subjetivistas.
Lo real, debe su fundamento a realidades que exceden al "hic et nunc", pero no por ello se separan de lo que conforma el "aquí y ahora". Las realidades más abstractas tienen su última justificación en lo concreto pues caso contrario: ¿De dónde viene su fundamento? O de la misma realidad, o del arbitrio del hombre. Si el fundamento del ser es arbitrario, resulta que es imposible encontrar un fundamento trascendente, ya que dependemos de cada hombre particular y la época termina arrastrándonos como el destino a los estoicos, cayendo necesariamente en un solipsismo imposible de evitar: negamos la esencia, negamos los límites del ser, negamos el orden natural y este se convierte, como antes dijimos, en mero orden artificial (hecho por el hombre).
Esto que pareciera tan abstracto tiene sus consecuencias directas en todo el obrar humano. Si la moral se fundamenta en la arbitrariedad de la mayoría, y la mayoría obra movida no por la razón, sino por las pasiones, entonces la democracia se transforma en tiranía, como dice Aristóteles, en su "Política".
El mismo filósofo sostiene en su Ética a Nicómaco, que hay cosas en las cuales no es dable opinar. Cualquier hombre de nuestra época, se sentiría tentado de criticar al estagirita: ¿Cómo no podemos opinar, si el hombre puede decir y opinar sobre lo que quiera? Pero el sabio nos dice que las cosas que conciernen a la ciencia (sabiduría)y que son axiomas , el hombre los debe aceptar, no opinar sobre ellos, pues "nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera" . Claro que a estos principios llegamos o por inducción, o por deducción o de forma intelectiva como sucede en los principios lógicos (v. gr. principio de contradicción).
Queda claro que acudir a una autoridad en materia filosófica como el estagirita no le es suficiente a nuestro hombre de la modernidad tardía. Pero baste decir que si queremos entablar un diálogo sobre el tema del aborto, se hace necesario recurrir a toda la sabiduría humana que se ha ido desarrollando y enriqueciendo a lo largo de los siglos. Porque reconociendo los supuestos básicos y fundamentales de los que parte la cultura occidental vamos a llegar a conocernos y reconocernos desde lo que somos.
Por ello que ante un tema tan controvertido y en el que se juegan las opiniones de los mortales (tan escindidas) como el aborto, necesitamos recurrir a todos los argumentos a nuestro alcance para que no se diga de nosotros, que no indagamos lo suficiente para llegar a la verdad. El embrión humano existe en sí mismo.
Independientemente de las circunstancias en las que se originó. ES. Y como tal, se va a ir desarrollando en tanto su esencia, que es lo que hace que sea un embrión humano y no, v. gr. un ballenato. Es un hecho. Empíricamente verificado. Hasta ahora la ciencia no ha descubierto un embrión humano que termine siendo un ballenato. Todo ser tiene una combinación acto-potencial, lo que implica que en acto es algo determinado y potencialmente tiene capacidades para realizar ese mismo acto. Vale decir, que el embrión humano es en acto una persona, y tiene en sí mismo las capacidades para que se desarrolle y crezca como una persona. Es un hecho empíricamente verificado. Hasta ahora la ciencia no ha descubierto un embrión humano que termine siendo un ballenato Ante semejante evidencia... ¿de dónde surge la discrepancia? Si nuestra época es pro científica... ¿Cómo es que no podemos entablar un diálogo sincero, con argumentos racionales y no emotivos?
Los argumentos desde la bioética están fundamentados en los hechos. Pero si la ciencia está de parte del embrión, ¿qué está en contra de él?Los sentimientos.
Lisa y llanamente. Pero no el afecto profundo y lúcido sino el afecto epidérmico, el que se deja llevar por los impulsos y no por lo que define al hombre en su totalidad, que es la razón y el intelecto. Y como el sentimiento es personal, nadie puede decirme qué hago o no con el embarazo no deseado. Termina siendo entonces una cuestión de fe. Si yo "creo" que el embrión no es un ser humano, y que no le hago nada al eliminarlo, entonces nadie puede meterse. Porque es mi opinión. Vivimos en un país democrático, donde se deben respetar las diferentes opiniones y si opino que el embrión no es un ser humano, nadie debe decirme nada, porque la libertad es absoluta. Y volvemos entonces al principio: si no hay fundamentos en lo que es, el fundamento lo pone el hombre movido no por principios ordenados, sino creados por él mismo. Son cuestiones culturales y epocales, que no tienen que ver con lo absoluto (porque lo absoluto es sinónimo de intolerancia) sino con lo subjetivo. Pero absolutizamos la intolerancia de quienes no piensan como uno y nos cerramos al diálogo porque en definitiva, la única razón es que no hay razón.
La razón fracasó, y ese fracaso se paga con la muerte de la razón y de todo fundamento. El hecho de que no encontremos fundamento en las cosas no implica necesariamente que las cosas no tengan un fundamento. Es tan soberbia esa postura como sostener que la única verdad es que no hay verdad.
Es por ello que el tema del aborto es un tema secundario: lo que se tiene que debatir es el valor de la vida humana. Sólo cuando la sociedad tenga en claro ese valor que está por encima de todo valor, lo demás será dado por añadidura. Una sociedad que no se preocupa por el otro, donde la inclinación a lo bajo es exaltada histéricamente, donde la persona ha perdido las vinculaciones más básicas, es una sociedad que se encamina al fracaso más rotundo.
¿Debe una sociedad tratar, o siquiera discutir si existe realmente un "derecho a nacer" o lo que es lo mismo, si se "reserva el derecho de admisión" para vivir? ¿Puede una sociedad proyectarse e intentar llegar a su fin último (el Bien Común) sobre estas premisas?
Si opinamos que el aborto debe ser despenalizado, que nuestra opinión sea basada en lo que es. Vale decir, que anteponemos los intereses circunstanciales (poca preparación psicológica para ser madre, producto de violación, sin capacidad económica para sostener un hijo, etc.) a la vida humana. Dejemos a un lado los eufemismos, porque éstos terminan ocultando el hecho en sí. "Interrupción del embarazo", "aborto", son palabras que denotan una única realidad: la muerte, la pérdida de una vida humana.
Si por el contrario opinamos que el aborto es un crimen de un niño indefenso, no recurramos a argumentos religiosos, porque el sostener que la vida humana debe ser respetada en todas sus etapas trasciende a toda religión.
Hablamos de vida humana. Y la vida es el valor supremo, el valor que rige todo el derecho, por ello donde las dificultades la amenacen, sepamos ver oportunidades concretas para construir el bien común sobre este valor. Porque sabemos que los problemas no se solucionan negándolos, sino trabajándolos y elaborándolos.
Nadie en su sano juicio puede decir que es lo mismo vivir que no vivir. ¿Y vamos nosotros a decidir por otro este derecho fundamental? ¿No tendremos que hacerle caso a Aristóteles cuando sostiene que hay cosas de las cuales al hombre no le es lícito opinar, porque "nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera"?
Artículos relacionados:
» ver más