Ya no le llamaré más Cine…

La fantasía y la ciencia ficción se han apropiado de las salas de cine los últimos años. Robots, alienígenas, personajes de animación, le han ido quitando espacio al ser humano en la pantalla, y para el padre Enrique José Grez, esto dista mucho de lo que él entiende por cine.

Miércoles 17 de septiembre de 2014 | P Enrique José Grez

Hasta que alguien me dé razones suficientes ya no le llamaré más cine a los espectáculos proyectados en una pantalla que no traten sobre seres humanos. Espero me comprendan pero los malos ratos que he pasado en las salas me han encaminado a este firme propósito.

Desafío a quien quiera a que me haga entrar en razón. Podrán decirme que todo lo que produzca el hombre hablará de él... y sí, pero qué mal responden a este principio las películas de formato animado, las del tipo video-juego y gran parte de la ciencia ficción y el género misterioso de los extraterrestres y los fenómenos paranormales.

No se puede generalizar. Encuentro una que otra buena película entre los grupos antes mencionados pero son excepciones y lo sabemos desde la primaria: la excepción sólo logra confirmar la regla. Es matemático. Ahí ubico, quizás sólo para provocar el apedreo de algunos puristas, a una que otra realización vampiresca (Nosferatu) y algún mono animado antiguo que por su simpleza me ha encantado (Bambi). Hay más, nómbrenlas ustedes, libertad.

Tampoco es que las películas "de seres humanos" la tengan comprada. Cuántas veces hemos visto naufragar una preciosa historia en las manos de un director desconcentrado o de un guionista con afanes barrocos. Un ejemplo es la que vengo saliendo de ver, Wakolda, realización argentina de tema apasionante y realización absurda.

Pero reconózcanme que los únicos filmes a los que desde hoy llamaré cine se merecen el nombre de un género propio porque apuntan a un misterio mucho más impresionante que los efectos especiales y más sobrenatural que cualquier fenómeno parapsicológico. Se trata de algo tan vago como lo humano, las personas, las historias entre ellos. La guerra en su crudeza y la bondad que despierta, los crímenes inconfesables, los cuentos de enamorados, las separaciones, la locura y el arte, los duelos que nos cuentan las películas de Scorsesse, Assayas o Almodóvar. Son literatura vivida, los vitrales de los modernos, nuestra pedagogía ilustrada. Nos enseñan, nos muestran: "esto es un ser humano", así de bello y así de atroz. Por eso nos sacan lágrimas en sus sutilezas y nos llenan de preguntas que nos siguen recorriendo por años, engendrando las respuestas que damos a los dramas que no atinamos a resolver y que son los de nuestras propias vidas.

Por eso los vuelvo a enfrentar, a todos aquellos que no estén de acuerdo conmigo: veamos cine, mucho cine, buen y mal cine, de ese que te mete en lo hondo de la experiencia de lo humano.

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