Volvamos a lo Esencial - Francisco en Chile - P. Young
Viernes 9 de febrero de 2018 | Patricio YoungPapa Francisco a la Iglesia Chilena
VOLVER A LO ESENCIAL
Pasados los días y ya con algo de distancia, hacer un análisis más detenido de lo que el Papa Francisco nos dejó en su vista a nuestro país, es de gran importancia.
Hay lugares comunes que compartimos, como todo el ámbito afectivo y emocional de su visita que sin duda enriquece y nos motiva más en el compromiso con nuestra fe; pero éste no es el espacio en el que queremos quedarnos, sino ir a su contenido mismo.
Es cierto que para nosotros es un privilegio tener un Papa que habla nuestro idioma y pertenece a nuestra cultura latinoamericana, porque sus mensajes se nos hacen mucho más claros y evidentes. ¡Cuándo íbamos a pensar que un Papa en sus discursos nos citaría al Padre Hurtado, al Cardenal Silva Henríquez, a Neruda, Violeta Parra e incluso al grupo La Ley! ¡No podía ser su mensaje más nuestro!
Pero como es natural, sus contenidos se encuadran en su carisma pontificio, en lo que marca su gestión, que, si bien ha sido muy prolífera en mensajes e ideas, creo que se resume en una frase: Volver a lo esencial.
Lo analizaremos primero en el ámbito de la fe y después en una nueva eclesiología
En el ámbito de la fe nos viene señalando que lo sustancial de ella está en el Amor. “Si yo no tengo amor, yo nada soy Señor”. En efecto, nos recuerda que lo más básico de nuestra fe es el Amor a Dios y a nuestros hermanos, que de allí se desprende todo. Que esto es lo esencial del mensaje cristiano y que debe expresarse en obras de misericordia, en caridad, en solidaridad y en vivir y gestar la paz. Pero, con la alegría de quién experimenta con ello la felicidad.
Por lo mismo, nos viene a remover esa fe construida sobre normas, sobre el deber ser por sobre el ser. Una fe de apariencia y no de consecuencia. Una fe que encubra más intereses personales que sociales.
En definitiva, nos muestra una fe que no privatiza la salvación y que, por el contrario, solo se alcanza en la entrega al otro, con el otro y para el otro como nos enseñó nuestro querido padre Kentenich.
Por eso la homilía en el Parque O’Higgins se basa justamente en las obras de misericordia y el significado que tienen para la felicidad de cada uno y de un pueblo. En definitiva, nos dice que debemos ser signos de una buena nueva, que gesta una felicidad honda que nos conmueve y transforma. “¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa”.
Palabras que se conectan perfectamente con su mensaje a las reclusas, donde nos invita a reflexionar profundamente por las palabras de la Hermana Nelly León: “Lamentablemente en Chile se encarcela la pobreza”, que nos lleva a revisar nuestra Justicia en el país, ya que, si esta no es igual para todos, es una justicia injusta. Reafirma que lo primero es la dignidad humana y que nadie puede atropellarla y nos plantea un gran desafío a la sociedad: “la seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad".
El valor y la dignidad del hombre es la base sobre la que se sustentan las relaciones humanas y sociales, eso es lo que nos señala en Temuco. La unidad no es uniformidad, sino que se da en la diversidad y abordando la realidad de los pueblos originarios. Señala que tampoco se hace con el “aniquilamiento del otro porque genera más violencia” y reafirma que la unidad debe hacerse “desde el reconocimiento y la solidaridad” de las otras culturas. A partir de ésto pide a Dios que seamos “artesanos de la unidad”.
A los jóvenes le planea algo básico y esencial: "Si ustedes no aman a la patria no llegan a amar a Jesús”. Fuerte y claro. ¿Y qué haría Cristo en mi lugar? Es una pregunta básica para vivir y amar con Cristo y como Cristo.
Esta frase me pareció una expresión muy clara y sencilla de “la Fé práctica en la Divina Providencia”.
En la Pontificia Universidad Católica se refirió a la forma como la Universidad debía responder al país pidiendo una mirada muy integradora: "enseñar a pensar y a razonar de manera integradora". Pide que toda su formación esté centrada en un concepto de comunidad por sobre una mirada individualista.
En el norte nos vuelve a refirmar “la alegría de la fe”; el sentido de la buena nueva de Cristo que es hacernos felices, como lo había señalado en el primer encuentro cuando se refirió a las Bienaventuranzas. No por casualidad entonces, parte su visita y la termina con el mismo contenido.
Una clara muestra de la vuelta a lo esencial, fue el matrimonio que celebró en el vuelo a Iquique. El sacramento del Matrimonio es el acto más sensible y maravilloso de amor entre una pareja y de Dios con ellos. Lo celebra espontáneamente y deja de lado normas y obligaciones reglamentarias de nuestra Iglesia. Simplemente él bendice el matrimonio realizado por una pareja de contrayentes (ministros) que ya vivían juntos por años. ¡Eso es lo esencial!
En el ámbito de una Nueva Eclesiología. El Papa quiere volver también a lo esencial, a construir efectivamente una Iglesia Pueblo de Dios. Como era en la primera Iglesia. Si bien para muchos esto implica cambiar estructuras, él va a lo esencial, la generación de una nueva cultura al interior de la Iglesia; porque al igual que nuestro padre fundador, cree que los cambios se producen desde adentro hacia afuera. Sin este cambio de mentalidad no sirven de nada las nuevas estructuras que se puedan generar. De allí lo trascendente de esta dimensión.
El Papa Francisco desde el inicio de su pontificado ha tratado de hacer realidad la eclesiología planteada en el Concilio Vaticano II y que había quedado algo relegada. La corresponsabilidad entre laicos y personal consagrado solo la volvimos a escuchar con Benedicto XVI: “La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad referido, en especial, al papel de los laicos en la Iglesia, que deben ser considerados no como 'colaboradores' del clero, sino como personas realmente 'corresponsables' del ser y del actuar de la Iglesia.” (Mensaje a la VI Asamblea Ordinaria del FIAC)
¿Qué significa esto entonces? Que unos y otros somos responsables del destino de nuestra Iglesia como “Pueblo de Dios”. Tenemos igual responsabilidad y distinta función. En palabras de nuestro Padre Kentenich, somos Parteners.
Es por esto que para el Papa, el clericalismo constituye uno de los grandes males de nuestra Iglesia. Así se lo señala al Cardenal Marc Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. “A su vez, debo sumar otro elemento que considero fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II. No podemos reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar —y a las que les pido una especial atención— el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14), y no solo a unos pocos elegidos e iluminados”. (26/04/2016 )
Cabe señalar, que para el Papa, este problema no es solo responsabilidad del personal consagrado, sino también de los laicos que por comodidad preferimos asumir una conducta más receptiva y pasiva.
Así entonces, en nuestro país volvió a referirse al tema. En el encuentro con los Obispos se centró claramente en este problema y les dijo: “La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida. La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo, limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como loros lo que decimos. El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados”.
En casi todas sus homilías hace alguna referencia al papel activo que tenemos que tener los laicos y a los jóvenes por su parte les señaló: "la iglesia necesita que ustedes saquen el carnet de mayores de forma espiritual y nos digan qué está mal". En otro momento hace alusión al sínodo de la Juventud donde explica que desea recibir una opinión clara y directa de ellos, evitando los “filtros” que se producen en la Iglesia, aludiendo naturalmente a los pastores.
En general reafirma el sentido de la autoridad, no como expresión de “poder”, sino como manifestación de “servicio”.
Pero ¿Qué nos quiere decir particularmente a nostros como schoenstatianos?
Estas dos grandes ideas nos tocan muy fuertemente como movimiento. En el ámbito de la fé es un claro desafío a asumir la Alianza de Amor no solo como una relación afectiva con nuestra Mater, sino también como una alianza que se alimenta en ella y con ella para nuestra transformación y entrega de Amor a los demás y al mundo.
Mientras que la nueva eclesiología está en la más perfecta sintonía con el pensamiento de nuestro padre fundador y nos obliga, por nuestra misión y el amor a la Iglesia, a ser grandes impulsores de este cambio cultural en nuestra Familia y en la Iglesia.
¡Volvamos a lo esencial!
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